WASHINGTON
AP

Cuando se mide el progreso de la guerra encabezada por Estados Unidos contra el grupo Estado Islámico en Irak y Siria, los números cuentan una historia y los resultados otra.

Aviones de combate, bombarderos y drones han arrojado unas 2,228 bombas por mes sobre blancos que van desde campos de entrenamiento y nidos de ametralladoras hasta instalaciones petroleras y arsenales. El Pentágono dice que no lleva cuenta de bajas, pero se piensa que los ataques han matado a más de 20.000 combatientes del Estado Islámico. El costo de las operaciones: 5.000 millones de dólares desde agosto del 2014 — un promedio de 11,1 millones diarios.

Los bombardeos han dañado o destruido centenares de vehículos militares (incluyendo tanques estadounidenses abandonados por soldados iraquíes) miles de edificios, centenares de instalaciones de la infraestructura petrolera y miles de posiciones de combate, entre otros blancos, de acuerdo con cifras del Comando Central estadounidense.

Eso suena como una paliza diseñada para sepultar al enemigo.

¿Pero cuál ha sido el resultado? Un estancamiento, aunque funcionarios militares estadounidenses dicen que ven la marea tornarse gradualmente a su favor.

La palabra clave es «gradualmente». Washington ha dicho desde el inicio que asestar la derrota final al Estado Islámico tomará años, que un enfoque militar apresurado no resultaría porque el grupo no es un ejército convencional. Pero tras los ataques terroristas en París muchos preguntan por qué Estados Unidos no tiene más premura.

El presidente Barack Obama dice que se siente alentado por el progreso.

El lunes, Obama apuntó a la liberación este mes de Sinjar en el norte iraquí por fuerzas curdas, el cerco a la ciudad de Ramadi, en poder del Estado Islámico, y el bloqueo de una carretera que era usada como vía de abastecimiento por los combatientes extremistas entre la norteña ciudad iraquí de Mosul y Raqa, la capital de facto del grupo en Siria. Una refinería de petróleo en Irak también le fue arrebatada a los extremistas.

Aún así, como lo mostraron los ataques en París, el grupo está actuando ahora con ambiciones globales. Ha soportado los ataques aéreos, defendido sus territorios claves y aparentemente usado los medios sociales para reponer sus filas en cuanto son reducidas.

¿Cómo lo ha logrado?

La respuesta está en parte en el enfoque militar gradualista de Estados Unidos.

En lugar de bombardear todo blanco a la vista y enviar tropas terrestres, el gobierno de Obama ha optado por usar su poderío aéreo de forma discriminatoria para mellar gradualmente el Estado Islámico, evitando blancos donde civiles estarían en peligro. En lugar de enviar soldados, el presidente y sus asesores esperan por la emergencia de combatientes locales.

La premisa de esa estrategia, apoyada por los asesores de seguridad nacional del presidente pero cuestionada por muchos en el Congreso, es que aunque las fuerzas armadas estadounidenses pueden aplastar al grupo extremista, una victoria así sería breve sin ejércitos y gobiernos locales capaces de mantener la estabilidad.

Una vez derrotados en Irak y Siria, los extremistas «tienen que seguir vencidos, y eso quiere decir que tiene que haber fuerzas locales capaces y motivadas que estén preparadas para sostener esa derrota», dijo el secretario norteamericano de Defensa Ash Carter en declaraciones a MSNBC. «Sabemos por las experiencias en Afganistán e Irak que ésa es la parte difícil».

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