Cuando yo afirmo que el ser humano es inconforme por excelencia, incluyendo -por supuesto- a los guatemaltecos, no estoy descubriendo el jabón de coche ni las canillas de leche, sino repitiendo lo que la mayoría sabemos, comprendemos y toleramos.
Cuando yo afirmo que el ser humano es inconforme por excelencia, incluyendo -por supuesto- a los guatemaltecos, no estoy descubriendo el jabón de coche ni las canillas de leche, sino repitiendo lo que la mayoría sabemos, comprendemos y toleramos.
Nuevamente los guatemaltecos estamos frente a una terrible noticia tras la muerte de 54 pasajeros de un bus extraurbano que se embarrancó por imprudencia del piloto. En honor a la verdad no se puede hablar de un accidente, porque accidente significa que un suceso es “eventual” y que “involuntariamente causa daño a las personas o a las cosas”, pero frente a la actitud irresponsable de los conductores del transporte público en Guatemala, no estamos en realidad ante hechos eventuales, sino frente a la constante repetición de un riesgo que cada vez se vuelve más cierto, como lo es jugarse la vida cotidianamente en el servicio de transporte público.
Hay que reconocer, para ser honestos desde el principio, que la presente obra de Aebli no es el último grito editorial. No se trata de un libro de reciente publicación y que por lo tanto exija al lector snob correr a la librería a comprarlo. En realidad es un texto aparecido hace más de veinte años (en 1985) cuyo título en lengua alemana fue el de Zwí¶lf Grundformen des Leherens.
Como es de suponerse desde que se fundó la capital en este Valle de La Ermita se trasladaron también muchos delincuentes peligrosos.
Edín Morales (1962) es un pintor de grandes ambiciones y altos vuelos que lo han llevado desde su natal San Pedro Carchá, en Alta Verapaz, hasta Estrasburgo, en Francia, donde reside por temporadas. Su obra, bitácora de sus viajes y registro de sus descubrimientos, consecuentmente, no se detiene por mucho tiempo en un estilo o en un tema estable y definitivo, sino que más bien es la manifestación de una insaciable avidez por nuevas formas y colores para la cual no existen límites ni horizontes a la vista y cuya única orientación es esa mirada instintiva que le descubre siempre otros oasis visuales que le funcionan como estaciones de descanso y recambio para su viaje interminable.
Muchas veces, al leer un cuento actual, el lector se sorprende porque no es como los cuentos que habrá leído, sobre todo de esos que se escribieron hace varias décadas. De tal cuenta, surgen oposiciones y hasta cierto rechazo. Como uno de los propósitos de Diario La Hora y de este Suplemento Cultural es dar a conocer tanto lo nuevo como lo antiguo, y de ser un espacio de discusión, quisiera abordar el tema de la narrativa para permitir un mejor entendimiento del tema.
Como me suele ocurrir, inicialmente, cuando recibí la invitación de parte de Raúl Figueroa Sartí, de F&G Editores, optimistamente tomé la decisión de asistir al acto de entrega del libro “La Flores”; pero, como también me ocurre a menudo, a última hora me agarró desprevenido el complejo de arisco que súbitamente me aparece en el momento menos pensado, de manera que ya no acudí a la cita con Denise Phé Funchal, autora del libro, a quien no conozco personalmente, de manera que mi ausencia le ha de haber pasado inadvertida. Para la falta que hago.
Morir y después escribir
Enrique Vila-Matas no conoce nada más atractivo que el oficio de escritor, aunque sabe por experiencia propia que “le obliga a uno a jugarse la vida” y que “antes se aprende a morir que a escribir”, como refleja el libro “El viento ligero en Parma” que el autor ha presentado hoy.