Por FRANKLIN BRICEÑO
NUEVO CAÑAVERAL, Perú Agencia AP

Parada entre sus cocales destrozados por trabajadores de un programa de erradicación respaldado por Estados Unidos y que ha afectado a medio millón de peruanos, Edma Durán coge las ramas de los arbustos que aún no están arruinadas y separa con su machete las hojas que luego venderá al narcotráfico.

«Esto nos da para comer», dice Durán, de 40 años, madre de seis hijos que vive junto a su marido en esta aldea de 110 habitantes donde el único puesto sanitario está a cinco horas, no hay electricidad, agua potable y tampoco señal telefónica.

Durán es una de miles de peruanos que perdieron su único medio de sobrevivencia tras esfuerzos gubernamentales por destruir el arbusto del que se fabrica la cocaína. Ellos dicen que los funcionarios les han ofrecido en el mejor de los casos una compensación insignificante.

Una cifra histórica de casi 55 mil hectáreas de coca fue destruida entre 2013 y 2014 provocando que Perú descienda al segundo lugar mundial en el cultivo de coca por debajo de Colombia, según Naciones Unidas.

Sin embargo, Perú se mantiene como el primer productor mundial de cocaína y los cocales más extensos del país crecen sin problemas lejos de los destruidos cultivos de Durán de menos de una hectárea.

Dos años de esfuerzos en la erradicación produjeron una disminución de 30% de las tierras sembradas con coca y el gobierno asegura que destruirá 35 mil hectáreas este año, una área del tamaño de Filadelfia.

«Por primera vez en la historia del país hemos quebrado la línea ascendente de producción de cultivos de hoja de coca para el narcotráfico», dijo el presidente Ollanta Humala el último mes luego que Naciones Unidas anunció las últimas cifras.

Según el gobierno, 42 mil familias obtuvieron ayuda con cultivos alternativos el 2014 luego que sus cocales fueron destruidos. Pero muchas de las 95 mil familias afectadas por la erradicación no obtuvieron apoyo, o como Durán, rechazaron los ofrecimientos estatales.

«Te dan un machete, unas cuantas pepas de cacao y luego se olvidan», se quejó Durán.

Los reclamos han reaparecido. Una protesta de 5 mil cocaleros en el pueblo de Ciudad Constitución, en la Amazonía del centro del país, se tornó violenta en julio cuando un campesino murió por un balazo disparado por la policía y otros 23 civiles quedaron heridos. Fue la primera protesta de los cocaleros desde 2012 cuando algunos cientos de cultivadores atacaron a los erradicadores y a los agentes.

Los cocaleros exigen detener la destrucción de los arbustos hasta que el gobierno ofrezca opciones reales para sembrar otros cultivos.

Hipólito Rodríguez, líder cocalero en Ciudad Constitución, afirma que se malgasta el dinero del desarrollo alternativo en planes inútiles y frívolos como «pasantías, caravanas, jugosos sueldos de funcionarios y al agricultor no le llega un solo centavo».

Desde que Humala llegó al poder en 2011, su gobierno ha invertido 285 millones de dólares en la lucha antidrogas, más del triple del dinero gastado en la gestión anterior de Alan García.

En el mismo periodo, Estados Unidos gastó poco más de 60 millones en erradicación y ha invertido más de 100 millones de dólares en cultivos alternativos, principalmente cacao, café y palma aceitera. Además, Washington suministra 22 helicópteros Huey usados para el transporte del personal de erradicación y de policías antidrogas armados que brindan seguridad.

El politólogo peruano Juan Manuel Torres, analista del Centro de Investigación Drogas y Derechos Humanos, cree que una mejor opción consiste en fomentar un programa de erradicación de hojas de coca «focalizado y consensuado» con los campesinos.

En un correo electrónico enviado a la AP escribió que junto «al compromiso de los cocaleros de reducir, poco a poco, las hectáreas de coca debe, simultáneamente, desarrollarse un plan de productos alternativos competitivos que aseguren al campesino cubrir sus necesidades básicas y generar excedentes, junto a un programa de construcción de carreteras y créditos agrarios que le otorguen viabilidad».

«Todo esto forma parte de una estrategia mayor antidrogas que involucran otros ejes de acción como interdicción, prevención, rehabilitación y cooperación cuyo objetivo debe ser la reducción efectiva del fenómeno del narcotráfico pero sin descuidar el respeto pleno a los derechos humanos», escribió.

Durán y su esposo sembraron plátanos luego que un equipo de erradicadores arrancó por primera vez sus cocales en 2013.

Meses después cuando quisieron vender los bananos el río estaba seco, entonces caminaron más de cinco horas entre el monte con un centenar de plátanos sobre sus espaldas por el que un comerciante sólo les pagó un dólar.

Desanimados volvieron a sembrar coca que cada cuatro meses les otorga poco menos de mil dólares.

«Nadie te compra nada, solo la coca», dijo Durán quien arribó hace 12 años de un pueblo más pobre en los Andes donde sembraba papas.

A inicios de julio los helicópteros Huey de Estados Unidos trajeron a una decena de policías armados con fusiles junto a 70 hombres que portaban desraizadores y en media hora destruyeron sus cocales por segunda vez.

«Me dijeron: aquí no hay ni pobres, ni madres solteras, ni enfermos, tenemos órdenes de dejar la coca en cero», recordó Durán en las afueras de su cabaña abundante en barro donde también cría a tres cerdos, dos carneros y una decena de aves de corral.

«No sé qué hacer», dice Durán aunque considera que un primo suyo «enfermo de la cabeza está en peor condición». Se refiere a Germán Estela, de 41 años, quien, según los vecinos de Nuevo Cañaveral, al menos una vez por año se desnuda y corre por los montes cocaleros asegurando a gritos que es Dios.

Germán Estela, que en abril se arrancó de un mordisco el dedo meñique de la mano izquierda, dijo a la AP en su cabaña «estoy endeudado y ya no tengo plata (dinero)». La reciente destrucción de sus cocales le impide pagar una deuda de mil dólares que contrajo el 2014 cuando fue llevado a otro poblado para «sanarse» en casa de una curandera.

Desde el auge de la cocaína que empezó en la década de 1970 en Perú, Colombia y Bolivia, miles de familias migraron a las zonas de cultivo de coca en la vertiente oriental de los Andes para vivir de la economía de la droga.

Con Humala, los erradicadores arrancaron la hoja de coca de gran parte del valle del Alto Huallaga, la cuna del narcotráfico. Pero los cocaleros simplemente se mudaron al sur, a un destino más seguro: el valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro, donde se cultiva el 68% de la coca de Perú y el gobierno no destruye los cocales por temor a una violenta resistencia.

Unos 60 guerrilleros de Sendero Luminoso, residuos de un movimiento que casi puso de rodillas a Perú durante una guerra sucia entre 1980-2000, protegen el tráfico de drogas, aunque la policía afirma que es apenas una de las 15 bandas que trafican en la zona.

Carlos Figueroa, asesor en desarrollo alternativo de la agencia antidrogas DEVIDA, dice que si bien han invertido más de 169 millones de dólares en la gestión de Humala, aún se necesita más tiempo para que aldeas como Nuevo Cañaveral dejen de depender del narcotráfico.

Existe «resistencia al cambio» sobre todo en los que están más ligados al narcotráfico, comenta. «El narcotráfico está enquistado en esta zona y lo que trata de hacer es manejar la vida de ellos…además depreda el medioambiente y contamina el agua con todos los insumos químicos que usan para procesar la droga…y esa agua es la que la gente toma todos los días».

La policía detectó más de 300 laboratorios de cocaína en la región en los últimos dos años, y estima que 20 pistas clandestinas se usan para transportar droga a Bolivia en avionetas.

El sargento antidrogas Miguel Oré, encargado de brindar seguridad a los erradicadores, comenta que quienes huyen de sus casas cuando la policía llega son los que tienen pozas de maceración de pasta base de cocaína ocultas entre sus cocales.

Pero muchos no se van.

«Son gente muy pobre», dijo. «Se arrodillan y ruegan que le dejemos un poquito porque de eso viven».


MONITOREO

El Perú forma parte del Programa Global de Monitoreo de Cultivos Ilícitos (ICMP) que tiene sede en Viena y a través de UNODC apoya a los Estados Miembros en la generación de información cartográfica y estadística sobre la evolución anual de cultivos ilícitos de coca y amapola. Actualmente tiene establecido Sistemas de Monitoreo en Afganistán, Myanmar, Laos, Marruecos, Colombia, Perú, Bolivia y últimamente en Ecuador. En el Perú inició operaciones en el año 1999, teniendo como contraparte nacional a DEVIDA, entidad del Estado encargada de diseñar, coordinar e implementar políticas y actividades dirigidas al control de drogas.

El sistema implementado por UNODC en el Perú ha sido diseñado y estructurado para cartografiar y medir anualmente a nivel nacional, la extensión ocupada por cultivos de coca en áreas tradicionales y nuevas; determinar la oferta anual de hoja de coca y de clorhidrato de cocaína y registrar mensualmente los precios relativos de la hoja y derivados de coca a nivel de distritos con el fin de definir las tendencias de la actividad cocalera.


COCAÍNA

La cocaína es un alcaloide que se obtiene de la planta de coca. Es un estimulador del sistema nervioso y supresor del hambre, usado en medicina como anestésico, incluso en niños, específicamente en cirugías de ojos y nariz. Actualmente en la mayoría de los países la cocaína es una popular droga recreacional.

Origen
Se extrae de la planta de la coca (Erythroxylum coca) (quechua:kuka), una especie de singular importancia cuyas plantas son cultivadas en América del Sur (Colombia, Perú, Bolivia, norte de Argentina), así como en la isla de Java y en la India. Sus hojas se mastican como estimulante para resistir diferentes inclemencias, tales como el apunamiento o soroche, también llamado mal de las alturas.

Efectos que produce
La cocaína es un estimulante que funciona mediante la modulación de la dopamina, un neurotransmisor que se encuentra en ciertas zonas y neuronas del cerebro. Ha sido llamada la droga de los años ochenta y noventa por su gran popularidad y uso durante esas décadas. Sin embargo, la cocaína no es una droga nueva. En realidad, existe desde hace más de 100 años, mientras que las hojas de la coca se han usado durante miles de años y no como un potente estimulante recreativo, sino como hierba medicinal y para la elaboración de infusiones.


COCA (Erythroxylum coca)

En el Perú, desde tiempos inmemoriales el cultivo de la coca ha formado parte de la tradición y costumbres del campesinado andino. La coca es utilizada en la masticación, efectos estimulantes, en aplicaciones medicinales y en rituales religiosos Se estima que estos usos y aplicaciones datan de alrededor de 6,500 años antes a la conquista española del Perú. Al conjunto de usos aplicados a la coca por los descendientes de las culturas ancestrales del Perú se le conoce como «uso tradicional lícito», reconocido en el Art. 14 Inc. 2 de la Convención de las Naciones Unidas contra el Tráfico Ilícito de Estupefacientes de 1988. El uso tradicional de la hoja de coca ha comprometido las múltiples dimensiones del acontecer social jugando una función central en toda ceremonia colectiva de trascendencia: bautizos, matrimonios, defunciones, organización de celebraciones, etc. Es precisamente el carácter «sagrado» atribuido a la planta, lo que la ha tornado en objeto de reverencia y culto otorgándole a la vez profundo significado. La hoja como, «hoja sagrada» no sólo enriquecía la solidaridad social sino que facilitaba la comunicación ritual con las divinidades.

Esto a la vez que hermanaba a los hombres fomentando la solidaridad interna y la integración del grupo, los ponía en contacto con fuerzas tutelares que son el sustento activo de su sociedad y de la naturaleza donde ésta habita. Esta integración del individuo, con su familia, su comunidad, su cultura y su medio ambiente a través de la hoja de coca, hizo de la planta un verdadero símbolo de identidad étnica. Dado su carácter sagrado, la hoja de coca actuaba como símbolo de prestigio y ha sido objeto de intercambio recíproco, regalo preciado y medio general de trueque. Es por ello que en el contexto indígena la coca es la «primera mercancía» y, en particular, la de mayor liquidez y circulación, jugando el rol de «cuasi moneda», ya que era uno de los productos susceptibles de ser intercambiados por casi el total de los bienes que han circulado secularmente en la economía campesina de los Andes.

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