REDACCIÓN LA HORA
Agencias AP y DPA; Gobierno de Brasil, BM

Aunque Rousseff y su principal rival, Marina Silva, se encuentran empatadas entre los votantes de clase media, que es el grupo que más vota en el país, la mandataria goza de una amplia ventaja entre los más pobres de Brasil por sus generosos programas sociales que han ayudado a erradicar el hambre y la pobreza extrema, bajo el mandato del Partido de los Trabajadores que ella lidera.

Entre 2001 y 2012, Brasil redujo la pobreza extrema del 14% de la población al 3,5%, según el informe anual del Estado de la Inseguridad Alimentaria de Naciones Unidas, publicado la semana pasada. La cantidad de personas con desnutrición se redujo del 19% a menos del 5%, lo que sacó a Brasil del mapamundi del hambre global de la ONU.

Además, en la última década, decenas de millones de personas salieron de la pobreza y ahora hacen parte de la clase media baja del país.

La última encuesta de la respetada firma Ibope, publicada la semana pasada, dice que el 46% de quienes tienen los ingresos más precarios, y que constituyen un cuarto del electorado, votaría por Rousseff en la primera vuelta en las elecciones presidenciales del 5 de octubre, en comparación con el 24% de quienes votarían por Silva.

A Rousseff le va mejor en este sector de la población en comparación con el resto del electorado. El sondeo de Ibope muestra que Rousseff supera a Silva con un 6% de los votos para la primera vuelta. Si ninguno de los candidatos obtiene el 50% del total de los sufragios, una segunda vuelta se tendrá que celebrar el próximo 26 de octubre y que Silva ganaría por un estrecho margen, según la misma encuesta.

Ibope encuestó a 3 mil 010 personas en todo Brasil del 13 al 15 de septiembre con un margen de error de más o menos dos puntos porcentuales.

Andrea Santos, que vive en la favela Heliópolis de Sao Paulo, uno de las más grandes de Brasil, dice la mayoría de sus vecinos no dudan a quién entregar su voto.

«Las mejoras que Dilma y el Partido de los Trabajadores hicieron en materia de salud y educación para los pobres garantizará que el 90 por ciento» de quienes votan en Heliópolis lo harán por ella, dijo Santos, que vive en un viejo edificio de concreto, tres pisos, y construido en un estrecho callejón.

Santos, sus cinco hijos y un nieto comparten dos estrechas habitaciones en el edificio que carece de ascensor y que arrienda por 400 dólares al mes; lo que corresponde a la totalidad del salario que recibe por coordinar actividades educativas para jóvenes en un centro comunitario local.

«Si no fuera por el dinero que mis hijos ganan haciendo trabajos ocasionales aquí y allá o haciendo mandados, no sería capaz de pagar el alquiler», dijo Santos, de pie, delante de su televisor de pantalla plana junto con Nelinha, su perro pinscher de siete años.

Durante cuatro años su familia se benefició de uno de los programas más populares impulsado por el Partido de Trabajadores, llamado «Bolsa Familia», que entregó 10 mil 700 millones de dólares a unas 14 millones de familias en 2013.

El programa da a las madres un estipendio mensual variable siempre y cuando puedan demostrar que están sus hijos van a la escuela y que mensualmente los llevan a las clínicas estatales para chequeos rutinarios y para que les pongan vacunas. Santos recibió unos cien dólares en efectivo cada mes por mantener a sus hijos en la escuela hasta que su último hijo terminó clases en diciembre.

«La vida de los pobres ha mejorado durante los gobiernos del Partido de los Trabajadores y votarán por Dilma porque sienten que sus vidas continuarán mejorando, y tienen miedo que puedan perder los beneficios que han obtenido», dijo Pedro Fassoni Arruda, profesor de ciencia política de la Universidad Católica de Sao Paulo. «No hay duda de que en todo el país Dilma y el Partido de los Trabajadores tienen el apoyo de los sectores más pobres de la sociedad».

El equipo de Silva acusó a la campaña de Dilma de difundir rumores de que la opositora, que tiene una agenda económica más ortodoxa, terminaría el programa Bolsa Familia si resulta electa. El equipo de Dilma rechaza la acusación.

La semana pasada, Silva lanzó un anuncio publicitario, de corte emocional, que la mostraba ante una manifestación al noreste de Brasil, diciendo que nunca terminaría ese programa porque ella misma tuvo que pasar hambre como la hija que era de un empobrecido cauchero que trabajaba en lo profundo de la selva amazónica.

En privado, los asesores de Silva reconocen su frustración porque su campaña no ha atraído a los pobres. Argumentan que no tienen tiempo o dinero para hacerle entender a la gente que Silva tiene raíces humildes mientras que Rousseff es hija de la clase media.

Sin embargo, entre los votantes pobres es suficiente para sufragar por Rousseff que el mentor político de la mandataria, el ex presidente de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva, pasara de limpiabotas a jefe de estado del país, así como la marca «Partido de los Trabajadores».

Manoel Otaviano da Silva, líder comunitario de Heliópolis, lo expresó sin rodeos.

«Lula es visto aquí como un Dios que puede hacer nada malo», dijo. «Si él respalda a Dilma, entonces ella no podrá hacer nada malo. La mayoría de los residentes aquí la ven como una continuación de Lula y de los programas que su gobierno introdujo».

En las laberínticas calles de Heliópolis es prácticamente imposible encontrar un sólo cartel o pancarta de la campaña de Silva. En contraste, los anuncios de la campaña de Rousseff están por doquier.

«¿Por qué debo votar por Marina Silva cuando ya sé lo que Dilma y el Partido de los Trabajadores han hecho y seguirán haciendo?», dijo María Damaceno de Santana, cocinera de 43 años que vive en la favela. «Dilma tiene que ser reelegida para que pueda seguir ayudando a los pobres. Sabemos quién es Dilma. No sabemos quién es Marina Silva».

EL ATAQUE DE SILVA: INFLACIÓN

Silva tildó de «aventurera» la política económica adoptada por el gobierno de Rousseff, al que acusó de contener precios y tarifas públicas para enmascarar el aumento de la inflación.

En una entrevista a la TV Globo, la líder ambientalista sostuvo que, como presidente de la República, «tiene que resolver esta situación difícil en la que puso a Brasil, al manipular los precios administrados (por el gobierno) para tener buenos resultados en lo que se refiere a la inflación -que pese a ello sigue elevada- para obtener dividendos políticos».

Silva sostuvo que, de ser elegida, volverá a poner en vigencia los principios de responsabilidad fiscal vigentes en Brasil desde la edición del Plan Real dictado en 1994, durante el gobierno de Itamar Franco.

Según la candidata, esta política, basada en la responsabilidad fiscal, el cambio flotante y la meta de inflación, fue mantenida por Itamar Franco (1992-1994), Fernando Henrique Cardoso (1995-2002) y por Luiz Inacio Lula da Silva (2003-2010), pero fue abandonada por el actual gobierno, lo que llevó a la caída en las tasas de crecimiento económico.

«La presidente se aventuró, y ahora tenemos a nuestro país con baja credibilidad, escasa inversión y tasas de interés elevadas que favorecen la baja inversión».

«Nosotros haremos que Brasil vuelva a crecer. Una buena parte del capital que necesita Brasil es intangible: es confianza, credibilidad, respeto a los contratos, es crear un ambiente que estimule los inversionistas a volver a invertir en Brasil», agregó.

Al mismo tiempo, aseguró que su proyecto no contempla frenar los programas sociales del actual gobierno, y prometió que los bancos públicos mantendrán su papel social de financiar la agricultura y la construcción de viviendas populares, entre otros programas.

No obstante, afirmó que pretende revisar el papel del organismo brasileño de fomento, el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) que, a su juicio, ha sido usado por el actual gobierno para financiar «a media docena de empresarios, parte de ellos en quiebra, y a algunos que hicieron desaparecer miles de millones reales de nuestro dinero».

CAMPAÑA EN MOSTRADOR MUNDIAL

Cuando faltaban 11 días para los comicios generales en los que buscará la reelección, la presidente de Brasil, Dilma Rousseff, aprovechó esta semana el discurso inaugural de la 69 Asamblea General de las Naciones Unidas para destacar los éxitos de su gobierno.

La mayor parte del discurso de la mandataria no fue dedicada a los grandes temas internacionales, sino a la situación interna de Brasil que, según recordó, ya fue excluido del «Mapa del Hambre».

Según Rousseff, ello resulta de los programas sociales adoptados en los últimos 12 años por su Partido de los Trabajadores (PT), que generaron 21 millones de empleos, aumentaron en un 71 por ciento el poder adquisitivo del salario mínimo y rescataron de la miseria a 36 millones de brasileños, «22 millones de ellos bajo mi gobierno».

La presidenta destacó además la reducción de los índices de mortalidad infantil, el acceso universal a la educación fundamental, la formación de ocho millones de jóvenes en escuelas técnicas creadas por el gobierno y la «expansión sin precedentes de la enseñanza superior», gracias a «acciones afirmativas que permitieron el ingreso masivo a la universidad de estudiantes pobres, negros e indígenas».

Rousseff recordó además que, por una ley propuesta por el gobierno y aprobada por el Congreso, el 75 por ciento de los beneficios obtenidos a través de la explotación de los gigantescos yacimientos de petróleo en aguas ultraprofundas de la llamada capa pre-sal será destinado a la educación.

«Convertiremos recursos finitos, no renovables -como el petróleo y el gas- en algo perenne: educación, conocimiento científico, tecnológico e innovación. Este será nuestro pasaporte hacia el futuro», aseveró.

Al mismo tiempo, la mandataria salió al paso de las críticas a la política económica de su gobierno que, según sus rivales en la disputa por los comicios del 5 de octubre, es responsable de los bajos índices de crecimiento económico y del aumento de la inflación, que hoy oscila en torno al 6,5 por ciento al año, en el límite de tolerancia de dos puntos porcentuales frente a la meta oficial.

«No hemos descuidado la solidez fiscal y la estabilidad monetaria», aseguró Rousseff, quien sostuvo que, gracias a las políticas adoptadas por su gobierno para hacer frente a la crisis financiera internacional que estalló en 2008, Brasil logró evitar sus peores consecuencias: «el desempleo, el recorte de salarios, la pérdida de derechos sociales y la parálisis de la inversión».

«En el período de la crisis, mientras que el mundo desempleaba a cientos de millones de trabajadores, Brasil generó 12 millones de empleos formales. Además, nos hemos afianzado como una de las principales destinaciones de inversiones externas. Reanudamos la inversión en infraestructura en una fuerte asociación con el sector privado».

«Todas esas conquistas ocurren en un ambiente de solidez fiscal», agregó Rousseff, al destacar que la deuda pública neta bajó del 60 al 35 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) desde 2003, que las reservas internacionales se multiplicaron por diez y que la inflación «también se sitúa en los límites de la banda de variación mínima y máxima fijada por el sistema de metas en vigencia en Brasil».


Las elecciones más caras

DPA

Las elecciones generales del 5 de octubre en Brasil serán las más caras de la historia: su costo llegará a unos 31 mil 500 millones de dólares, un monto suficiente para financiar durante seis años el principal programa social del país, el Beca Familia, reveló hoy la revista electrónica «Congreso en Foco».

Según la publicación, el monto de gastos previsto por los 25 mil candidatos que intervendrán en las próximas urnas sería también suficiente para financiar durante siete décadas el pago de salarios de los 594 diputados y senadores y para realizar casi tres Mundiales de fútbol similares al que organizó el país en junio y julio pasado.

Los gastos esperados para los próximos comicios suponen además un aumento del 400 por ciento frente al total registrado en las elecciones brasileñas de 2002, un índice muy superior al de la inflación del 76 por ciento acumulada en ese período.

Según el reportaje, los once candidatos que disputarán los comicios presidenciales -en los que la actual mandataria, Dilma Rousseff, buscará la reelección- estimaron en 917 millones de reales (unos 407 millones de dólares) sus gastos con la campaña.

De este total, un 80 por ciento será invertido por Rousseff y por sus dos principales rivales en las próximas urnas: el senador opositor Aecio Neves, del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), y la líder ambientalista Marina Silva, quien se convirtió en postulante del Partido Socialista Brasileño (PSB) tras la muerte en accidente aéreo del candidato a la agrupación, Eduardo Campos.

Las millonarias donaciones para las campañas políticas se han convertido en fuente de los principales escándalos de corrupción que sacudieron Brasil desde el regreso del país a la democracia en 1985, después de 21 años de dictadura militar.

Desde 1997, tramitan en el Congreso propuestas destinadas a limitar los gastos en las campañas políticas, pero los diputados y senadores se resisten a votar estos proyectos.

«La avalancha financiera que domina las elecciones es el principal factor de distorsión de la representación política en Brasil», afirmó el diputado oficialista Henrique Fontana, correligionario de Rousseff en el PT, quien defiende que las campañas políticas sean financiadas exclusivamente por recursos públicos y que las empresas sean prohibidas de realizar aportes.

En declaraciones a «Congreso en Foco» el juez electoral Márlon Reis, coordinador del Movimiento de Combate a la Corrupción Electoral (MCCE), consideró que los gastos de los candidatos para conquistar votos alcanzó «un grado de insostenibilidad».

«Las elecciones son un juego comprado en Brasil», agregó el magistrado, quien argumentó que, para lograr un mandato, un candidato necesita tener un elevado monto de recursos financieros o el apoyo de grandes empresas.

«El electorado está siendo llamado a legitimar un modelo que no es sostenible ni representativo. Todos los sectores expresivos de la sociedad deberían tener un asiento en el Parlamento, pero sólo están los que tienen la bendición del poder económico».

«Por esto la gente dice: ellos no nos representan», enfatizó Reis, al recordar una de las principales consignas de las masivas protestas populares que sacudieron Brasil en junio de 2013.


Giro en política exterior

_Inter13_1bLuego de estar en el poder por más de una década, el Partido de los Trabajadores ha fortalecido los lazos de Brasil con los gobiernos izquierdistas de la región, ayudando a la socialista Venezuela a entrar al Mercosur e invirtiendo mil millones de dólares en un puerto industrial en Cuba.

Pero si la presidente Dilma Rousseff no logra ganar a la candidata Marina Silva en las elecciones de octubre, la mayor economía de América del Sur podría cambiar su política internacional.

Silva, candidata del Partido Socialista Brasileño, dice que podría revitalizar los lazos diplomáticos y económicos con Estados Unidos y Europa, con quienes promoverá, principalmente, la firma de nuevos tratados comerciales.

En un eventual gobierno de Silva, «habrá un cambio de rumbo en la política exterior» del país, dijo su principal asesor, Mauricio Rands, a sus partidarios en un evento donde se hicieron públicas algunas de las propuestas programáticas de la opositora. «Brasil debe ser el promotor de los acuerdos bilaterales y regionales» de comercio.

La reformista Silva fue nominada como candidata del Partido Socialista luego de que el político que había sido elegido por la agrupación, Eduardo Campos, muriera en un accidente de avión el mes pasado. Desde entonces, el perfil de candidata anti-establecimiento de Silva transformó la carrera a la presidencia brasileña para convertirla en un cabeza a cabeza entre ella y Rousseff.

Un triunfo de Silva representaría un cambio de dirección de este gigante aletargado.

Bajo el gobierno de Rousseff y los dos períodos de su predecesor Luiz Inacio Lula da Silva, Brasil apoyó firmemente a aliados izquierdistas de la región como Cuba, Venezuela, Ecuador y Bolivia.

Rousseff lució radiante en enero cuando participó con el presidente cubano Raúl Castro en la ceremonia de inauguración de la primera fase de la construcción del nuevo Puerto de Mariel, que el gobierno isleño espera sea al puerto industrial más grande del Caribe.

La influencia de su gobierno fue lo que convenció al Mercosur de que hiciese a un lado sus temores de una posible violación de sus normas democráticas y admitiese a Venezuela como miembro.

Al mismo tiempo, Rousseff no duda en desairar a Washington rechazando una invitación para realizar una visita formal a la capital estadounidense, la primera que se la hace a un líder brasileño en dos décadas. Semejante desaire a la Casa Blanca, motivado por revelaciones de que la Agencia de Seguridad Nacional había espiado sus comunicaciones, es el primero de su tipo del que se tiene memoria.

Rousseff se encaminaba hacia una aparente victoria antes de que surgiese la candidatura de Silva. Se espera que ambas ocupen los dos primeros lugares en los comicios del 5 de octubre, sin lograr la mayoría absoluta, y se enfrenten en una segunda ronda tres semanas después.

Silva dijo que su política exterior se enfocará en «promover los intereses y valores nacionales». En un programa de 242 páginas declara que «la política exterior no puede ser rehén» de sectores políticos.

Muchos de los cambios de plantea apuntan a reducir las tarifas, expandir el comercio y revivir la tambaleante economía brasileña, que entró en una recesión este año luego de años de una tenue expansión.


Semanas decisivas para definir

_Inter13_1cLa campaña para las elecciones presidenciales del 5 de octubre en Brasil ingresa hoy en su última semana, que será decisiva para definir el futuro político del gigante sudamericano y el peso de las demandas populares por cambios tras casi 12 años de gobierno del Partido de los Trabajadores (PT).

Según las encuestas, casi ocho de cada diez brasileños abogan por cambios profundos, tanto en el sistema político como en la política social, que rescató a decenas de millones de personas de la pobreza, pero que no fue capaz de mejorar significativamente la muy precaria calidad de los servicios públicos de salud, educación y transporte.

Esta demanda apareció por primera vez en junio del año pasado, con las masivas protestas populares que sacudieron el país durante la disputa de la Copa Confederaciones, y ahora pueden reflejarse también en las urnas.

La presidenta Dilma Rousseff, quien llegó al poder en 2011 gracias al apoyo del carismático líder del PT, Luiz Inacio Lula da Silva, no ha logrado conquistar la popularidad de su antecesor, y con ello alimenta esperanzas de los dos principales candidatos de oposición: la líder ambientalista Marina Silva y el senador socialdemócrata Aecio Neves.

La principal amenaza a la permanencia del PT en el poder viene de Silva, ex integrante del partido y ex ministra de Medio Ambiente de Lula, quien se convirtió en candidata a la Presidencia en agosto, tras la muerte en un accidente aéreo del anterior representante del Partido Socialista Brasileño (PSB), Eduardo Campos.

La ambientalista ingresó en la disputa con un 21 por ciento de la intención de voto y, pese a que sólo tiene 2,5 minutos diarios de propaganda en radio y televisión, menos de la cuarta parte de Rousseff. Sin embargo, dos semanas después llegó al 34 por ciento.

Asustados por el avance de Silva, tanto Rousseff como Neves -éste en menor medida- lanzaron una ola de ataques a la candidata socialista, que parece haber producido resultados.

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