Los Juegos Olímpicos de Tokio, demorados un año por la pandemia del coronavirus, asoman como algo bastante aburrido, tanto para los aficionados como para los deportistas y los japoneses en general.
La preocupación por el virus sigue generando intranquilidad. Pocas personas han sido vacunadas en Japón, pero los políticos esperan mantener su credibilidad y el Comité Olímpico Internacional no quiere renunciar a los grandes ingresos que obtiene con la justa.
Japón se caracteriza por buscar consensos. Sin embargo, rompió con esa tradición al decidir seguir adelante con los juegos en medio de una pandemia y de permitir la presencia de aficionados locales en los estadios.
«Nos metimos en una situación de la cual ya no podemos escapar. Nos van a criticar si hacemos los juegos y si no los hacemos», expresó Kaori Yamaguchi, integrante del comité olímpico japonés y medalla de bronce en judo en los juegos de 1988, en un editorial publicado por la agencia noticiosa Kyodo. «El COI parece pensar que la opinión pública japonesa no cuenta».
El apoyo a la realización de los juegos parece ir en aumento a un mes de la inauguración de la justa, programada para el 23 de julio, pero de todos modos sigue habiendo mucha oposición, asociada con los riesgos derivados del coronavirus. Si bien los contagios han mermado en Japón, la campaña de vacunaciones arrancó tarde y solo el 7% de la población fue inmunizada hasta ahora.
El COI y los organizadores locales se las ven en figurillas para justificar la realización de los juegos. Uno de los principales asesores del gobierno japonés en materia de salud, el doctor Shigeru Omi, dijo que «no es normal» hacer la justa en plena pandemia. Y que, en todo caso, no se debería permitir público.
Sus recomendaciones, no obstante, fueron ignoradas por el gobierno del primer ministro Yoshihide Suga.
Las presiones para realizar los juegos son más que nada económicas. El 91% de los ingresos del COI son generados por los derechos de transmisión y los patrocinios. Y el COI es el único que puede disponer su cancelación. Si los suspendiesen los organizadores locales, deberían pagar grandes compensaciones.
Al margen del factor financiero, está en juego el orgullo de los japoneses, que desean organizar una competencia exitosa, en la que han invertido mucho tiempo, esfuerzo y dinero.
«Es como un jugador que ha perdido demasiado», expresó Koichi Nakano, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Sofía en Tokio. «Salirse ahora solo confirmaría las enormes pérdidas, y seguir adelante ofrece la esperanza de recuperar algo de lo perdido».
Antes de disponerse el aplazamiento de la justa hace 15 meses, la organización de los juegos avanzaba sin inconvenientes, aunque estaban resultando caros. Tenía un hermoso Estadio Nacional, diseñado por el arquitecto Kengo Kuma; una meticulosa organización y un gran escenario para un país que montó unos juegos históricos en 1964, 19 años después de su derrota en la Segunda Guerra Mundial. El presidente del COI Thomas Bach dijo que los juegos de Tokio iban a ser «los mejor organizados» de la historia. E insiste en que será así, a pesar de la pandemia.
La gran preocupación es que los juegos terminen propagando el virus del COVID-19. Los contagios y las muertes por el virus se han estabilizado y hay apenas 14.000 decesos, una cifra baja comparada con el resto del mundo, pero más alta que las de sus vecinos asiáticos.
Si bien los juegos pueden tener altas audiencias en todo el mundo, no parecen una gran fiesta deportiva por la pandemia. Los deportistas podrán salir de la villa olímpica solo para ir a los entrenamientos y competir. La mayoría de las personas que vienen del exterior solo podrán ir del hotel al estadio y del estadio al hotel en los primeros 14 días, y deben comprometerse por escrito a acatar las reglas fijadas por el país organizador. Sus movimientos podrían ser vigilados con GPS.
Los juegos no podrán ser vistos en grandes pantallas en áreas públicas, como de costumbre. Los pocos aficionados admitidos en los estadios deberán usar tapabocas, abstenerse de gritar y abrazarse, y volver a sus casas apenas concluida la justa. No podrán pasar por un local de izakaya para tomarse una cerveza y comer pinchos de pollo asado.
Hace meses que se prohibió el público extranjero, de modo que los hoteles no podrán hacer negocio. Numerosos patrocinadores locales se quejan de que no recibirán la atención que esperaban y otros temen ser asociados con un evento mal visto por muchos.
Los organizadores, por otro lado, confirmaron el miércoles que no se podrá vender alcohol en los estadios. Tampoco en la villa olímpica, aunque los deportistas podrán festejar en sus habitaciones si se procuran bebidas por otro lado.
El director médico de los juegos Tetsuya Miyamoto cruza los dedos para que no haya contagios asociados con la justa. «Esta es una enfermedad muy infecciosa y podría esparcirse», señaló. «Si eso sucede, podría haber muchos contagios».
Los detalles acerca de la ceremonia inaugural siempre son mantenidos en secreto. En esta ocasión, no obstante, el gran interrogante no es quién encenderá el pebetero olímpico sino si los deportistas tendrán que mantener distancia y llevar tapabocas en el desfile. De hecho, cuántos podrán desfilar.
Otro símbolo de la atmósfera festiva de los juegos es la distribución de condones. En los juegos de Río de Janeiro del 2016 se distribuyeron 450.000 condones a través de máquinas de venta con carteles que decían «festeje con un condón».
En Tokio se distribuirán 150.000, que se entregarán a los deportistas cuando están listos para regresar a casa.