La ruta del migrante es extraordinariamente peligrosa y son muchos los que sufren cualquier clase de adversidades en el trayecto hacia Estados Unidos. Esa semana que termina lamentamos la muerte de 23 compatriotas que viajaban en un camión que se accidentó en territorio mexicano y las dramáticas escenas del lugar del percance ilustran sobre las patéticas condiciones en que se produce ese constante flujo migratorio de gente que, desesperada, viaja en busca del futuro que su misma tierra no les ofrece.
Es natural que nos preguntemos cuán desesperados están nuestros compatriotas en su terrible realidad que se arriesgan a emprender esa peligrosa ruta a sabiendas de los riesgos que significa y la cada vez mayor probabilidad de ser deportados si logran llegar a la frontera entre México y Estados Unidos. Detengámonos un momento a meditar sobre cómo debe ser la vida que llevan esos cientos de miles de personas que han decidido dejar aquí lo poco que tienen para partir en una peligrosa aventura.
Y es que los riesgos del camino son apenas el inicio de una dramática experiencia que se vuelve cada vez más difícil en la medida en que arrecia el cerco que la Casa Blanca está imponiendo contra todos los que ingresan de manera irregular a los Estados Unidos. La migración sí que permite encontrar trabajo que facilita el envío de remesas a la familia que se quedó en Guatemala, pero el costo de esas remesas es algo que no dimensionamos todos los que vivimos en una economía que no ha colapsado únicamente por ese flujo de divisas que mantiene los mercados del país. Son divisas que se producen a costa de sangre, sudor y lágrimas de un contingente de guatemaltecos a los que no respetamos.
El muro no detendrá la migración por más dinero que se invierta en eso porque está visto que se trata de un desesperado esfuerzo de sobrevivencia, instinto natural del ser humano. Mientras acá no existan mejores condiciones, que no pueden darse en el contexto de la corrupción que se ha convertido en la única razón de ser del Estado, el guatemalteco seguirá emprendiendo esa peligrosa y dolorosa ruta en la que arriesgan la vida y pierden contacto con esas familias a las que ayudan con el envío de las remesas.
No hemos querido ver que la migración es un grito desesperado de nuestra gente, es una reacción ante un drama que desde nuestras poltronas no atinamos a entender ni descifrar. La tragedia de Chiapas sirve para restregarnos en la cara nuestra secular indiferencia.