Viendo el desarrollo de la campaña electoral, el comportamiento de los candidatos y la actitud de los ciudadanos, tenemos que concluir en que los guatemaltecos hemos perdido el alma, entendida no en el plano religioso sino como la sustancia, parte principal o la esencia moral de los miembros de una sociedad. El tema, por cierto, se ha convertido en el eje de la campaña que acaba de lanzar en Estados Unidos Joe Biden para su reelección, porque en realidad no es un problema que afecte únicamente a algunas naciones, sino que está regado por toda la humanidad que parece haber olvidado esa esencia.
Hace muchos años que vivimos en medio de una polarización que se hizo global y que pone impasables barreras para alcanzar acuerdos y para permitir que sean los valores que fueron esenciales los que marquen nuestro ritmo de vida y nuestras actitudes. Hoy en día no se razona sobre los argumentos de nadie, sino se sopesan únicamente desde esa perspectiva de polarización que tiene la finalidad de mantener divididos a los colectivos sociales. Quien se las ingenió para provocar esa masiva polarización siguió el viejo adagio de dividir para vencer y el diálogo racional no tiene cabida cuando los fanatismos pesan más que cualquier uso de razón.
Rescatar la sustancia de la vida social, basada en la esencia moral en la que debe descansar la búsqueda del bien común, es sin duda una tarea titánica porque tiene que lograrse mediante la derrota de todas esas teorías propagadas mediante una conspiración que puso a unos contra otros y que impiden el mínimo acuerdo. No importa el contenido de una propuesta sino de dónde viene; aún las más claras y positivas ideas son no simplemente ignoradas sino hasta vilipendiadas cuando salen de la boca o la pluma de alguien que en nuestra nueva realidad, impuesta tan mañosamente, es nuestro enemigo.
Por ello, además de por la increíble y ridícula proliferación de candidaturas, no puede haber un serio debate entre los aspirantes porque nadie quiere escuchar al otro. Todos se sienten y nos sentimos dueños de la verdad absoluta y Dios libre al que se atreve a pensar distinto y, peor aún, a cuestionar alguna de mis supuestas verdades.
Si los ciudadanos no hacemos un alto en el camino para buscar qué es lo que realmente queremos, cuál es el tipo de sociedad que ansiamos y necesitamos, de nada sirve el ruido que mete la campaña electoral con más payasadas que propuestas. El futuro del país no está en manos de los políticos, sino de los ciudadanos que tomen conciencia de su responsabilidad.