Rousseff ganó con un 41% de los votos frente al 34% de Neves en la primera ronda electoral celebrada el domingo, y Neves, 34%, según los resultados del máximo tribunal electoral que supervisa la elección en el gigante sudamericano.
Rousseff, del Partido de los Trabajadores, no alcanzó el 50% de los votos que necesitaba para obtener la presidencia sin tener que ir a una segunda ronda electoral y ahora deberá enfrentarse al exgobernador del estado de Minas Gerais, el segundo más poblado del país, el próximo 26 de octubre.
Neves, de 54 años, superó de manera sorpresiva a la ex ministra de Medio Ambiente, Marina Silva, que hace tan sólo cuatro semanas tenía una ventaja de dos dígitos sobre el ex gobernador y parecía que se podría alzar con la presidencia del país más grande de América Latina.
Descendiente de una tradicional familia de políticos, Neves es nieto del ex presidente electo Tancredo Neves, que fue el primer mandatario elegido democráticamente tras el régimen militar que terminó en 1985 y quien murió, sorpresivamente, un día antes de tomar juramentación de su cargo.
Millones de brasileños acudieron a las urnas a votar el domingo en un escenario político que aún no estaba exento de sorpresas, como la que propinó el candidato de Partido de la Social Democracia Brasileña en una elección que los analistas la han caracterizado como la más incierta desde que terminó la dictadura militar en 1985.
Una campaña agresiva de Rousseff, de 66 años, habría erosionado el apoyo popular con el que contaba Silva, que sólo entró en la contienda presidencial a mediados de agosto después de que un accidente aéreo acabó con la vida del candidato original del Partido Socialista, Eduardo Campos.
Se creía que Silva iba a aprovechar el generalizado desprecio que los brasileños sienten por la clase política, cuya ira provocó masivas protestas en todo el país en contra el gobierno el año pasado.
Las encuestas realizadas después de las manifestaciones, ocurridas hace más de un año, indicaban que Silva fue de las pocas figuras políticas que había salido ilesa, lo que habría permitido conservar su reputación de política honesta en medio de lo que los brasileños perciben como un mar de corrupción.
Pero Silva, de 56 años, no aguantó la andanada de ataques que la mostraron como una política sin convicciones firmes, indecisa y sin el temple necesario para dirigir la quinta economía del mundo; algo que remarcaron los comerciales de Rousseff.
«Marina Silva lo intentó pero no fue capaz de transmitir un mensaje de cambio. Sólo respondiendo a los ataques», dijo Paulo Sotero, director del Instituto Brasil en el Centro Internacional Woodrow Wilson Para Académicos, en Washington. «Hemos visto las campañas negativas, pero nunca a este nivel de ferocidad».
En materia económica, Neves propone atraer la inversión privada, darle autonomía al Banco Central en el manejo de la política monetaria y firmar acuerdos bilaterales de comercio con Estados Unidos y países de Europa y reducir el gasto público.
Durante las últimas semanas, noticias contrastantes sobre el desempeño económico y social impactaron al país.
Después de ser sede del Mundial de fútbol en junio y julio, Brasil entró en una recesión técnica en agosto por el crecimiento negativo del Producto Interno Bruto. Pero al mismo tiempo, el país mantiene unas cifras de desempleo que son históricamente bajas, mientras que organizaciones internacionales revelaron que el país redujo de manera significativa la pobreza extrema y salió prácticamente del mapamundi del hambre global de Naciones Unidas.
Durante su campaña, Rousseff repitió varias veces que 42 millones de brasileños escalaron de la clase baja a la clase media desde que el Partido de los Trabajadores viene ocupando el poder, primero con el presidente Luiz Inácio Lula da Silva.
«La gente en Brasil está contenta con lo que ha pasado en los últimos 12 años. Ahora piensan que pueden lograr mucho más y pueden mejorar mucho más rápido», dijo Peter Hakim, presidente de Diálogo Interamericano. «Quieren proteger lo que ya tienen pero no quieren arriesgarse a perderlo todo».
Hace poco más de un año, millones de brasileños salieron a las calles a manifestarse contra el gobierno en marchas que paralizaron varias ciudades durante dos semanas. El descontento provenía de una clase media recién cimentada que exigía mejor salud, calidad en la educación y eficiencia en el transporte urbano.
Atender las demandas de ese sector insatisfecho es la tarea pendiente para quien sea el mandatario de la séptima potencia del mundo los próximos cuatro años.