Nayib Bukele, recién proclamado Presidente en El Salvador. Diseño La Hora / Roberto Altán

Centroamérica es una de las regiones del continente que más tiempo ha tenido que sufrir los efectos de dictaduras que se eternizan en el ejercicio del poder, razón por la cual siempre ha sido un interés constitucional prohibir las reelecciones dada la facilidad que históricamente han tenido los caudillos para eternizarse. Somos, además, una región marcada por la polarización creciente en el mundo entre las ideologías de izquierda y de derecha, situación que los más astutos saben aprovechar para agudizar las divisiones sabiendo que ello debilita a la sociedad y la convierte en presa fácil de la demagogia populista.

Es importante analizar el peculiar caso de Nayib Bukele, recién proclamado Presidente en El Salvador, donde se reeligió a pesar de una norma constitucional inspirada en casos como la dictadura de Maximiliano Hernández y la de tanto militar golpista; por ello no se permitía que un gobernante fuera nuevamente electo.

Bukele surgió en la política como militante del FMLN, luego de haber tenido a su cargo la publicidad de dicho partido formado por los exmilitantes de la guerrilla y durante un tiempo se presentó como radical, explotando hábilmente la existencia de una aguda y extensa pobreza en el país. Pero más que cualquier otra cosa hay que decir que Bukele es un hombre pragmático que tiene la capacidad de entender a la opinión pública y por ello sus virajes en política. En algunos aspectos muy parecido a Trump, supeditando las ideologías a su conveniencia de momento y él en El Salvador supo interpretar el cansancio de la población por la impunidad de las maras que siembran inseguridad y muerte, basando en ello su plataforma política.

Con medidas de hecho y entendiendo que a los salvadoreños los derechos humanos les importaban poco ante la constante violencia e inseguridad sembrada por las pandillas, generó una política que le permitió arrestar a todo el que fuera o pareciera pandillero y los mandó a una prisión construida para el efecto, devolviendo paz y seguridad a la población. Y de la misma manera en que no respetó los derechos humanos, dispuso violar la Constitución de su país, imponiendo su enorme popularidad para lograr la reelección.

El mundo está viviendo una forma especial de polarización que se aparta de las divisiones ideológicas y la demagogia construye, gracias a la hábil utilización de las redes sociales, la plataforma para construir liderazgos que no persiguen más que satisfacer la ambición de poder personal y el absolutismo.

Bukele es popular, sin duda alguna, pero su reelección es el inicio de otra dictadura, misma que se suma a la de Nicaragua, marcando un peligroso derrotero en esta sufrida región centroamericana donde ese vicio ha sido tristemente contagioso.

Es por eso que el presidente Bernardo Arévalo, más a allá de la felicitación anticipada que realizó y tras los vivido en Guatemala en donde nos costó tanto defender la democracia, debe dimensionar que le toca jugar ese rol de líder democrático en la región y por eso la manera en la que se lleven las relaciones con el mandatario vecino resulta clave.

Es cierto que los salvadoreños hablaron en las urnas, pero no se puede olvidar todo lo que pasó antes y no se puede volver a cometer el error de lo que pasó con Daniel Ortega en Nicaragua.

Que Bukele entregue el poder tras finalizar este período es clave.

Redacción La Hora

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