Youri Mevs sabía que la llamada iba a llegar. De pensarlo, el terror la atenazaba.
Mevs pertenece a una de las familias más ricas de Haití. Es la propietaria de Shodecosa, el parque industrial más grande del país, el lugar en el que se almacena el 93% de la comida que importa Haití. Siente la misma desesperación que el resto de sus compatriotas ante el descenso hacia el caos en el que se han visto sumidos desde el asesinato del presidente Jovenel Moïse.
El teléfono sonó una mañana de agosto. Al otro lado del hilo, Jimmy Cherizier, alias “Barbecue”, un expolicía que lidera el G9, la mayor coalición de pandillas de Puerto Príncipe. Sus hombres ejercen un control férreo de la franja costera de la ciudad. Por sus dominios pasan la mayor parte de los alimentos y la gasolina de los que depende Haití.
Una palabra de “Barbecue” puede paralizarlo todo.
Para que eso no suceda, Mevs debe pagar 500.000 dólares al mes. Un “impuesto de guerra” que, según “Barbecue”, servirá para alimentar a los más necesitados y pelear por la democracia.
Si no lo hace, Shodecosa sera saqueado y los hombres del G9 cortarán las carreteras que unen el parque industrial con el puerto por el que llegan los suministros, también propiedad de la familia Mevs.
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Esta historia es parte de una serie, “Haití: negocios, política y pandillas”, producida con apoyo del Pulitzer Center on Crisis Reporting.
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Youri Mevs sabe que la amenaza es creíble. Tres almacenes próximos ya fueron saqueados en junio. Se limitó a hacer números. “¿Cuánto ganamos? ¿Podemos permitírnoslo?” La respuesta es no. ¿Y defenderse? Tampoco. “No vamos a disparar para proteger un saco de arroz”.
El Estado haitiano ha dejado de funcionar. No queda nadie a quien pedir ayuda. Hace décadas que se impuso la figura del “hombre fuerte” apoyado por pandillas armadas. Tras el asesinato de Moïse, las pandillas no tienen quien las controle.
Tampoco quien las mantenga. Sin un gobierno que ponga dinero, las pandillas se han convertido en depredadoras autónomas. Algunas, como la que mantiene como rehenes a 17 misioneros, se dedican al secuestro. Pero las que “Barbecue” dirige han optado por controlar la franja costera y ejercer su control sobre la economía.
Mevs no es pobre. No pasa necesidad alguna. No se parece en nada a los migrantes que huyen de la miseria del país. Pertenece a la casta de quienes pueden trazar su origen hasta Europa y Oriente Medio, llegaron hace generaciones e hicieron fortuna en Haití.
Sin embargo, coincide en algo con quienes se han ido y con otros como ella, instalados en la élite de los más ricos: no alberga demasiadas ilusiones sobre el futuro. Quiere que sus hijas pasen a formar parte del grupo de quienes se van en tanto se decide qué sucede con Haití. Si la situación no mejora, ella también podría tener que vender sus empresas e irse.
Mientras tanto, se declara dispuesta a pelear, a dar la batalla política para reconstruir el Estado y el país. Acepta que las pandillas son parte del ecosistema haitiano, algo con lo que hay que lidiar a diario, mientras se esfuerza para que sus negocios sean rentables.
Pero “Barbecue” y la coalición de pandillas que lidera son tan fuertes que es posible que ni su dinero ni sus contactos políticos o con pandillas rivales sirvan de nada.
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Una mañana tórrida de Octubre, “Barbecue” —lo apodan así porque su madre vendía en un puesto de comida— recibe a la prensa en uno de sus bastiones. Bellecour-Cité Soleil, chabolas de lamina oxidada sin agua corriente, electricidad ni servicio alguno.
Primero escenifica el desempaquetado de dos fusiles automáticos de fabricación estadounidense. Nuevos, relucientes y con munición. Después, rodeado de una docena de hombres jóvenes encapuchados pero de colorida vestimenta y en zapatillas deportivas, se acerca hasta el muro perimetral que delimita la Terminal Varreux, el Puerto propiedad de la familia Mevs.
Una vez allí dice que no, que nunca ha pedido dinero a la familia a cambio de no saquear sus propiedad. “Si lo hubiera hecho, ya me habrían matado”. Pero se pavonea y se define como enemigo de la élite. Amenaza con una guerra civil de los pobres contra los ricos, contra las familias “extranjeras” dueñas de Haití.
Él cree en “agua, vivienda, escuelas, universidades y seguridad para todos y no sólo para el 5% que tiene la piel más clara”, es decir, familias como los Mevs.
“Odio a esa gente, cada vez que los vemos podemos decir que hay dos haitís. Tenemos que terminar con este sistema de desposesión”.
Trata de mezclarse con los habitantes de Bellecour-Cité Soleil para dejar de parecer un jefe de pandilla y presentarse como revolucionario en pos del cambio social. No tiene demasiado éxito.
Fusil en mano, entra sin permiso en una de las chabolas. Sin decir ni tan siquiera hola a quienes están allí, lanza una diatriba sobre sus condiciones de vida. En varias ocasiones, la gente se limita a mirar al suelo en silencio, extras de una película en la que no se les da más papel que el de figurantes.
De salida, “Barbecue” hace un gesto a un adolescente que lo sigue a todas partes y saca un fajo de billetes pequeños del bolsillo trasero de su pantalón. Se los pasa a su jefe que, a su vez, le da algo de dinero a la señora de la chabola.
“Están en la posición de esclavos mentales, no siempre entienden la lucha”, dice el pandillero. Para justificarse, explica que no puede hacer mucho más por ellos y que, pese a lo que parece, no trata de lanzar una carrera política ni mantiene afiliación con partido alguno. No se visualiza “como candidato en un sistema que ve corrupto”
Mevs, muchos con ella, niegan todo lo que salga de boca de “Barbecue”. Pura pose, sobre todo cuando afirma que no sólo no es corrupto, sino que es enemigo de la corrupción.
Naciones Unidas y otras organizaciones internacionales lo acusan de participar en tres masacres impulsadas por altos cargos del gobierno de Jovenel Moïse entre 2018 y 2020. En ese periodo fueron asesinadas más de 200 personas. Hubo violaciones grupales, varios barrios fueron reducidos a cenizas y miles de personas continúan desplazadas desde entonces.
“Barbecue» extorsiona sin pudor. A veces, aunque la víctima pague, no es suficiente para evitar las consecuencias.
Giovanni Saleh alquiló uno de los almacenes de los Mevs durante 20 años. Justo a mitad de camino entre Shodecosa, el parque industrial de los Mevs, y Cité Soleil. No puede explicarse lo que sucedió la mañana del 6 de junio. Había cumplido. Tenía, en sus propias palabras, “una relación estable y correcta” con la pandilla.
“El último día que fui al almacén estuve preparando la comida que dejaba para la pandilla cada dos semanas”: tomate, espaguetis, aceite, frijoles, 20 sacos de arroz. “Colaboraba con ellos con comida y algo de dinero de forma regular”.
Saleh dice que recibió una llamada de Merci Dieu, miembro del grupo de “Barbacue”: “Vamos a bloquear la zona durante un par de días para pedir dinero al gobierno y a los camiones que salgan del puerto, así que ven ahora y toma lo que necesites y luego aléjate unos días”.
Dos días después, un amigo llamó a Saleh para decirle que había rumores de un ataque contra su almacén. Trató de hablar con su jefe de seguridad, sin respuesta. Comprobó las cámaras en línea y estaban apagadas. Llamó a la policía y a todos sus conocidos. Nadie quiso hacer nada.
Saleh perdió mercancia por valor de 3,5 millones de dólares en bienes los tres días siguientes, mientras miles de personas dirigidas por “Barbecue” desmontaban su almacén caja a caja, bolsa a bolsa, estantería a estantería.
Las imágenes tomadas por un dron muestran un flujo constante y ordenado de saqueadores que entran en el almacén desde dos direcciones.
Los guardias le dijeron más tarde que habían llamado a la puerta. Había hombres armados al frente y tras ellos una multitud.
”¿Quién iba a disparar? Nadie iba a disparar”, dijo Saleh. “Abrieron las puertas y se fueron”.
Saleh ha enviado a su mujer y a sus dos hijos a Santo Domingo y quiere reunirse con ellos. Pero por ahora está reconstruyendo su negocio. Ha pedido préstamos para reabrir su empresa de distribución de comida en el polígono industrial de los Mevs.
Youri Mevs “puede estar cometiendo el mismo error que yo. Pensé que al tratar con ellos me protegerían, pero no fue así”, dijo. “Te cobran, de una forma u otra, por la protección, pero en lugar de protegerte contra otras bandas o incluso contra la policía, se vuelven contra ti”.
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Magalie Dresse es la personificación de la elegancia. Vive en una casa en el centro geográfico de Puerto Príncipe. Hace yoga en el jardín todas las mañanas.
“Necesito esta fuerza para salir ahí fuera y lidiar con lo que me voy a encontrar, que no va a ser positivo”.
Desde 2004, su coche ha sido atacado; ha sobrevivido a dos intentos de secuestro; el estado expropió algunas de sus propiedades, y su fábrica fue dañada por un incendio provocado durante una movilización política. Perdió 400.000 dólares en un solo día.
Y luego están las pandillas. “En algún momento”, dice, “hemos tenido dinero en efectivo en casa durante los fines de semana por si un amigo lo necesitaba para un rescate y los bancos estaban cerrados”.
La empresa de Dresse envía unos 50 contenedores de arte haitiano a Estados Unidos cada año. Pero antes de llegar al puerto, deben pasar por zonas controladas por las pandillas.
“Pueden abrirlos, comprobar si hay algo que quieren o incluso incendiarlos”, dice. Así que “pagamos a la policía, y a veces tenemos que pagar a una pandilla porque pueden poner barricadas en la ruta”.
Reconoce que “algunos negocios” —no el suyo— “deciden tener sus propias pandillas en nómina”. Y esa decisión forma parte de la historia de muchas empresas en Haití”.
Una noche organizó un cóctel para amigos y socios que intercambiaron historias sobre las dificultades que plantea vivir y tratar de desarrollar actividades económicas en un país controlado por pandillas.
“Si tienes que descargar y entregar mercancías por valor de cinco millones de dólares, 50.000 dólares (en sobornos) es algo con lo que puedes lidiar”, dice Geoffrey Handal, empresario del sector naviero y antiguo presidente de la Cámara de Comercio franco-haitiana.
Pero la incertidumbre —la posibilidad de que Barbecue cierre el puerto durante tres días o bloquee los camiones— es lo que daña la economía.
El uso político de las pandillas en Haití se remonta a los años 60, cuando François Duvalier creó los Tonton Macute, una fuerza civil que sembró el terror entre la población durante décadas. Cuando el depuesto presidente Jean-Bertrand Aristide regresó al gobierno a principios de este siglo también creó su propia banda armada, los “chimères”, con su base en Cité Soleil.
Moïse y su predecesor, Michel Martelly, utilizaron pandillas vendidas al mejor postor para controlar la franja costera en la que se concentra un gran número de votos e históricamente han sucedido las movilizaciones políticas.
Cuando Moïse fue asesinado, las pandillas decidieron que ya no era necesario servir de intermediarias a los políticos. ”¿Por qué iban a aceptar ser utilizadas si podían gestionar el negocio ellas mismas?” se pregunta Handal.
La retórica revolucionaria de “Barbecue” es vacía, dice. “Si alguien le ofrece un 5% más de lo que gana ahora, cambiará de bando inmediatamente”.
Para Handal, la cuestión es sencilla: ¿hasta dónde deben caer los empresarios para sobrevivir en un país controlado por pandillas? “¿Quieres convertirte en uno de ellos? ¿Estás dispuesto a mancharte las manos de sangre?”
Dresse cree que la solución pasa por reforzar valores de ciudadanía.
“Necesitamos que gente como nosotros se involucre en la política con un enfoque a largo plazo”, dice. “Necesitamos crear un nuevo partido político”.
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Youri Mevs no paga la extorsión de 500.000 dólares.
Ordena a uno de sus gerentes que compre suministros para rivales de Barbecue.
“Consígueles cereales, leche, pasta, tomate y jabón”.
¿Cuánto?
“5.000 (dólares)”
Y lo describe como “buscar formas de compensar la no agresión”. No cree en las donaciones en metálico porque “las utilizarán para comprar munición”, así que dona bienes que no pueden ser utilizados “para cazarme a mí o a gente como yo”.
Al mismo tiempo, se ha jugado su futuro en una apuesta política, pero una con reminiscencias de un pasado que no ha dejado buen recuerdo.
Cuando el gobierno de Moïse comenzó a desmoronarse, decidió que no podía seguir hablando de “ellos” y “ellas” cuando se refería a su propio país: “Porque pertenezco a la casta, sé lo que la casta ha hecho a este país y lo que el país está haciendo a mi casta”.
En 2016 conoció a Youri Latortue, un político veterano que ejercía la presidencia del Senado. Latortue le pidió ayuda para un informe sobre una trama de corrupción durante el gobierno de Martelly.
En 2018 se convirtió en secretaria general del partido de Latortue, AAA, que lidera la oposición contra Martelly y Moïse desde las elecciones de 2016. Ahora Latortue “espera la nominación (presidencial) del partido” y Mevs dirige su campaña.
A Latortue lo han acusado de todo en el pasado. Desde corrupción hasta relaciones con pandillas. Él lo niega todo, y nunca ha sido acusado formalmente. Dice que quiere romper con la tradición haitiana de hombres fuertes y milicias; eso sólo puede ocurrir, dice, “con un Estado fuerte, una fuerza pública fuerte y unas instituciones que garanticen el funcionamiento del Estado”.
Latortue y Mevs han propuesto una unidad policial especial entrenada por expertos internacionales para luchar contra las pandillas. Y quieren poner a “Barbecue” detrás de las rejas.
Pero mientras tanto, Mevs tiene que lidiar con él.
En la sede del AAA varios hombres cargan en un camión la comida que Mevs ha pedido esa misma mañana. Así es como racionaliza el pago: “Es una donación del partido político a un barrio… Es populismo, pero la gente tiene hambre. No hay nada malo en darles comida”.
Aun así, Latortue no puede ser vinculado públicamente con el envío. “Algunas personas podrían acusarme de darles armas porque el lugar está en guerra”, explica.
Quienes lo van a repartir están pegados a sus teléfonos, discutiendo la ruta. Hay noticias de tiroteos. Va a ser un camino largo, de discusiones y gritos y desvíos hasta llegar a la “puerta trasera” de un frente atrincherado.
El camión se detiene tres veces en tres calles paralelas. Cada esquina está vigilada por una docena de jóvenes. Descargan el camión en una casa, una escuela, una oficina del partido.
Detrás de ellos, en calles vacías, suenan disparos y grupos de jóvenes armados montan guardia tras barricadas. Se autodenominan grupo de autodefensa.
Son, simplemente, una de las pandillas de Puerto Príncipe.