Es célebre la frase de que si Estados Unidos estornuda el mundo entero se resfría, la cual se usó para referirse al tema económico, pues cualquier crisis que se daba en esa potencia mundial tenía amplias repercusiones en el resto de países. Pero la influencia norteamericana no se queda en el tema financiero sino es general y por ello preocupa lo que se está viviendo ahora con la polarización llevada a extremos tras el asesinato del joven aliado de Donald Trump, Charlie Kirk.
Estados Unidos fue un referente del respeto a las ideas y expresiones ajenas amparadas por la primera enmienda de la Constitución referida a la libertad de expresión (Freedom of Speach), que, con la excepción del fenómeno como el del Ku Klux Klan, ha sido ampliamente respetada por todos los que tienen poder de decisión y autoridad en ese país. Obviamente nunca ha existido un pensamiento uniforme, cabalmente por esa extraordinaria capacidad que la ley otorga a cualquier ciudadano para decir lo que piensa sin más límites que, cabalmente, el respeto al mismo derecho que tienen sus semejantes.
La polarización es un viejo fenómeno que se da en países donde se pierde la capacidad de discernir y discutir sin llegar a extremos violentos. La muerte del influenciador Kirk, por motivos que aún están siendo investigados, según las autoridades, ha generado una ola de posiciones totalmente radicalizadas que dividen profundamente a esa sociedad que antaño fue ejemplo de cómo se puede convivir a pesar de diferencias, tanto ideológicas como de fe, que eran respetadas por la contraparte.
En países como el nuestro la polarización e intolerancia a las ideas ajenas ha provocado cientos de miles de muertes, no solo durante el Conflicto Armado Interno sino a lo largo de la existencia de nuestra Patria y, desde luego, el comportamiento de la sociedad norteamericana ha sido un referente, tanto para nosotros como para el mundo, sobre esa posibilidad de convivir sin violencia a pesar de radicales diferencias en los puntos de vista y opiniones de cada individuo.
Es por ello que la expresión de que si Estados Unidos estornuda el mundo se resfría adquiere proporciones dramáticas y alarmantes, pues la influencia de ese país, para bien o para mal, es indiscutible. Y la forma en que ha crecido la intolerancia y la confrontación preocupa mucho, tanto por los efectos internos como por las repercusiones que el fanatismo que obnubila la razón puede tener allí y en otros países.
La penosa muerte de Charlie Kirk debiera haber marcado un alto en el camino para reflexionar sobre la urgente necesidad de abrir rutas de sana discusión de ideas sin recurrir a la violencia por reacciones marcadas por el fanatismo. Tristemente no parece que sea el rumbo que tomará esa gran potencia y eso coloca al mundo en el filo de la navaja.
Ojalá los líderes de Estados Unidos entiendan este complicado, retador e histórico momento y tomen las acciones necesarias para unir a la sociedad antes que sea demasiado tarde. Evitar más derramamiento de sangre y división es clave.