El Presidente de la República, Bernardo Arévalo. Diseño La Hora / Roberto Altán

 

En nuestro sistema político el Presidente de la República es quien representa al Poder Ejecutivo que constitucionalmente tiene que trabajar junto al Poder Legislativo y el Judicial. En esa condición es el Jefe de Estado y también, para todos los efectos, el Jefe de Gobierno, como ocurre en cualquier sociedad democrática. Por muchas razones el presidencialismo ha sido característico de nuestra vida política y por ello el absoluto desconcierto que hay respecto a lo que piensa, hace o planifica Bernardo Arévalo, tiene un impacto importante en la vida nacional.

Poca gente sabe cuáles son las decisiones políticas del mandatario, lo cual alienta una incertidumbre poco conveniente para el país. Sobre todo, tomando en cuenta las complejas situaciones en las que asumió la presidencia el actual gobernante, especialmente por el abierto desafío de quienes han venido controlando el sistema para explotarlo en su exclusivo beneficio. Ejercer el poder no es cosa sencilla en ninguna circunstancia, pero mucho más cuando hay evidentes conspiraciones no solo para impedir el ejercicio democrático sino el imperio mismo de la ley.

Gobernar luego de una dictadura no es cosa fácil y eso lo pudo comprobar el padre del actual Presidente cuando sí ejerció bien el poder en 1945 tras los 14 años de dictadura unipersonal. Bernardo Arévalo no tuvo como predecesor a un tirano como Ubico, pero fue electo por un pueblo harto de los efectos de una especie de dictadura de la corrupción y su mandato fue tan claro como categórico en cuanto a la necesidad de acabar con las mañosas prácticas. Sin embargo, mientras vemos cómo esos poderes ocultos se han seguido articulando y manteniendo (inclusive con la elección de las Cortes), por el lado de la Jefatura de Estado y de Gobierno el pueblo no tiene idea de si hay algún plan, de quiénes pueden ser los consejeros y asesores del gobernante ni, peor aún, si el mismo Presidente tiene la determinación de hacer lo que necesita para acercar al país lo más posible a la transformación que se necesita.

Ha pasado ya año y medio desde que asumió el mando Bernardo Arévalo sin que podamos hablar de las decisiones trascendentes para ejecutar el mandato que emitió el pueblo en las urnas. Sus declaraciones semanales no llegan a ser noticia por su notoria superficialidad.

La vida de los que controlan para su beneficio la institucionalidad del país está siendo mucho más tranquila de lo que las mafias temieron a finales del 2023, cuando se veía como definitiva la investidura del nuevo mandatario que llegaba con un mandato claro, categórico e irrefutable de transformar al país para poner al Estado al servicio de toda la gente.

Necesitamos un gran pacto social, pero sin un líder que desde la Presidencia lo convoque y articule, el mismo se ve difícil y poco probable para desgracia de Guatemala. Esa realidad debe cambiar.

Redacción La Hora

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