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En el Congreso o en una escuela parroquial, en la sede de Naciones Unidas y en una cárcel municipal, el Papa Francisco dedicó su frenética visita a Estados Unidos a intentar acercar los universos de los desfavorecidos y la élite, en un intento por desviar a la nación más poderosa de la tierra de sus batallas ideológicas y llevarla hacia un mundo que necesita ayuda desesperadamente.

Desde su primera comparecencia, el popular pontífice entrelazó cuestiones que no suelen verse agrupadas en la vida pública estadounidense.

En la Casa Blanca, con el presidente Barack Obama, defendió la libertad religiosa al tiempo que pedía acciones rápidas contra el cambio climático. En su discurso ante el Congreso, pidió compasión con los refugiados mientras proclamaba el deber de «defender la vida humana en cualquier fase», un desafío al derecho al aborto. En un altar ante la conferencia episcopal estadounidense, reconoció las dificultades de su labor ante «cambios sin precedentes que se producen en la sociedad contemporánea», una alusión al matrimonio homosexual.

Pero también instó a los líderes católicos del país a crear una Iglesia con el calor de un «hogar familiar» y evitar la retórica «dura y divisiva» y una visión «estrecha» del catolicismo que describió como una «perversión de la fe».

Sus declaraciones suponen un cambio drástico de perspectiva dentro de la Iglesia y una esperanza de que se reduzca la polarización en Estados Unidos.

«Recalibrado y reorientación son buenas palabras para describirlo», señaló John Green, especialista en religión en el Instituto Bliss de Política Aplicada en la Universidad de Akron, en Ohio. «El Papa es muy hábil a nivel político. Incluso la gente que terminaba discrepando en ciertos temas le considera un hombre muy atractivo y persuasivo. Me pareció bastante inspirador».

Decenas de miles de personas acudieron a las calles de Washington, Nueva York y Filadelfia para recibir a Francisco y algunos esperaron varias horas para lograr un atisbo del popular pontífice.

En una planificada visita de seis días que terminó el domingo y pese a una seguridad sin precedentes, Francisco logró introducir algo de espontaneidad, por ejemplo besando bebés o añadiendo un encuentro de último momento en honor de las relaciones entre católicos y judíos, o saliéndose del guion en Filadelfia para una sentida reflexión sobre la vida familiar.

«La atmósfera era eléctrica», dijo el obispo auxiliar en Nueva York, John O’Hara, después de que Francisco celebrase una misa para 18 mil personas en el Madison Square Garden.

Entre todas las ceremonias oficiales y las multitudes, el pontífice hizo gestos personales de compasión que se han vuelto característicos de su papado. Se inclinó en oración sobre un niño discapacitado ante las lágrimas del padre en Nueva York. Dio un fuerte abrazo a un preso durante una visita a una cárcel de Filadelfia.

En su primera visita a Estados Unidos, el argentino Francisco se presentó como americano y citó los documentos fundacionales del país. Respondió a los críticos que le acusan de centrarse demasiado en los pobres e ignorar a la clase media, así como por sus opiniones sobre economía y sus denuncias sobre los excesos del capitalismo. Ante el Congreso elogió a «los miles de hombres y mujeres que luchan por tener un día de trabajo honrado» y señaló «cuánto se ha hecho en estos primeros años del tercer milenio por sacar a la gente de la pobreza extrema».

Pero en todas las ocasiones, convirtió estos cumplidos en una llamada a la Iglesia y al país para que lo hagan mejor.

Su desafío moral se reflejó en los complejos héroes a los que ensalzó en su discurso ante el Congreso: Abraham Lincoln; el reverendo Martin Luther King Jr.; Thomas Merton, un monje trapista que rechazó la guerra y defendió la colaboración interconfesional, y Dorothy Day, fundadora del Movimiento del Trabajador Católico, un grupo pacifista que ayudó y defendió a los indigentes.

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