El presidente estadounidense Joe Biden y el de Rusia Vladimir Putin concluyeron hoy sus reuniones en Ginebra, informó la Casa Blanca.
Los dos se reunieron durante casi cuatro horas, primero en una sesión con poca gente, y luego en otra con la participación de más funcionarios de ambas partes y que duró unos 65 minutos.
Los dos mandatarios prevén dar conferencias de prensa por separado antes de partir de la sede de la cumbre.
La cumbre comenzó con expresiones adustas y palabras corteses ante las cámaras, en momentos en que la relación entre sus dos naciones está en su punto más bajo.
Biden lo calificó como un encuentro «entre dos grandes potencias» y aseveró que «siempre es mejor reunirse cara a cara». Putin, por su parte, expresó esperanzas de que las conversaciones serán «productivas».
El encuentro en un salón forrado de libros tuvo un inicio algo incómodo: ambos líderes trataban de evitar verse a los ojos durante una caótica sesión para los camarógrafos.
En cierto momento, Biden pareció asentar con la cabeza cuando un reportero le preguntó si cree que se puede confiar en Putin. La Casa Blanca luego envió en tuit insistiendo en que Biden «muy claramente no estaba respondiendo a una pregunta específica, sino asentando con la cabeza para reconocer a la prensa».
Putin ignoró las preguntas que gritaban los periodistas, incluyendo una sobre si temía al encarcelado líder opositor ruso Alexei Navalny.
Los dos líderes sí se dieron la mano —Biden extendió la suya primero, sonriendo mientras el líder ruso mantenía expresión estoica— cuando posaron con el presidente suizo Guy Parmelin, quien les dio la bienvenida a la cumbre.
Biden y Putin tenían programado reunirse durante cuatro o cinco horas para conversaciones sobre una amplia gama de temas.
Durante meses, ambos han intercambiado acusaciones duras. Biden ha acusado a Putin de avalar ciberataques, de conductas antidemocráticas al encarcelar al líder opositor y de interferir en las elecciones norteamericanas.
Putin, por su parte, ha contestado señalando al asalto del 6 de enero contra el Capitolio en Washington como prueba de que Estados Unidos no tiene derecho a dar lecciones a otros sobre normas democráticas, e insistiendo en que Rusia no ha interferido en ningunas elecciones, pese a que los servicios de inteligencia estadounidenses dicen lo contrario.
Poco antes de la cumbre, ambas partes trataron de atenuar las expectativas, aunque Biden dijo que sería un paso importante que Washington y Moscú puedan encontrar finalmente «estabilidad y previsibilidad» en su relación, un objetivo en apariencia modesto para un presidente que trata con quien considera uno de los rivales acérrimos del país.
«Deberíamos decidir dónde está nuestro interés mutuo, en interés del mundo, cooperar y ver si podemos hacerlo», dijo Biden a reporteros a principios de semana. «Y en las áreas en las que no estamos de acuerdo, aclarar cuáles son las líneas rojas».
El vocero de Putin, Dmitry Peskov, advirtió horas antes de la cumbre que ésta «no será fácil» y que es probable que no arroje avances. Los asuntos contemplados en su amplia agenda «son en su mayoría problemáticos».
«Tenemos muchas cuestiones que hemos dejado de lado durante mucho tiempo y que debemos analizar. Es por eso que el presidente Putin viene con una actitud de plantear preguntas de forma sincera y constructiva y tratar de hallar soluciones», apuntó Peskov.
Las condiciones en las que se celebrará la cumbre están meticulosamente coreografiadas y negociadas por ambas partes.
Biden fue el primero en sugerir la cumbre, durante una conversación telefónica en abril donde le informó a Putin que Estados Unidos iba a expulsar a varios diplomáticos rusos e imponer sanciones, en respuesta a la interferencia rusa en las elecciones estadounidenses y el hackeo de varias agencias federales.