Estamos cerca de una de las conmemoraciones más importantes dentro de las costumbres de los guatemaltecos, pues el próximo domingo millones de chapines a las seis de la tarde saldrán nada más y nada menos que a quemar al diablo. Las familias saldrán a esa hora a prender fuego a figuras diabólicas hechas de piñatas y basura, esperando con ello purificar sus hogares, eliminando lo malo para así dar la bienvenida a la época navideña con la venida de un Niño Dios que únicamente trae cosas buenas.
El simbolismo de la celebración representa la victoria del bien sobre el mal, eliminando las impurezas que nos agobian y se dice que es una tradición que viene de la época colonial y que se ha preservado hasta nuestros días, a diferencia de otras que poco a poco se van perdiendo.
Sin embargo, lo que hoy queremos decir es que nunca hemos estado tan urgidos de quemar al diablo como ahora, cuando Satanás se ha adueñado de nuestra institucionalidad para seguir alentando ese sistema que facilita la corrupción que empobrece a la gente y obligó a tantos a emigrar en busca de los ingresos indispensables para mantener a sus familias. Alguna vez Roxana Baldetti, al ser preguntada sobre la corrupción, dijo que eso era un monstruo de mil cabezas, pero se quedó corta porque por lo menos hablamos de cientos de miles de cabezas que únicamente piensan en cómo seguir robando y garantizándose la inmunidad.
Si el mero Satanás tiene que ser expulsado de nuestra vida y los fogarones que encenderemos el domingo tienen ese significado, debemos entender que para sanear a la patria hace falta mucho más que simplemente creer que quemando basura el domingo, a las seis de la tarde, estamos realmente quemando al diablo.
Empecemos por entender el efecto que ese diablo de cientos de miles de cabezas ha tenido en Guatemala. La anulación de la capacidad del Estado para invertir en el desarrollo humano es el principio, pero a ello sumamos que instituciones tan necesarias como la justicia han desaparecido porque únicamente están al servicio de los operarios de la corrupción y de sus intereses. Por ello todos los cabecillas y operadores salen absueltos, les devuelven el dinero, mientras que a los que están contra ese perverso sistema se les persigue, allí si con todo el rigor para ir acallando voces molestas.
El diablo siempre ha existido y existirá porque todo el tiempo habrá esa lucha entre el bien y el mal; pero la gente buena debe sacudirse su indiferencia y entender que estamos obligados a quemar al diablo, pero no únicamente con la fogata del domingo sino día a día con nuestra denuncia y frontal lucha, hasta mandarlos a su lugar, es decir el puro infierno.








