Por MARGIE MASON
BANDUNG / Agencia AP

Chimoy enciende un cigarrillo y aspira profundamente. Después de un momento, suelta el humo de su delgado Dunhill Mild. La joven se maneja con soltura y transmite la confianza de una mujer de 30 años, pero tiene apenas 17. Su cuerpo está cubierto de tatuajes de ángeles y mariposas, y luce una camiseta negra con una calavera.

Chimoy, según dicen ella y las otras niñas, así como trabajadores sociales, es una proxeneta.

Se metió en el negocio cuando tenía 14 años. El novio de una hermana le propuso que se prostituyese, pero ella consiguió a una amiga para el trabajo que le ofrecían. Pronto tenía en marcha un negocio de prostitutas que incluía un auto, una casa y unas 30 chicas que trabajaban para ella y le generaban ganancias del orden de los 3 mil dólares al mes, una pequeña fortuna en un país pobre como Indonesia.

«El dinero era demasiado tentador como para resistirse», comenta. «Me sentía orgullosa de ganarme yo misma ese dinero».

Chimoy no está sola. La Comisión Nacional de Protección del Menor dice que hacia fines del año pasado se habían pillado 21 niñas de entre 14 y 16 años que trabajaban como «mamis» y que probablemente haya muchas más.

Es fácil. Las chicas usan mensajes de texto y las redes sociales para conseguir clientes y ganan dinero sin tener que pararse en una esquina oscura, luciendo minifaldas y tacos altos.

«Enferma ver estas chicas de 11 y 12 años metidas en este negocio», afirma Leonarda Kling, representante en Jakarta de Terre des Hommes de Holanda, una organización sin fines de lucro enfocada en la trata de blancas. «Son vidas desperdiciadas».

Chimoy, quien ella misma ha trabajado de vez en cuando como prostituta, y otras adolescentes dedicadas a este negocio entrevistadas para este reportaje son identificadas solamente por sus apodos. The Associated Press generalmente no identifica a menores que son víctimas de abusos sexuales.

Recientemente, en la ciudad oriental de Surabaya, una niña de 15 años fue detenida luego de acompañar a otras tres menores para que se encontrasen con clientes en un hotel. La portavoz policial Supurati dijo que la menor empleaba a 10 prostitutas, incluidas compañeras de escuela, amigas de Facebook y su propia hermana mayor, y se quedaba con hasta una cuarta parte de los 50 a 150 dólares que cobraban por servicio.

Manejaba el negocio a través del popular sistema de mensajes de BlackBerry y ganaba hasta 400 dólares al mes, según Suprati, quien usa un solo nombre, igual que muchos indonesios. La muchacha encontraba clientes también en centros comerciales y restaurantes.

«Se manejaba como una profesional», expresó Suparti.

La trata de blancas y el turismo sexual son una vieja tradición en este archipiélago de 240 millones de habitantes donde impera una corrupción rampante, la policía es ineficaz y no se hacen denuncias porque la gente se siente avergonzada o no tiene fe en el sistema.

La Organización Internacional del Trabajo de las Naciones Unidas calcula que entre 40 mil y 70 mil niños caen víctimas de la explotación sexual en Indonesia todos los años.

Con frecuencia la prostitución es una vía de escape a la pobreza.

Daus dice que su deseo de tener un teléfono multiusos fue lo que lo llevó a hacer de prostituto a los 14 años. El muchacho, hijo de un obrero de fábrica y una vendedora callejera, dice que ganaba entre 400 y 500 dólares al mes por mantener relaciones sexuales con tres mujeres treintonas o cuarentonas.

«No quería hacerlo, pero soñaba con el BlackBerry», relata. Indonesia es uno de los países con más usuarios de Facebook y Twitter «y si no tienes un BlackBerry, sientes que no eres nada y tus amigos te ignoran».

El factor que más empuja a los menores a la prostitución, no obstante, no es el dinero, sino situaciones domésticas, incluido el abuso y la desatención, según Faisal Cakrabuana, de Yayasan Bahtera, una organización sin fines de lucro de la capital de Java Occidental, Bandung, que ayuda a los menores que son víctimas de abusos sexuales.

A veces las niñas se conocen en la calle, se van a vivir juntas y una de ellas termina de líder del grupo, haciendo de proxeneta.

Generalmente es la que ya tenía experiencia en el negocio. Las otras le pagan en efectivo, alcohol y drogas, o simplemente contribuyen al alquiler y los gastos de la vivienda, según Cakrabuana. En algunos casos los proxenetas no les cobran a sus prostitutas pues vienen de familias pudientes.

«Buscan lo que sus familias no les dan: atención», indicó el experto. «Arman sus propias familias».

Chimoy era una hija única que vivía con la madre. El padre nunca estaba, ya que tenía otras cuatro esposas. En este país de mayoría musulmana la poligamia es común.

Recuerda con orgullo que siempre estuvo entre las mejores de su clase y era particularmente buena en todo lo que tuviera que ver con los negocios y la cocina.

En sexto grado ya se movía entre chicas mayores. En el noveno bebía y consumía drogas. Fue a esa altura que dejó la escuela para dedicarse de lleno a ser proxeneta. Quedó embarazada y tuvo su primer hijo a los 15 años. El segundo llegó un año después.

Trabajaba en bares de karaoke, a veces prostituyéndose ella misma, y se hizo de una clientela. Abundaban el dinero y las drogas. Se hizo adicta a las metanfetaminas de cristal, conocidas aquí como shabu shabu.

Al principio tenía tres chicas trabajando para ella. Luego vinieron muchas más. Generalmente tenían entre 14 y 17 años, aunque hubo también alguna veinteañera.

«Alquilamos una casa en la que vivíamos todas. Era más fácil pegar un grito y decir ‘¿quién quiere este trabajito?»’, expresó.

Una vez un cliente pagó 2 mil dólares, un BlackBerry y una moto por una niña virgen.

Nuri, una niña muy delgada, dice que Chimoy es como una familiar y que jamás se aprovecha de ellas. Las niñas deciden cuánto le pasan. Usan una banda de motociclistas de la secundaria cuando necesitan imponer respeto.

«No es como los chulos adultos que tuve. El dinero no le interesa y vela por nuestra seguridad», afirmó Chacha, de 16 años.

Hay menores proxenetas en otros países también, según Anjan Bose, de ECPAT International, una agrupación sin fines de lucro que ayuda a menores víctimas de abusos sexuales.

En la República Dominicana hay niñas de 13 años haciendo de prostitutas que ganan más que las maestras de escuela. En Tailandia y las Filipinas las adolescentes se desnudan o realizan actos sexuales frente a cámaras, mayormente para clientes de países occidentales. Una estudiante canadiense de secundaria está siendo juzgada, acusada de reclutar a través de Facebook adolescentes de hasta 13 años para que tengan relaciones sexuales con hombres.

Tanto las prostitutas como las proxenetas adolescentes necesitan ayuda para salir de ese negocio, dice Bose, quien está basado en Bangkok.

«Una menor no puede acceder a ser prostituta», afirmó. «Es una situación de explotación, en la que sirven las necesidades del cliente. Deben ser vistas como víctimas».

Chimoy vive hoy en una habitación en la que apenas cabe un colchón. Lo perdió todo por su adicción a las drogas.

Dice que ya no se droga y que quiere dejar de hacer de proxeneta. Lleva dos años trabajando con Yayasan Bahtera, cuyo apoyo le está permitiendo alejarse del negocio poco a poco, según relata.

La fundación la ofrece capacitación y terapia. El director del programa, Cakrabuana, dice que no hay que juzgar a las niñas, incluso si siguen en el negocio de la prostitución.

«Estoy tratando de dejar atrás el pasado», dice Chimoy, quien está criando sus hijos con la ayuda de su madre.

Pero sigue manejando cinco niñas que también están en el programa. Cuando se quedan sin dinero, no obstante, le piden a Chimoy que les consiga clientes.

«Enferma ver estas chicas de 11 y 12 años metidas en este negocio. Son vidas desperdiciadas».
Leonarda Kling
Terre des Hommes

Su deseo de tener un teléfono multiusos fue lo que lo llevó a hacer de prostituto a los 14 años. «No quería hacerlo, pero soñaba con el BlackBerry»,
Daus

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