En la foto: Roxana Baldetti, Otto Pérez Molina y Alejandro Sinibaldi. Diseño La Hora / Roberto Altán

Esta semana, concretamente el Miércoles Santo, se cumplen diez años de lo que no podemos ver sino como un alegrón de burro, es decir el día en que se destapó la olla de la corrupción en Guatemala con las primeras capturas del caso La Línea que fue el principio del fin del gobierno de Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti, entonces Presidente y Vicepresidenta de la República. Justamente cuando ella estaba en Corea (Cuando allá es de día aquí es de noche) explotó todo el entramado de negocios dirigidos por la primera vicepresidenta del país, lo que marcó el principio de un destape de tanto negocio que terminó llevando a la cárcel a los dos personajes y a muchísimos de sus colaboradores.

La población guatemalteca se entusiasmó de una forma que tenía pocos precedentes y se volcó a las plazas para protestar contra el nivel de podredumbre que se había alcanzado y en forma insólita dejó ver su hartazgo sobre el comportamiento de nuestra llamada clase política. Históricamente el poder en Guatemala ha servido para enriquecer a quienes lo detentan y de esa forma se generaron estructuras realmente poderosas que, justamente en el período de Pérez y Baldetti, produjeron la primera y desde entonces permanente, cooptación del sistema de justicia en el país.

Fue en ese período en el que, con la colaboración de quienes habían operado en tiempos de Álvaro Colom, se terminaron de hundir en la podredumbre las Comisiones de Postulación que se habían propuesto como una opción para evitar el manoseo político de las principales funciones públicas. Pero en ese 16 de abril del año 2015, al conocerse las circunstancias del caso La Línea, que no era más que la punta de un gigantesco Iceberg, la ciudadanía sintió un hálito de esperanza y se manifestó abiertamente para poner un alto a tanta cochinada.

Pérez y Baldetti no solo renunciaron sino fueron a parar a la cárcel, precisamente en un año electoral, y mucha gente pensó en un cambio radical; apareció un literal payaso diciendo que por ser “nuevo” en la política no era “ni corrupto ni ladrón” y fueron muchos los incautos que le creyeron, tanto, así como para ser electo el gobernante de esa “nueva era” en la que la corrupción no debía tener espacio. El quebrón de cara para todos fue inmenso y nadie se imaginó que Otto Pérez y la Baldetti terminarían pareciendo niños de primera comunión tras lo que se vino después, con los gobiernos de Jimmy Morales y Alejandro Giammattei.

La fallida reforma judicial en el 2017 por incluir y dejar el derecho indígena sin necesidad (es un mecanismo alterno en la resolución de conflictos) ha provocado que aquella ilusión que tuvimos los guatemaltecos hace diez años se ha ido desvaneciendo sin nada material que logre revertir y, ahora, tras otra ilusión vivida con la elección de Bernardo Arévalo, vuelve a desvanecerse la esperanza porque no logramos golpes de efecto y el control de los mafiosos se incrementa buscando asegurar impunidad y tranquilidad a los ladrones.

Pensemos en esta Semana Santa cómo rompemos esa dramática sucesión de oportunidades perdidas.

Redacción La Hora

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