Apenas días después de que el huracán Ian tocó tierra, una multitud de residentes se reunió. Foto: La Hora / AP

Apenas días después de que el huracán Ian tocó tierra, una multitud de residentes se reunió debajo de un enorme baniano ubicado en el bar al aire libre de un motel para disfrutar de algunos tragos y música en vivo.

 

A menos de 16 kilómetros (10 millas) de distancia, los rescatistas finalizaban las labores de búsqueda de víctimas en una isla frente a la costa. Todavía más cerca del lugar, familias enteras intentaban pasar una noche tranquila en un enorme albergue en el que había más de 500 víctimas de la tormenta.

En una costa en la que unos cuántos kilómetros representaron la diferencia entre la vida y la muerte, el alivio y la ruina, las contrastantes escenas menos de dos semanas después del devastador paso de la tormenta son impresionantes, y resaltan cómo el desastre puede significar tantas cosas distintas para diferentes personas.

Arlan Fuller ha visto las disparidades mientras trabajaba en la zona afectada por el huracán para servir a comunidades marginadas con Proyect Hope, una organización sin fines de lucro que brinda servicios médicos de apoyo. Algunos factores parecen haber influido en las enormes diferencias de un lugar a otro, según recalcó: Las personas y los lugares más cercanos a la costa se llevaron la peor parte, al igual que las personas de menores ingresos.

“Existe una combinación interesante de la ubicación, la solidez de la estructura en la que vivían las personas, y los medios económicos”, comentó Fuller.

En la Isla Pine, donde el estado instaló rápidamente un puente temporal para reemplazar al que quedó destruido por el paso del huracán, los voluntarios están entregando agua, hielo, comida y suministros. El supermercado Publix reabrió con mayor rapidez de lo que parecía posible, apoyándose en la energía de un generador, lo que complació a Charlotte Smith, una residente que no se fue de su casa.

“Mi casa está bien. La planta baja quedó un tanto inundada. Pero yo estoy seca. Ya hay agua corriente nuevamente. Las cosas realmente van bastante bien”, señaló.

 

La vida es muy distinta para Shanika Caldwell, de 40 años, quien llevó a sus nueve hijos a un enorme albergue ubicado dentro de la Arena Hertz, donde juega un equipo de hockey de ligas menores, después de que otro refugio localizado en una escuela secundaria pública cerró para poder reanudar sus clases. La familia vivía en un motel antes de la tormenta, pero tuvo que evacuar debido a que el huracán arrancó el techo del lugar.

“Si dicen que las clases van a reanudarse la próxima semana, ¿cómo se supone que voy a llevar y a recoger a mis hijos de la escuela desde aquí?”, preguntó.

Mientras tres camaroneros veían un juego de la NFL el domingo en una televisión ubicada a la sombra de una embarcación que la tormenta arrojó a la costa, Alexa Alvarez se enjugaba las lágrimas entre los escombros en Fort Myers Beach. Tiene gratos recuerdos de los viajes de su infancia acompañada de su hermano y sus padres, quienes vivían en la isla y perdieron su casa a consecuencia de la tormenta.

“Tenía que verlo por mí misma, y tener una especie de despedida”, dijo.

A Ian, un huracán de categoría 4 con vientos de 249 km/h (155 mph), se le atribuyeron más de 100 decesos, la gran mayoría de ellos en el suroeste de Florida. Fue la tercera tormenta más mortífera en impactar territorio estadounidense en lo que va del siglo, sólo detrás de Katrina que causó unos 1.400 fallecimientos, y el huracán Sandy, cuyo saldo letal fue de 233 personas a pesar de debilitarse a tormenta tropical instantes antes de llegar a tierra.

Para algunos, la recuperación ha sido bastante rápida. A lo largo de la autopista federal 41 han reabierto algunas barberías, autolavados, restaurantes de cadena, un campo de tiro y tiendas de vapeo, muchas tiendas de vapeo. Muchos de los semáforos ya están operando, pero los residentes de zonas bajas y casas rodantes siguen paleando el fango que quedó tras las inundaciones.

 

En Punta Gorda, cerca de las boutiques y los lugares donde las empresas de inversión hacen sus negocios, Judy Jones, de 74 años, busca proporcionar los suministros suficientes para los más de 40 residentes de Bread of Life Mission Inc., su albergue para indigentes que ella ha operado por más de cinco décadas.

“Cuido de las personas que caen a través de la grieta en el sistema”, declaró. “Hay personas que estaban de pie y ahora están de rodillas debido al huracán”.

Cheryl Wiese no es indigente: Durante 16 años ha pasado los meses de otoño e invierno en su modesta casa rodante en Oyster Bay Lane, ubicada en Fort Myers Beach, antes de regresar a su residencia en Ohio para el verano. Pero lo que halló tras realizar su viaje de 24 horas por carretera hacia el sur tras el paso de Ian prácticamente la arruinó.

“Ya ni siquiera quiero vivir aquí. Fort Myers Beach ya no existe. Ya no están mis vecinos ni mis amigos”, se lamentó.

Lo peor, señaló, podría haber sido conducir a través de la devastación a la biblioteca pública para iniciar el proceso de solicitar asistencia de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés). Un trabajador le dijo que esté lista para recibir una llamada telefónica y la visita de un representante de la FEMA, y que no vaya a perderse ninguna de las dos.

“¿Si me pierdo la llamada telefónica? Mala suerte”, manifestó. “¿Si lo pierdo a él (el agente visitador)? Mala suerte”.

 

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