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Una de las últimas decisiones del Congreso, antes de entrar en ese limbo al que llegaron tras el esfuerzo fallido de Allan Rodríguez, Álvaro Arzú, Felipe Alejos y compañía, fue el aumento de sueldo que se recetaron todos los diputados, aún aquellos que trataron de marcar distancia públicamente con el incremento. Cualquiera hubiera pensado que por elemental sentido de vergüenza y decoro los “representantes del pueblo” iban a redoblar su trabajo para justificar el jugoso sueldo que se asignaron, pero lejos de eso, el Congreso ha entrado en una etapa de letargo que lo convierte en un muy costoso adorno.

El país tiene infinidad de necesidades, sobre todo en el tema del rescate de la institucionalidad y de la justicia y los diputados podrían ayudar mucho para que se pudiera cumplir el mandato popular expresado en las urnas, cuya elección de Bernardo Arévalo como Presidente implicaba un cambio que no ha llegado. Pero obviamente ello no está dentro de las prioridades ni de las intenciones de los “padres de la Patria”, como a muchos les gusta llamarse. Por el contrario, el parón del Congreso tiene mucho que ver con la persistencia de muchas mafias, de diversos sabores y colores, que le han hecho tremendo daño al país puesto que se trata de una confrontación para demostrar la fuerza que mantienen quienes, desde tiempos remotos, se vienen enriqueciendo a costillas de las necesidades de la gente y/o operando para todo tipo de mafias.

No se ve a nadie en el Congreso con mucho interés por mostrar un aire con remolino, ni siquiera para justificar la enorme cantidad de dinero que se embolsan los diputados gracias al jugoso sueldo, no digamos otras “extras” que se han vuelto tradicionales. No hay un rendición de cuentas sobre lo que decidieron respecto a incrementar exponencialmente la asignación a los Consejos de Desarrollo, esos mismos que se mueven como marionetas por hilos que se manejan en el mismo Congreso de la República y que se han usado, desde hace muchos años, como instrumento de negociación para la compraventa de votos.

Si nos atenemos a lo que produce el Congreso y a quienes benefician con su legislación, posiblemente nos tendríamos que sentir más tranquilos y relajados ahora que no logran sesionar porque, al menos, no están aprobando “mamarrachos” que no se traducen en ningún beneficio para la población, como aquella famosa Ley “Ganadera”. Pero los guatemaltecos tenemos que analizar a los integrantes del Organismo Legislativo porque no podemos reelegir indefinidamente a personajes de esa calaña que, sin la menor vergüenza, hacen sus micos y pericos.

La rendición de cuentas es parte esencial de la democracia y si los ciudadanos no exigimos que los funcionarios cumplan con sus deberes y obligaciones, al final terminamos siendo corresponsables de ese descalabro de país que causa tanto daño y nos condena, a todos, a vivir con menos esperanza.

Redacción La Hora

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