Como era de esperar, hemos llegado a un punto en el que no hay retorno, porque al violentar la documentación de las elecciones el Ministerio Público rompió la cadena de custodia que corresponde al Tribunal Supremo Electoral y rompió el proceso democrático que culminó con la expresión en las urnas de una ciudadanía harta del sistema corrupto. Correspondería a la Corte de Constitucionalidad enderezar el entuerto si es que queremos preservar el Estado de Derecho y evitar un Golpe de Estado que, como dijo un delegado argentino en la OEA, ahora ya no sale de los cuarteles sino de los tribunales.
Y decimos “correspondería” porque ya hemos visto tanto muerto acarreando basura que sería ingenuo suponer que en un súbito momento de razón y decencia, los magistrados de esa alta corte, que han estado apañando las acciones del Ministerio Público y la FECI, van a salirse del marco que les han fijado quienes los eligieron. Cuando se observa detenidamente los acontecimientos y el curso que se ha dado a la acción que atenta contra el Orden Constitucional, no cabe la excusa de que aquel famoso audio en el que se increpaba al Presidente por no exigir más a Porras y Curruchiche fue producto de la inteligencia artificial. Es obvio que es reflejo de la torpeza terrenal.
Se está cumpliendo al pie de la letra lo que se le ordenaba a Giammattei, que pusiera en orden a esos dos personajes a los que se calificó con términos soeces; y la CC fue electa dentro del mismo marco que permitió la designación de la Fiscal General y por lo tanto debemos saber qué es lo siguiente en esta burda maniobra para materializar el Golpe de Estado. La forma arrogante en que se habla de la preocupación de la comunidad internacional sobre los abusos que se están cometiendo tan burdamente, es un reflejo de que están dispuestos a jugarse el todo por el todo y que aquí no habrá transición y menos traspaso ordenado del poder.
Los ciudadanos tenemos que reflexionar seriamente sobre nuestro papel y nuestra responsabilidad como el último eslabón de la democracia en el país y, sobre todo, cómo podemos reafirmar nuestra voluntad política expresada libremente en las urnas, para disgusto total de quienes tienen capturada la institucionalidad en Guatemala.
Es posiblemente el momento más crítico que se ha vivido en lo que va de este siglo y, curiosamente, evoca aquel momento crucial de 1944 cuando la ciudadanía decidió acabar con el régimen despótico y tiránico que pretendía perpetuarse en el poder.