El tema de la soberanía y la intromisión de otros países en asuntos nacionales es uno de aquellos en los que generalmente hay un doble rasero porque en medio de la polarización que desde hace décadas se vive en países como el nuestro, la gente detesta o aplaude las acciones de otros Estados, dependiendo de si se alinean con los intereses de alguno de los bandos. Lo vimos claramente en los años 50 del siglo pasado, cuando Washington, con la CIA, montó la Operación Éxito para botar al gobierno de Árbenz para proteger los intereses de la United Fruit Company.
En ese momento los sectores más conservadores mostraron su satisfacción por la creación del movimiento que llamaron la Liberación y que vendría a poner fin a un gobierno que había realizado hasta una reforma agraria, entregando en propiedad tierra a los campesinos. No vieron como un atentado a la soberanía nacional el que se dispusiera armar un ejército para botar a un gobierno y, todo lo contrario, agradecieron siempre al gobierno de Dwight Eisenhower la que calificaron como muy valiosa colaboración con Guatemala.
Posteriormente, durante el Conflicto Armado Interno que vivimos, el gobierno norteamericano de Jimmy Carter, fallecido ayer a los 100 años de edad, dispuso sancionar a nuestro Ejército y le recortó cualquier tipo de ayuda y suministros por los actos de violencia cometidos en ese sangriento y doloroso enfrentamiento. Los que habían aplaudido a Washington por meter las manos en asuntos propios de los guatemaltecos en 1954 fueron los primeros que pegaron el grito en el cielo cuando la intervención volvió a darse por el tema de los Derechos Humanos.
Luego, cuando Reagan dispuso disminuir las sanciones, que ya no pesaban tanto porque Israel había ocupado el espacio que tuvo Estados Unidos para dar apoyo a la milicia, el tono volvió a cambiar, dependiendo de la ideología. Y en el tema de la corrupción vemos que ocurre lo mismo, puesto que quienes en su tiempo no solo aplaudieron sino hasta promovieron la intervención extranjera, luego fueron los más severos críticos de esos “ataques a la soberanía”.
Al terminar este año, quienes tanto se quejaron de las sanciones de Estados Unidos y de la Unión Europea contra los calificados como actores corruptos, están de fiesta porque esperan que el nuevo gobierno de Donald Trump intervenga, pero en sentido contrario. No pretenden que cesen las sanciones, sino que se castigue al otro bando, a los que han aplaudido listas como la Engel o la de Europa, así como la Ley Magnitsky.
Guatemala necesita aliados que apoyen el enfrentamiento de las causas estructurales que limitan oportunidades y entre ellas, destaca la rampante corrupción de un sistema que ahora ve en los Codedes a su vehículo del momento.
En pocas palabras, el tema de la soberanía no es reflejo de “dignidad y respeto” sino simple cuestión de intereses.