Foto: wikipedia.org/La Hora
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En la víspera de la celebración de los 80 años del movimiento popular que puso fin a 14 años de dictadura y abrió los espacios para la democracia en el país, es oportuno reflexionar en cómo fue posible aglutinar a todo un pueblo alrededor de ese movimiento que no dependía de liderazgos del momento, sino que fue la legítima expresión de hartazgo general ante lo que significaba la tiranía. Desde la primera mitad del año 1944 empezaron a darse los signos de un despertar cívico de la ciudadanía y Ubico suspendió las garantías, por lo que el 22 de junio, en un memorial firmado por 311 ciudadanos notables, se le pidió la renuncia.

Diez días después de la petición, Ubico renunció el 1o de julio, entregando el poder al también general Federico Ponce Vaides. El triunfo terminó siendo pírrico, pues Ponce, de inmediato, emprendió su campaña para ser electo Presidente y mantenerse en el cago como lo había hecho su antecesor, por lo que se incrementó el malestar ciudadano y empezó uno de los fenómenos más extraordinarios de organización que registra nuestra historia.

La llamada Revolución de Octubre no fue obra de los 14 valientes estudiantes de la Universidad de San Carlos que en la madrugada del 20 de octubre tomaron la Guardia de Honor, empezando el levantamiento en contra de la tiranía. Fue en realidad resultado de una intensa organización que se fue realizando de boca en boca para aglutinar a los distintos sectores de la sociedad, y al final los profesionales, intelectuales, empresarios, estudiantes, obreros y hasta las amas de casa, con sus hijos, propagaban las aspiraciones de democracia que se concretaron con el derrocamiento de Ponce.

El Ejército no era inmune al sentimiento popular y la mayoría de los oficiales reaccionaron positivamente siendo parte del levantamiento, y dos de sus oficiales conformaron la junta de gobierno junto a uno de los civiles que había firmado el memorial de los 311. El coronel Francisco Javier Arana y el capitán Jacobo Árbenz, junto al ciudadano Jorge Toriello, asumieron el mando como un triunvirato comprometido con el establecimiento de la democracia en el país.

Lo que nos interesa destacar es el papel de la ciudadanía que participó activamente en el movimiento político que acabó con la dictadura. Nada hubiera sido posible sin esa actitud comprometida de los guatemaltecos que entendieron la necesidad de cambiar el rumbo del país. Y lo destacamos porque hoy, 80 años más tarde, Guatemala está bajo una dictadura aún más perversa y malévola, la de la corrupción, que controla todas las instituciones del Estado para mantener el saqueo y que pervirtió la ley para ponerla  a su servicio, tanto para castigar a los que critican la podredumbre, como para garantizar la impunidad.

Aquella Primavera Democrática que se vivió está de nuevo en gestación y dependerá de los ciudadanos, de todos y cada uno de nosotros, el que podamos rescatar a la patria de los ladrones que no solo pululan sino se muestran orgullosos de sus logros.

Redacción La Hora

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