A la izquierda de la foto la guatemalteca Doris Raquel Barrera, oriunda de Chiantla, Huehuetenango. Foto: La Hora / Captura de Pantalla

El caso de la migrante guatemalteca Doris Raquel Barrera, oriunda de Chiantla, Huehuetenango, ha causado tremenda conmoción al conocerse detalles de cómo fue torturada y luego asesinada por “coyotes” junto a un nutrido grupo de personas de diversas nacionalidades que viajaban a Estados Unidos en busca de su sueño. No es, ni por asomo, la primera muerte que ocurre en esa peligrosa ruta que ha cobrado ya tantas vidas, pero sí puede considerarse como uno de los más brutales por las características del sangriento crimen.

El coyotaje o tráfico de personas con fines de migración ilegal a Estados Unidos se ha convertido en un jugoso y lucrativo negocio y hay grupos criminales que no vacilan en aprovecharse de la necesidad de tanta gente que se siente agobiada por la falta de oportunidades en sus países de origen y que arriesga su vida para unirse a los millones que ya se han asentado en el Norte. El costo, las dificultades y hasta el riesgo de sus propias vidas no detiene ese constante y masivo flujo de personas que huyen de la pobreza, fundamentalmente, ilusionados con la posibilidad de tener un trabajo que les reporte ingresos para mantener a sus familias.

Y son muchos los países, entre ellos Guatemala, que no solo observan indolentes esa constante migración, sino que la asumen como un gran negocio. La necesaria inversión en el desarrollo humano para mejorar la calidad de vida de tanta gente abandonada no llega nunca ni es parte de las preocupaciones de gobiernos que están más centrados en aprovechar ilegalmente los recursos que trabajar por el bien común. Saben que las remesas no solo permiten la estabilidad macroeconómica, sino también sirven como una especie de opio para los pueblos que se desentienden de su realidad porque mensualmente les llega el dinero para cubrir todas sus necesidades.

En Estados Unidos se avizoran nuevas estrategias, más drásticas, para contener los grupos familiares que están llegando a la frontera sur, provenientes de países donde la gente ya no soporta la pobreza y el abandono. Pero está visto que por duras que sean esas disposiciones, mientras haya necesidad de sobrevivir, continuará ese constante flujo. Si ni siquiera el evidente y grave peligro en la ruta influye para mermar la cantidad de migrantes, nada podrá impedir que sean tantos los que busquen allá lo que sus países no les dan.

En plena campaña oiremos a los demagogos hablar del combate a la pobreza y generación de oportunidades, pero muchos no les creen y solo sueñan con irse del país.

Redacción La Hora

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