Según una presentación del Ministerio de Desarrollo Social, un informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) mostró el Índice de Pobreza Multidimensional, según el cual al año 2023 evidenciaba que 57.68 por ciento de la población guatemalteca vivían en condiciones de precariedad, es decir sin poder satisfacer todas las necesidades. El hecho en realidad no es noticia, en el sentido estricto, porque es sabido que Guatemala sufre tremendos rezagos en cuanto a la capacidad de la gente para satisfacer necesidades que mundialmente se reconocen como básicas.
A pesar de que en años recientes surgieron instituciones como el mismo MIDES, la realidad es que no existe una política nacional de promoción del desarrollo humano y es mucha la gente que se ve imposibilitada de obtener hasta servicios básicos y elementales. Ello a pesar del enorme esfuerzo que hacen sus familiares que han emigrado a Estados Unidos (y que ahora son perseguidos y corren el riesgo de ser deportados), pues el Estado no mueve un dedo ante la dramática realidad en que viven seis de cada diez guatemaltecos, según ese informe.
Podrá parecer cantaleta pero es una durísima realidad. La corrupción, es decir el aprovechamiento ilícito de los fondos públicos, se convirtió en el fin esencial del Estado en Guatemala desde hace ya varios años, por lo que ni la promoción del bien común que establece la Constitución como su fin supremo, ni el bienestar de la gente, han importado a quienes han dirigido los destinos del país. Esto es en gran parte, el cambio que demandó la gente. Imaginemos por un momento cómo sería ese indicador presentado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo si no fuera por las remesas que mes a mes todavía siguen percibiendo los guatemaltecos gracia al aporte que alrededor de tres millones de compatriotas -que se vieron forzados a abandonar su país y sus familias- que logran en el extranjero oportunidades que aquí nunca encontraron.
Sin las remesas, que permiten a tantas familias acceso a algunos servicios básicos, la condición de las familias guatemaltecas sería mucho más patética de lo que ya es, según el informe que fue presentado. El “avance” que hubo no se debe a la preocupación o el interés de algún político con poder, sino simple y sencillamente es resultado del esfuerzo, dedicación y entrega de esos nuestros migrantes que ahora viven horas dramáticas por las formas de la administración del presidente Donald Trump.
Si cesa o se reduce el envío de remesas, como es de suponer con base en los hechos, serán mucho más de 6 de cada 10 los que vivan en condiciones deplorables y, literalmente, será tiempo de llanto y crujir de dientes, eso que la Biblia proclama como castigo a los malvados, todos esos que aquí no pasan ni pasarán ninguna pena.