Por Florencia Martin
Buenos Aires / Agencia dpa
Luego de varios hechos delictivos protagonizados por migrantes, el secretario de Seguridad, Sergio Berni, señaló que en un fin de semana se había detenido «a 60 delincuentes extranjeros que vienen a la Argentina únicamente a delinquir» y exigió agilizar la justicia para posibilitar una expulsión rápida en estos casos.
Ante las discusiones que surgieron luego de la solicitud del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) expresó su preocupación «sobre el peligro de cualquier vinculación que se pretenda establecer entre delincuencia y condición migratoria».
Y la preocupación va más allá del reciente debate. Una encuesta del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad de San Martín (IDAES) concluyó que el 33 por ciento de los consultados en zonas metropolitanas de Buenos Aires no querría que su hijo/a contrajera matrimonio con una persona boliviana, peruana o paraguaya.
La cifra es sorprendente, sobre todo por situarse en las antípodas de la legislación vigente en materia de migración, con fuerte foco en la integración latinoamericana.
«A nivel legislativo, Argentina es un caso ejemplar», comenta Alejandro Grimson, doctor en Antropología y exdecano del IDAES. «A partir de la nueva ley de 2004, la migración deja de ser tratada como un tema de seguridad nacional para ser tratada como un tema de derechos humanos, y en ese sentido se convierte en un caso casi único, que es estudiado en muchos lugares del mundo», señala el especialista.
«La ley es fascinante porque establece que cualquier persona, con o sin papeles, con o sin estadía legal, tiene derecho a la educación y a la salud pública. No es que los seres humanos se convierten en tales por tener documento. Lo son, tengan documento o no. Es un cambio gigantesco”, afirma en relación con la ley de migración, implementada en combinación con el Programa Patria Grande, que incorporó a unos 500 mil inmigrantes regionales que vivían indocumentados en el país.
La discriminación, no obstante, se hace palpable a distintos niveles, en particular en lo referido a inmigrantes regionales. Como ejemplo, Grimson cita debates en el sector de la salud, un bien de acceso público, en el que, sin embargo, se conocen discusiones sobre por qué tratar a un extranjero con un elemento escaso.
¿Cómo se explica este fenómeno en un país orgulloso de haberse conformado a partir de fuertes corrientes migratorias?
«El relato nacional brasileño se dice orgulloso de la integración de tres razas: la india, la negra y la europea», analiza Grimson. «El relato clásico argentino, en cambio, se siente orgulloso de la integración de muchas procedencias, pero siempre remitiéndose a nacionalidades europeas. En ese discurso no están presentes los pueblos originarios», apunta.
«Sin embargo, un estudio del Conicet ha establecido que aproximadamente un 56 por ciento de la población argentina tiene alguna ascendencia indígena, lo que en México o Perú se llama mestizo».
Mientras que en Europa, explica, existe un racismo histórico, pero predominantemente un fundamentalismo cultural, «un pánico (…) a que los inmigrantes cambien formas de vida y a que hablen sus propias lenguas», en Argentina se da en primer lugar un racismo clasista que tiene sus raíces en «el fracaso de integrar las voces mestizas, indígenas, provinciales, populares».
Grimson admite que la xenofobia en Argentina nunca llegó ni a los niveles de violencia ni de presencia en la agenda política; sin embargo, el país tiene graves problemas por solucionar para lograr que «la diversidad no sea una palabra bonita en la que estamos todos de acuerdo sino un hecho, un derecho”.
Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en la primera década del siglo XXI el 81,2 por ciento de las personas que migraron a Argentina provino de países americanos. La inmigración procedente de países limítrofes estuvo encabezada entre 2002 y 2010 por paraguayos (212 mil personas), bolivianos (126 mil) y, en tercer lugar, por peruanos (80 mil).
El hecho de que los bolivianos sean los más afectados por los estereotipos discriminatorios «está relacionado con los fenotipos», explica Grimson, «es decir, con las características físicas estereotipadas que llevan a que creamos que un paraguayo no es reconocible a simple vista y un boliviano sí, pese a tener las mismas características físicas que habitantes del norte argentino, por ejemplo».
El especialista, que señala la existencia de un «racismo endémico persistente», opina que «el problema es que no llegó a haber un dispositivo que articulara desde el Estado programas culturales, educativos y comunicacionales para desarmar prejuicios».
Tal vez, considera, comiencen a generarse pronto mecanismos para que el inmigrante no se convierta, «una vez más, en chivo expiatorio de otros problemas».
EN CIFRAS
33%
Rechazaría que su hijo se involucre con inmigrante regional
56%
de la población argentina tiene alguna ascendencia indígena
81,2%
de migrantes en Argentina son de países americanos