En muchas monarquías y en unas cuantas democracias, el gobernante tiene la facultad de otorgar perdón a alguien que ha sido debidamente juzgado y condenado por el sistema de justicia. Estados Unidos tiene, dentro de las prerrogativas presidenciales, la de perdonar de manera formal y absoluta a una persona que haya sido condenada por el sistema de justicia y esta semana el Presidente Joe Biden decidió otorgar un perdón absoluto, tanto por los hechos por los que ya fue juzgado y condenado como por cualquier delito que pudiera haber cometido en los últimos once años, a su propio hijo, Hunter Biden.
Puede verse como algo natural que un padre quiera proteger a su hijo y evitarle la desgracia de ir a la cárcel, pero por principio que debiera ser sagrado, todos tenemos que responder por nuestros actos y asumir las responsabilidades que se derivan de ellos. Y más aquellos que vienen de familias en las que se ha pregonado constantemente ese principio que podemos considerar como parte de la ley natural. El mismo Presidente Biden dijo varias veces que no otorgaría perdón a su hijo, cosa que terminó haciendo prácticamente al final de su mandato, dictando una resolución que será marca distintiva de su paso por la Presidencia de los Estados Unidos.
Se habla del efecto que ese perdón tendrá en lo que han llamado “el legado de Biden” tras una larga vida política y sus cuatro años en la Casa Blanca. También se ha mencionado el impacto que en la justicia de Estados Unidos tendrá este precedente que algunos justifican señalando la tendencia que marcan algunos nombramientos de la administración Trump que dejan ver la posibilidad de un régimen más comprometido con el gobernante que con lo que marca la ley. Hay temor de que Estados Unidos podrá tener un giro importante para disponer de operadores de justicia comprometidos a tapar a unos y a perseguir a otros, tal y como tristemente pasa en estas latitudes.
Pero con todo y lo incierto de la justicia en los años venideros, no se puede negar que Hunter Biden fue condenado luego de haberse demostrado la comisión de delitos y, como cualquier mortal, debiera asumir las responsabilidades de sus acciones. También se comenta el curioso detalle del perdón que se dicta para actos que se cometieron o pudieron cometerse en los últimos once años, lapso preciso que llama la atención y hace suponer que algo pudo ocurrir hace precisamente once años por la forma de especificar ese lapso en la decisión presidencial.
Siempre hemos pregonado que la ley se debe aplicar por parejo, sin apañar unos casos y ser exigente con otros. Y precisamente por ese principio nos parece impropio el proceder del Presidente de Estados Unidos que abre una gran puerta a esa práctica tan destructiva para el imperio de la ley.