En el barrio «DD» de Zaporiyia, la vida discurría con calma a pesar de encontrarse a 50 kilómetros de la línea del frente, en el sur de Ucrania, hasta la caída de un misil el jueves, que destruyó numerosas casas pero desencadenó una ola de solidaridad.
A Gennadii Kungurtsev, de 71 años, la explosión lo encontró en el baño. A las nueve de la mañana, su mujer, Katerina, de 66, preparaba café, cuando las paredes de la casa empezaron a vibrar. Las esquirlas del misil atravesaron la cocina y algunos trozos acabaron clavados en el refrigerador, que hizo de barrera para Katerina.
El techo de su casa saltó por los aires, al igual que la verja del jardín, mientras que la puerta del garaje acabó doblada hacia adentro. Nadie, en este barrio sin industrias, almacén o infraestructura militar, entiende el porqué del ataque.
Que ha sido, además, el primer bombardeo contra una zona residencial en Zaporiyia, convertida estas últimas semanas en un punto de confluencia de los civiles evacuados desde el este y desde la ciudad costera de Mariúpol.
Ivan Arefiev, el portavoz del ejército ucraniano en Zaporiyia, explicó que el ataque se realizó con un «misil aire-tierra» del ejército ruso, y provocó tres heridos, entre ellos un menor «con una grave herida en una pierna». «Es inexplicable», se lamenta Anatolii Kungurtsev. «No entiendo a qué le estaban apuntando», afirma el hijo de Gennadii, quien ironiza con el «valor estratégico» de las herramientas de su padres, unos alicates y una vieja pala.
Enfrente, la casa de sus vecinos fue reducida a escombros y su viejo auto de marca Lada tiene el techo hundido como si le hubiera caído encima un meteorito. En la vivienda de al lado volaron hasta los marcos de las ventanas.
– «UNO PARA TODOS, TODOS PARA UNO» –
Pero al día siguiente de que la guerra llegara a este barrio, también lo hicieron decenas de hombres, que se esfuerzan por retirar los escombros y buscar supervivientes. Son voluntarios, que no pertenecen a los equipos de protección oficial de la ciudad. Como Eugeni Chernobay, un coloso de 17 años con el cuerpo modelado por el boxeo y la musculación, que aparenta 25.
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«Un amigo me llamó», cuenta a la AFP este adolescente que mantiene algo de la timidez de la edad. «Ahora es uno para todos, todos para uno», añade. «Todo el mundo necesita ayuda» en Ucrania. Anatolii Kungurtsev afirma que no ha parado de recibir llamadas telefónicas desde ayer. «Nos proponen ayuda, dinero, echarnos una mano», dice mientras hurga en dos grandes sacos llenos de trozos del misil.
– «CONSTRUIREMOS SOBRE LAS RUINAS» –
En uno de esos fragmentos se ve el número de serie del misil, escrito en cirílico, alfabeto que comparten Ucrania y Rusia. En una guerra donde la información es un arma importantísima, es imposible determinar con certeza si el misil pertenecía a las fuerzas rusas, ya que las ucranianas suelen usar el mismo tipo de municiones de la época soviética.
En el barrio, un hombre se aventura a decir que la defensa antiaérea ucraniana podría ser la responsable, aunque los vecinos no le siguen en su argumentación. «Solo siento odio» hacia los rusos, dice Serguéi Mazenkov, un conductor para la administración local que vino con decenas de paquetes de comida.
Alex Koshelenko, obrero metalúrgico, se expresa con términos que se oyen por toda Ucrania: «Si hay una posibilidad para ayudar, ¿por qué no hacerlo?»
«La guerra despertó lo mejor en el corazón de los ucranianos», afirma Koshelenko. «Quieren demostrar que las cosas son mejores aquí que en nuestro vecino del este», explica este trabajador que en su día libre vino a echar una mano.
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«Construiremos un nuevo país con nuevos valores sobre las ruinas de lo que deje Rusia», concluye. «Ucrania será un país increíble después de la guerra», afirma Anatolii Kungurtsev, usando unas palabras que los corresponsales de la AFP han escuchado en varias ocasiones.
Para quienes así se expresan, la idea de la derrota ucraniana es inimaginable.