Impresiona la cantidad de gente que participa en todo el país en la celebración del aniversario de nuestra independencia, mostrando un fervor que se repite cada año cuando mostramos nuestro amor por la patria; creemos que justamente hoy, cuando nos preparamos para rememorar nuestro origen como país independiente, tenemos que entender que ese país que tanto amamos demanda ahora de todos sus hijos un compromiso para salir del atolladero en que nos ha ido colocando esa tremenda alianza entre mafias para exprimir los recursos en su propio beneficio, al mismo tiempo que han ido aniquilando sistemas tan vitales como el de la justicia.
El año pasado los guatemaltecos en su gran mayoría dieron un voto para ordenar el fin de la corrupción y el inicio de una nueva era que, desgraciadamente, ha sido difícil de iniciar en serio por las maniobras que desde aquel momento se pusieron en marcha para violentar el resultado de un mandato ciudadano. Hoy estamos en medio del proceso para elegir a quienes deben integrar las Cortes y es notorio el esfuerzo que se hace para mantener el control del sistema de justicia a fin de garantizar impunidad a los ladrones.
Nuestro fervor patrio debe ir más lejos y obligarnos, al entender que el país no tiene futuro sostenible en las actuales condiciones, a ser actores de un proceso de cambio profundo que nos devuelva el imperio de la ley y un verdadero Estado de derecho en el que todos tengamos no solo respaldo de nuestras garantías individuales, sino también la obligación de cumplir con nuestros deberes y rendir cuentas en el caso de abusos que se cometan en perjuicio de otras personas.
Guatemala está en una encrucijada terrible que, sin embargo, nos ofrece todavía la esperanza de que si se hacen las cosas bien y los ciudadanos no nos desentendemos de nuestro deber cívico, podremos emprender la construcción de un futuro alentador para las nuevas generaciones. Es imposible mantener las condiciones actuales sin que ello termine destruyendo al país y a sus habitantes, muchos de los cuales siguen invirtiendo a pesar de los retos y otros que no han tenido otra opción que la de emprender la ruta de la migración para dar mejoras a sus familias.
Los desfiles, las antorchas, la emoción de entonar el himno patrio, son signos de cuán orgullosos nos sentimos de ser guatemaltecos, pero ese orgullo termina siendo vacío si no entendemos que la Patria demanda de nosotros mucho más que una marcha al tenor de las bandas marciales. Lo que se espera de nosotros es que, entendiendo los retos que tenemos, nos convirtamos en el motor de un serio y profundo cambio.