Vestido con su uniforme escolar, Mathias Okwako saltó a un charco de lodo y comenzó su búsqueda diaria de oro, un lujo que podría estar mucho más a su alcance que otro preciado recurso: la educación.
Su escuela rural en Uganda se encuentra inactiva junto a un camino frente al cual hay un pantano, y ahora él y gran cantidad de niños más trabajan en él como mineros informales. La hierba crece en algunas de las aulas, de donde han sido saqueados los marcos de las ventanas para usarse como leña. A poca distancia de ahí, otra escuela alquila sus aulas como habitaciones.
Las escuelas de Uganda han estado cerradas, ya sea por completo o parcialmente, durante más de 77 semanas debido a la pandemia del coronavirus, el cierre más prolongado a nivel mundial, según cifras de la agencia de las Naciones Unidas para la cultura.
Y a diferencia de muchas otras partes del mundo, en donde las clases se volvieron virtuales, la mayoría de las escuelas públicas -donde se imparten clases a la enorme mayoría de los niños de esta nación de África oriental- carecían de la capacidad para ofrecer enseñanza vía internet.
Durante la pausa, algunos estudiantes se casaron. Otros lidian con embarazos no deseados. Otros más, como Okwako, de 17 años, encontraron trabajo.
La pandemia ha fabricado «marginados», una generación perdida de estudiantes que ahora libran «una batalla para ver cómo acoplarse», dijo Moses Mangeni, un funcionario del gobierno local en Busia, donde vive Okwako.
Los intentos por controlar la propagación del COVID-19 han perturbado las vidas de los niños en todos los rincones del planeta, generando presión sobre sus padres, complicando el cuidado que se les da y a menudo retirándoles las redes de seguridad. Y quizá aún más importante, ha convertido su educación en un caos.
El resultado es «la mayor emergencia educativa a nivel global de nuestra era», según el grupo de ayuda humanitaria Save the Children, que el mes pasado identificó a 48 países, entre ellos Uganda, cuyos sistemas escolares están en riesgo elevado o extremo de venirse abajo. La mayoría de esas naciones son del África subsahariana, una región afectada desde hace tiempo por un gran índice de deserción escolar y una escasez de educadores capacitados.
Algunas partes del mundo con cierres prolongados también pasaron apuros para enseñar a los estudiantes. México, donde la conectividad a internet es baja en muchas partes del país, optó por programación educativa vía televisión. A la larga, la pandemia resultó devastadora para los niños en el país latinoamericano, donde hubo millones de deserciones escolares, así como un incremento en las tasas de homicidios infantiles, embarazos de adolescentes y violencia doméstica.
En Irak, el aprendizaje remoto fue igualmente «limitado y desigual», según el Banco Mundial.
Algunos países más ricos tuvieron mejores resultados. En Kuwait, debido a que la mayoría de las escuelas públicas no estaban equipadas para las clases en línea cuando el virus apareció por primera vez, se suspendieron todas las clases durante siete meses en 2020. Pero la nación árabe rica en petróleo destinó 212 millones de dólares para la creación de una plataforma de aprendizaje virtual, y todas las escuelas trasladaron sus clases a distancia. La campaña se considera un éxito.
Pero en Uganda no hay éxitos de los cuales hablar.
El país cerró sus escuelas inicialmente en marzo de 2020, poco después de que se confirmara el primer caso de coronavirus en el continente africano. Se reabrieron algunas clases a estudiantes en febrero de 2021, pero se impuso un nuevo cierre total en junio, mientras el país lidiaba con su primer gran repunte de infecciones. Ahora es el único país de África en el que las escuelas siguen cerradas, aunque el presidente Yoweri Museveni anunció la semana pasada que reabrirían en enero.
Eso ocurre en un momento en que las infecciones han ido en descenso en los últimos meses, y el país ahora reporta un promedio de 70 casos nuevos y un par de fallecimientos diarios, según datos de la Universidad Johns Hopkins. Hasta el momento, aproximadamente 700.000 de los 44 millones de habitantes de Uganda cuentan con el esquema completo de vacunación.