Llegado el momento en el que tocará a los diputados elegir a quienes serán Magistrados de la Corte Suprema de Justicia y de las Salas de Apelaciones, debemos recordar la certera frase de Voltaire, el célebre filósofo francés del que se ha dicho que siempre tuvo la razón, quien dijo que lo perfecto es enemigo de lo bueno, pensamiento que nos aconseja a hacer las cosas de calidad buena en vez de buscar la excelencia o perfección que, por inalcanzables, dejan la tarea sin terminar.
Podemos ver los listados desde dos puntos de vista. Por un lado es indudable que se lograron colar varios que tienen compromisos con las mafias y que recibirán apoyo de diputados que forman parte de ese círculo literalmente vicioso, pero también se lograron incluir varios nombres de abogados honorables que, esperamos, puedan desarrollar un mejor trabajo en la administración de justicia y debería contarse con algunos diputados que podrían apoyar a ese tipo de gente. En otras palabras, excluir a todos los que son manzanas podridas es totalmente imposible, pero sí se puede lograr que entren algunos que empiecen a marcar diferencias.
Desde el punto de vista ideal es comprensible que quisiéramos unas Salas de Apelaciones y una Corte Suprema de Justicia que tengan a los más honestos y capaces abogados comprometidos con el Estado de Derecho y el sentido de la justicia. Sin embargo, y aquí es donde entra en juego la frase de Voltaire, tenemos que ser prácticos y entender que ello será totalmente imposible, pero que sí se pueden dar pasos hacia delante si rompemos con la práctica de que para ser electo hay que asumir compromisos con los corruptos para garantizarles impunidad.
Mientras menos de esa calaña entre y sea mayor el número de los que tienen una actitud y ética distinta, seguramente el país estará empezando a enderezar su destino y dirección. Repetimos que es natural que se quiera la perfección después de tantos años de desmadre en el que la justicia se puso al servicio del mejor postor, pero debemos ser prácticos y entender que esa aspiración ideal termina siendo imposible.
Pongamos los ojos en los buenos más que en los malos en este momento crucial de la historia de nuestro sistema judicial y hagamos el esfuerzo, cada quien desde su campo, de presionar e incidir para que ellos sean tomados en cuenta por los diputados en el Congreso para terminar siendo electos. En ese sentido lo bueno puede ser muy importante y trascendente para demostrar que, aunque sea paso a paso, sí que podemos ir acabando con los vicios.