La captura de al menos 25 agentes de la Policía Nacional Civil acusados de participar en actos ilegales de corrupción relacionados con el tráfico de migrantes, no puede ser motivo de sorpresa porque el país y todas sus instituciones cayeron en la maraña de los corruptos que supieron diseñar un régimen que facilita los negocios y asegura impunidad. Si todo el país tiene dejos de cooptación, no podíamos esperar que la Policía Nacional Civil fuera inmune a los vicios porque, como se sabe, muchos de los agentes tienen que cubrir cuotas de dinero que les ponen algunos jefes que, a su vez, tienen que salpicar a sus superiores.
Este caso, triste y lamentable, viene a confirmar el tremendo daño que han hecho quienes pervirtieron al país y todas sus instituciones con la finalidad de llenar maletas de dinero mal habido. La PNC había emprendido un trabajo de profesionalización que fue efectivo, pero en el gobierno de Jimmy Morales su ministro de Gobernación se encargó de desmantelar los cuadros bien capacitados para colocar en los mandos superiores a su achichincle, cosa que sucedió al mismo tiempo que negociaban con el gobierno de Trump en Estados Unidos, lo que marcó una ruta sostenida de corrupción e impunidad.
Es cierto que corrupción siempre ha habido y que jamás se podrá hacer que desaparezca del todo, pero lo grave es cuando un país en vez de tratar de limitarla, castigando legalmente a los ladrones, la alienta y generaliza porque se vuelve el objetivo esencial del Estado y de quienes desempeñan funciones públicas. Se piensa que el daño que hace la corrupción es el desvío de los fondos públicos para enriquecer a servidores públicos y contratistas o proveedores del Estado, pero en nuestro caso el daño ha sido mucho más grave porque se destruyó la institucionalidad al colocarla al servicio de las mafias.
Una de las salidas para ese atolladero está en el rescate del sistema de justicia para que termine la impunidad y se asegure la implementación de castigos para quienes roban dinero del pueblo. Pero estamos viendo que esa ruta no es tan sencilla porque es preciso reconocer la habilidad y astucia de los mafiosos que siguen operando tranquilamente, pese a la expresión ciudadana en las urnas.
Por mucho tiempo los ciudadanos estuvimos indiferentes y volteando la vista a otro lado, aceptando el latrocinio absoluto; llegó el momento en que despertamos, pero el ejercicio de la voluntad popular tristemente no fue suficiente para enderezar el rumbo y queda aún mucho por hacer. Los vicios en la PNC son apenas una de las tantas manchas de ese tigre que concibieron hace ya buen tiempo un grupo de criminales que mantienen un poder inmenso.