Por Thomas Brey
Liubliana/Zagreb, Agencia dpa
Desde hace casi dos semanas se sucede a diario la misma imagen en Serbia y Croacia: cientos, a veces miles de refugiados aguardaban ante las fronteras cerradas. Llovía torrencialmente y todo se llenaba de barro. Y en medio de ese panorama llega una caravana de refugiados: hombres, mujeres con niños, familias enteras y en ocasiones niños abandonados a su suerte.
Todos se ponían capas de nylon para protegerse de la constante lluvia. Pero muchas veces por debajo asomaban los dedos de los pies, protegidos sólo con sandalias. Una y otra vez se vieron sillas de ruedas sucias que se quedaron estancadas en el barro. Los refugiados estaban agotados, empapados y helados hasta los huesos.
Algunos buscaban refugio bajo los árboles, en absoluto suficiente, mientras otros se agrupaban en torno a pequeñas hogueras para calentarse al menos un poco. Hojas, ramas, pero también basura y plásticos desechados en el fuego provocan un olor penetrante.
También buscaban refugio en tiendas atestadas, levantadas en las rotondas. En el piso blando se podían apreciar las huellas del camino: latas de conserva y botellas vacías, mantas rotas y empapadas y juguetes. A veces un zapato abandonado da testimonio de una rápida huida.
Pero si se abre temporalmente la frontera y se permite la entrada a algunos cientos, comienza el forcejeo para posicionarse delante. Imágenes que se vieron en Grecia, Macedonia y Serbia, y que se repitieron ahora en Croacia. Los socorristas se sorprendieron de que pese a los esfuerzos sobrehumanos durante este duro viaje desde Turquía, nadie haya colapsado delante de sus ojos.
«Hasta hace tres semanas, estas personas aún tenían una vida relativamente normal», explica Melita Sunjic, del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). «Gracias a Dios aún cuentan con reservas corporales para superar estos enormes esfuerzos». Lógicamente se presentan numerosas enfermedades de las vías respiratorias y lesiones externas, pero pueden tratarse con medicinas y personal médico en el lugar.
Miles pasaron la noche ante el cerrado paso fronterizo serbo-croata de Berkasovo/Bapska. «De 2 mil a 3 mil», estimó un policía serbio. La frontera permaneció cerrada hasta las tres de la madrugada. Posteriormente los croatas permitieron el paso de hasta 150 personas por hora. Muchos de los que aguardaban tuvieron que pasar la noche de pie. Y es que el suelo reblandecido no permite sentarse, ni mucho menos acostarse.
Tampoco en el segundo mayor foco de afluencia de refugiados en Croacia, Mursko Sredisce en la frontera con Eslovenia, la gente no entendía por qué la policía les impedía continuar su viaje. «¡Abran, abran!», gritan una y otra vez. «Solamente estamos en tránsito y queremos ir a Alemania», aseguraba la mayoría.
Naturalmente no conocen los complejos problemas políticos entre los países en el sudeste de Europa. Con frecuencia los refugiados procedentes de Siria, Pakistán, Afganistán e Irak hasta desconocen dónde se encuentran.
Los países de la región, que tradicionalmente mantienen conflictos entre ellos, se acusan mutuamente por la crítica situación. Eslovenia critica a Croacia, Croacia a Serbia y todos juntos a Grecia, adonde llegan por primera vez a territorio de la UE los refugiados que cruzan desde Turquía.
El jefe de gobierno croata Zoran Milanovic quería enviar botes de la Marina a Grecia para ayudar a cerrar la frontera marítima con Turquía. En definitiva, su país cuenta con experiencia para ello, por su frontera con el Adriático de 1 mil kilómetros de largo, argumenta.
En Berakosovo esa mañana pudo verse, al igual que en otros pasos fronterizos, una especie de juego del gato y el ratón. Los refugiados intentaban burlar a los policías fuertemente armados. Porque no hay tantos policías como para poder cerrar provisionalmente la frontera en toda su extensión.
Y por eso algunos miles logran eludir el cordón policial a través de maizales y viñas y atravesar la frontera verde. La meta del camino a pie es Opatovac, el primer campo de acogida, a 15 kilómetros de distancia. Pero este ya se encuentra completamente repleto.
Los refugiados continuaban en largas caravanas, a través de caminos vecinales llenos de barro y enlodadas carreteras. Todos llevan sus pertenencias sobre los hombros en mochilas o simples bolsas. Las mujeres trasladaban a sus niños pequeños en brazos, los más grandes avanzaban con valentía de las manos de sus padres. Los menores encuentran consuelo en sus peluches. Un hijo arrastra a su padre, que está sentado inmóvil en una carretilla. A derecha e izquierda esperan los socorristas, que proveen a los refugiados de snacks y bebidas.
Los esfuerzos agudizan además una y otra vez los conflictos entre los refugiados. Los sirios contra los afganos es un conflicto recurrente, según dan testimonio quienes prestan ayuda.
Hace algunas semanas todo era más fácil. Los refugiados eran llevados prácticamente con ayuda del Estado a través de Macedonia, Serbia y Croacia hacia Hungría. Fueron más de 200 mil solamente en las últimas seis semanas. Pero desde que Hungría el fin de semana pasado cerró la frontera con una valla con alambre de espinos, esto ya no sucede.
No está claro cómo tantas personas a la vez se dirigen de repente hacia Europa Occidental desde esta primavera boreal. Los Balcanes son tradicionalmente un lugar de teorías conspirativas. Y una de ellas indica que tras la crisis de los refugiados se encuentra Estados Unidos, tirando los hilos para islamizar a Europa y de esta forma debilitarla.
Un posible argumento para este punto de vista: muchos en el sudeste de Europa se siente perjudicados por la disposición de Alemania y Austria a acoger a los refugiados. Y es que, hasta ahora, la mayoría de los refugiados procedía de los países de los Balcanes. Ahora estos son considerados como terceros países seguros y sus ciudadanos no tienen prácticamente opciones de afincarse en Europa Occidental.
DIFICULTADES PARA VIVIR
«Uruguay es muy bueno y lindo, pero la vida es difícil, es muy caro, tenemos una familia grande, y hay familias de 15 o 13 personas», explicó un refugiado.
Ibrahim, que consiguió trabajo en un centro médico del país, tiene tres hijos menores de cinco años y asegura que con su sueldo de unos 370 dólares mensuales no le alcanza para vivir.
Marei Alshebli tiene 15 hijos y está radicado en Juan Lacaze. En el Líbano todos los integrantes de la familia trabajaban en la agricultura. Reclaman que no se les haya dado un campo para trabajar al llegar a Uruguay. Además, asegura que le “pusieron trabas” para adquirir ovejas y vacas por lo que comenzaron a trabajar por su cuenta vendiendo comida árabe, pero ganan “muy poca plata”.