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Entender todas las consecuencias que ha tenido para el país el imperio de la corrupción y sus efectos en la vida cotidiana es algo que debemos hacer para iniciar el recorrido que permita cambiar las condiciones estructurales de la institucionalidad. Siempre pensamos que el saqueo de los fondos públicos genera únicamente ese enriquecimiento desmedido e inmoral, tanto de funcionarios como de diversos proveedores del Estado que participan en los arreglos para desviar los recursos, pero no centramos nuestra atención en todos los daños colaterales que provoca esa generalizada actitud que en el país se ha vuelto, literalmente, pan de cada día.

En temas como la falta de desarrollo humano y el aumento de la migración, la causa esencial la tenemos que encontrar en que el dinero que debiera usarse para nobles fines es desviado de manera abundante, que abre las puertas al crimen organizado y además se genera una crisis del sistema de justicia porque para garantizar impunidad colocan a fiscales, jueces y magistrados designados por los trinqueteros. La cantidad de vidas humanas que se han perdido por el aumento de la criminalidad que opera sin consecuencias es enorme y a ello hay que sumar aspectos tan sencillos como las dificultades en el tránsito, pero todo tiene su raíz y explicación en que las autoridades se centran más en los negocios que en el desarrollo integral del ciudadano.

Hoy estamos viendo que en el país se vive una crisis con los sindicatos del Estado que adoptan una actitud beligerante, que nunca tuvieron con los anteriores regímenes. Y es que las negociaciones de los pactos colectivos eran sencillas toda vez que el punto esencial era convertir a esas organizaciones de trabajadores en activistas en defensa de los gobiernos corruptos, lo que se pactaba a cambio de mejoras salariales y de privilegios extraordinarios para la dirigencia sindical.

Al dejar el gobierno de negociar alrededor de esos respaldos se ha armado la de Troya y en las diferentes dependencias en las que se discuten condiciones de trabajo se nota un comportamiento aguerrido que nunca tuvieron cuando quienes dirigían el Estado repartían sin escrúpulo alguno privilegios y dinero que llenaba los bolsillos de los dirigentes.

No es exagerado decir que los efectos de la corrupción son mucho más amplios y generalizados de lo que se puede suponer a simple vista, pues así como los puentes se caen al primer aguacero, los sindicalistas se convirtieron no en defensores de los trabajadores sino de sus propios privilegios que han sido inmensos.

Para donde veamos se puede encontrar algún lamentable hecho que se explica y ocurre por la forma en que se trabajó en ir destruyendo el Estado. Obviamente si eso ocurrió con la institucionalidad, no nos puede sorprender la situación del sindicalismo estatal que sigue actuando en defensa del sucio sistema que les ha generado tanto.

Redacción La Hora

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