Ayer se inició, tardíamente como se ha venido acostumbrando, el año escolar en el sistema público de educación y las nuevas autoridades destacaron que más de la mitad de los establecimientos de enseñanza se encuentran en lamentables condiciones por el abandono existente. Hoy publicamos que dentro de la administración del cogobierno de Alejandro Giammattei y Miguel Martínez se gastaron Q609 millones para el remozamiento de escuelas y la ministra Anabella Giracca insiste que las condiciones son críticas.
Sin embargo, el tema de la condición de las escuelas e institutos es apenas una pequeña parte del problema porque en el fondo se puede asegurar que existe un absoluto descuido y hasta abandono de la función que tiene que desempeñar el Estado para formar a sus nuevas generaciones, ampliando el espectro de oportunidades.
Llevamos años en los que todos los indicadores de educación colocan a Guatemala entre los peores países del mundo en temas esenciales como lectura y matemáticas y no existe, ni se ha visto, el menor interés por emprender la ruta que permita corregir esos fallos y ofrecer calidad educativa a nuestra población. La raíz del problema la tenemos que encontrar en las negociaciones realizadas con la dirigencia del magisterio en manos de Joviel Acevedo, quien pactó con los gobiernos para apañar su corrupción y respaldarlos con movilizaciones cuando fuera necesario hacerlas, a cambio de que él se convirtiera en amo y señor de la educación pública sin que se evalúen los resultados de nuestra juventud para que se rindan cuentas.
El magisterio nacional fue uno de los mayores pilares de la democracia en el país y actor decisivo de movimientos como el de 1944 que puso fin a la prolongada dictadura de Jorge Ubico; María Chinchilla, asesinada el 25 de junio de ese año (razón por la cual ese día se celebra en el país el Día del Maestro) es una muestra de ese compromiso que tenían los educadores no sólo para formar a niños y jóvenes, sino para luchar por la democracia y la libertad.
Pero en los últimos 20 años todo ha cambiado totalmente y el magisterio se convirtió, tristemente, en fuerza de choque para apañar la corrupción y a los peores gobiernos que ha tenido el país. No es fácil enderezar una nave que está tan destruida pero, como cruel paradoja, es absolutamente necesario emprender esa hoja de ruta; el reto es enorme, pero el nuevo gobierno y las nuevas autoridades de educación tienen que dar la batalla para generar una nueva política que empodere a las nuevas generaciones con mayor conocimiento.
La reforma educativa tiene que empezar por acabar con ese reinado que tienen hasta la fecha los dirigentes magisteriales que han sido astutos para negociar, no sólo salarios, sino también otros beneficios. Es urgente que se revisen los parámetros de la enseñanza para colocar al alumno, no a Acevedo, como centro y pivote de la educación, desafío que no se puede postergar más tiempo.