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Hace mucho tiempo que, al hablar del tema de la migración, hemos señalado el profundo vínculo que hay entre ese masivo flujo de guatemaltecos, que van a Estados Unidos en busca de muchas oportunidades que aquí no encuentran, con el gravísimo problema de la corrupción. Y es que cuando el Estado pierde su función, dejando de trabajar por el bien común y para atender las necesidades de la gente, pues se centra en los sucios negocios que se hacen con los recursos públicos, es natural que las personas sientan agobio por las condiciones imperantes.

La salud, la educación, la nutrición, el simple desplazamiento de un sitio a otro y la hasta seguridad personal se sienten en una medida inalcanzables cuando las autoridades descuidan esos temas porque su objetivo es hacer negocios con sus socios que se dicen proveedores o contratistas del Estado. En la práctica son simples proveedores de mordidas para funcionarios insaciables que descuidan los servicios públicos, no digamos la creación de oportunidades que arraiguen al chapín a su terruño.

Hoy estamos viendo cómo cientos de guatemaltecos vuelven deportados, muchos de ellos dejando en Estados Unidos a sus familias, y si las condiciones del país no cambian, seguramente harán cualquier sacrificio y esfuerzo por volver a emprender el viaje hacia el norte. Los migrantes están viviendo momentos de angustia y muchos de ellos han dejado de ir a sus sitios de trabajo por temor a ser capturados y deportados, pero como decimos en lenguaje popular, la necesidad tiene cara de chucho (en inglés dirían «beggars can’t be choosers») y por ello, aunque blinden la frontera, mientras haya corrupción va a haber migración.

Estados Unidos debe entender esa realidad. El mismo presidente Trump debe saber que el gobierno de Jimmy Morales, cuando ofreció a Guatemala como Tercer País Seguro, lo hizo para que Estados Unidos se desentendiera de la corrupción que creció en ese período, no digamos lo que pasó después con Giammattei y Martínez. Se tenían que hacer ajustes en la lucha contra la corrupción, sin duda, pero la misma corrupción no se tenía que volver la norma de nuevo dentro del sistema. El punto ahora es que todo el aparato del Estado fue puesto al servicio de esa corrupción para enriquecer a funcionarios y disponer de una justicia que no los investiga, mucho menos castiga.

Hoy publicamos un trabajo en el que se detalla el impacto que la corrupción tiene en la migración y creemos que es vital que el Secretario de Estado y la Casa Blanca entiendan esa cruda realidad porque, como dijimos, de no parar los negocios sucios, la gente seguirá viendo la migración como una opción muy apetecida, aunque corra enormes riesgos y entrar a Estados Unidos se vuelva extremadamente difícil. Si limpiamos el Estado y éste trabaja por el desarrollo y bienestar de la gente, el chapín ejecutará aquí ese enorme esfuerzo y capacidad que han mostrado trabajando en Norteamérica.

Redacción La Hora

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