Diseño: Alejandro Ramírez
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La Fundación Luis von Ahn otorgó por primera vez los premios que llevan el nombre de ese guatemalteco que ha descollado mundialmente, para reconocer la labor de ciudadanos destacados en diferentes áreas de la vida que contribuyen a la construcción de un país justo, libre, con igualdad de oportunidades y el necesario respeto a los derechos humanos. Dentro de las diversas acciones que promueve la Fundación está la orientada a fortalecer la “Democracia y Participación Ciudadana” y es en ese marco que fueron seleccionados 3 guatemaltecos cuya actividad es un ejemplo edificante para el resto de la ciudadanía.

En efecto, Carmelina Espantzay, Roberto Crespo y Philipp Wilson fueron galardonados por sus logros en campos que en realidad constituyen una muestra de lo que los chapines pueden hacer si tienen las oportunidades. En medio de las enormes frustraciones que produce el deterioro de nuestro sistema político, el menoscabo de la democracia en el marco de la captura del sistema de justicia y la destrucción del Estado de Derecho, reconforta ver que tenemos valores dignos de imitar y que hacen aportes extraordinarios.

Carmelina Espantzay, doctora en Antropología Social y Cultural, ha realizado importantes trabajos sobre el tema de la inequidad étnica y de género y el empoderamiento de las mujeres mayas en estrategias para acceder a espacios de poder; Roberto Crespo, nacido en Estados Unidos pero con raíces guatemaltecas, es un reconocido ingeniero espacial con brillante trayectoria que desarrolla un telescopio para descubrir asteroides y cometas potencialmente peligrosos; Philip Wilson, por su parte, es un emprendedor social que masificó un sistema sencillo de purificación que permite el acceso al agua a más de 2.5 millones de personas en los países centroamericanos.

En un país en el que predomina una notable frustración, que hace emigrar a tanta gente por la falta de oportunidades, destacar el mérito de esas tres personas merecedoras del Premio Luis von Ahn es importante porque nos ilustra sobre la necesidad de crear mejores condiciones para que nuestros compatriotas puedan alcanzar sus sueños, lo cual depende de una sociedad en la que se privilegie el acceso equitativo a la educación y el trabajo.

Desafortunadamente el Estado, obligado a ser el promotor del bien común, perdió hace tiempo su horizonte porque fue orientado exclusivamente a promover el enriquecimiento ilícito generado por la rampante corrupción que hace millonarios a quienes ocupan posiciones de poder.

Con un Estado que promueva entre la ciudadanía esas oportunidades, seguramente que tendríamos a muchos triunfadores dignos de merecer el reconocimiento social. Los tres premiados no son casos aislados, pero sí son un ejemplo brillante de lo que es y puede lograr el chapín.

Redacción La Hora

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