Por ZEINA KARAM, VIVIAN SALAMA, BRAM JANSSEN y LEE KEATH
ESKI MOSUL, Irak Agencia AP
Cuando los combatientes del grupo extremista Estado Islámico irrumpieron en la localidad iraquí de Eski Mosul, el jeque Abdulá Ibrahim supo que su mujer estaba en problemas.
Buthaina Ibrahim era una firme defensora de los derechos humanos que en su día se presentó al consejo provincial de Mosul. Los insurgentes de Estado Islámico le exigieron solicitar una «tarjeta de arrepentimiento». Bajo el mando de la milicia radical, todos los ex policías, soldados y personas cuyas actividades son consideradas «heréticas» deben firmar la tarjeta y llevarla con ellos todo el tiempo.
«Ella dijo que nunca había caído tan bajo», cuenta su marido.
Buthaina Ibrahim se quedó sola en su desafío al Estado Islámico. Y eso le costó muy caro.
El «califato», declarado hace un año, exige obediencia. Un incontable número de personas han sido asesinadas porque eran consideradas peligrosas por EI, o no lo suficientemente piadosas; entre 5 y 8 millones soportan un régimen que ha puesto su mundo patas arriba, ampliando su control a cada aspecto de sus vidas para hacer cumplir su propia interpretación radical de la ley islámica, o Sharia.
El territorio controlado por Estado Islámico es un lugar donde los hombres se bañan en colonia para esconder el olor de los cigarrillos prohibidos; donde los taxistas o conductores suelen sintonizar la radio de EI, ya que escuchar música puede acarrearles 10 latigazos; donde las mujeres deben estar completamente cubiertas, vestidas de negro y con zapato plano; donde las tiendas deben cerrar a la hora del rezo, y todo el mundo que esté al aire libre en ese momento debe asistir.
No hay una salida segura. La gente se desvanece — su desaparición se explica a veces por un certificado de defunción poco claro, o peor, un video sobre su decapitación.
«La gente les odia, pero han perdido la esperanza, y no ven que nadie les apoye si se levantan en su contra», dijo un sirio de 28 años que pidió ser identificado solo por el apodo que utiliza para el activismo político, Adnan, para proteger a su familia, que sigue viviendo bajo el dominio de EI. «La gente siente que nadie está con ellos».
La Associated Press entrevistó a más de 20 iraquíes y sirios que describieron la vida bajo el yugo de los extremistas. Un equipo de AP viajó a Eski Mosul, un pueblo a orillas del Tigris, al norte de Mosul, donde los residentes pasaron casi siete meses gobernados por EI hasta que combatientes curdos expulsaron a la milicia en enero. Fuerzas insurgentes siguen atrincheradas a unos cuantos kilómetros, tan cerca que se puede ver el humo de los combates del frente.
Otro equipo de AP viajó a las localidades fronterizas turcas de Gaziantep y Sanliurfa, refugio de sirios que han huido de territorios regidos por el grupo.
La imagen que dibujan sugiere que el «califato» de Estado Islámico ha evolucionado a un pseudo-estado arraigado, basado en la burocracia del terror. Los entrevistados proporcionaron a AP algunos documentos producidos por la maquinaria de gobierno de EI — tarjetas de arrepentimiento, listados de las armas de los combatientes locales, folletos explicando las normas de vestimenta de las mujeres, o detallados impresos para solicitar permiso para viajar fuera del territorio controlado por EI. Todos ellos ornamentados con la bandera negra de EI y su lema «Califato bajo el camino del profeta».
Adnan describió la transformación sufrida por la ciudad siria de Raqa tras la llegada del Estado Islámico en enero de 2014. Para entonces, él había huido, pero tras meses añorando a su familia, el joven de 28 años regresó para ver si podría superar vivir bajo el control de los extremistas. Pasó menos de un año en la ciudad, que ahora es la capital de facto del grupo. El activista habló con la AP desde Gaziantep, en la frontera turca.
La que en su día fuera una capital provincial colorida y cosmopolita se ha transformado, explicó. Ahora, mujeres envueltas en negro de pies a cabeza corren al mercado antes de regresar rápido a sus hogares. Las familias suelen quedarse en casa para evitar cualquier contacto con los comités «Hisba», los temibles encargados de hacer cumplir las innumerables normas de EI.
Combatientes de la milicia radical convirtieron un estadio de fútbol en cárcel y centro de interrogatorios, conocido ahora como «Punto 11». La plaza central de la ciudad es conocida entre los residentes como Plaza «Jaheem» — Infierno, un punto de ejecuciones donde Adnan dice haber visto los cadáveres de tres hombres colgados durante días como advertencia.
Miembros armados de la Hisba patrullaban las calles, viajando en todoterrenos y vistiendo pantalones anchos y largas chilabas al estilo afgano. Olfatean a la gente para detectar rastro de cigarrillos, y castigan a mujeres que consideran que están cubiertas de forma inapropiada o a hombres que visten ropas o llevan cortes de pelo de estilo occidental. Adnan dijo que una ocasión recibió 10 latigazos por escuchar música en su coche.
En este mundo, la directa Buthaina Ibrahim estaba claramente en peligro. El jeque intentó salvar a su mujer, enviándola a un lugar seguro, pero regresó pronto porque echaba de menos a sus cinco hijos — tres niñas y dos niños —, explicó. A principios de octubre, los insurgentes rodearon su casa y la sacaron a rastras.
Poco después, Ibrahim recibió el certificado de defunción. Una simple hoja de papel de un «tribunal islámico» con la firma de un juez, que dice que se certificó el fallecimiento de Buthaina, y nada más. No tiene idea de donde está su cuerpo.
Combatientes curdos propiciaron la caída de Estado Islámico en Eski Mosul. En medio de la alegría por la liberación, muchos residentes se deshicieron de documentos de Estado Islámico.
Pero Ibrahim guarda el certificado de defunción como un vínculo con su esposa, «porque tiene su nombre en él».
Un ex soldado en la localidad, Salim Ahmed, dijo que guarda su carta de arrepentimiento. Estado Islámico puede haberse marchado, pero el miedo que le inculcó sigue todavía con él.
«Vivimos muy cerca de la línea del frente», dijo. «Un día podrían regresar y volver a pedirme mi tarjeta de arrepentimiento».