Foto ilustrativa. El principal daño de la corrupción en esas obras es al usuario que debe utilizar carreteras en malas condiciones. Foto Prensa Libre

Las vías de comunicación de cualquier país son fundamentales para el normal desarrollo de la actividad económica pues sirven tanto para el transporte de personas como para el traslado de mercancías y de esa cuenta es que el nivel de progreso de cualquier país guarda estrecha relación con la infraestructura vial. En Guatemala el descalabro de nuestras carreteras es patético y sumamente costoso, no solo porque obliga a circular más despacio, aumentando penosamente el tiempo de traslado de personas y mercancías, sino porque los abundantes agujeros dañan el parque vehicular obligando a costosas reparaciones.

Hay aún en buen funcionamiento carreteras que se hicieron hace casi cincuenta años y aunque en ese tiempo se hablara ya de alguna corrupción, resulta obvio que no llegaba a los niveles actuales. Y es que, desgraciadamente, ahora además del cobro de comisiones se pacta hasta la utilización de materiales de peor calidad y cantidad, lo que hace que a los primeros aguaceros se produzcan daños de gran magnitud que, como cruel paradoja, tienen elevadísimo costo de reparación porque prevalece el mismo patrón caro y chapucero.

Las viejas firmas constructoras que basaban su prosperidad en el prestigio acumulado por años de realizar importantes obras ya prácticamente han desaparecido o se tuvieron que acomodar a las nuevas reglas de juego que se basan en la avaricia de las autoridades que cada día reclaman más para sí y toleran menor calidad en cada uno de los proyectos porque lo único que cuenta, al final, es el monto del soborno que se entrega por cada contrato suscrito.

Y no se ve en el horizonte algo que pueda cambiar esa patética realidad de destrucción y abandono que nos hace ver, cada vez que tenemos que usar nuestras carreteras, ese carácter fallido que cada vez más caracteriza a un Estado que centra todo en la corrupción de los funcionarios de todo nivel que llegan a los puestos para servirse y no para servir.

En su campaña electoral, Giammattei habló de todos esos problemas y, encendido, ofrecía meter al bote a los corruptos, pero todo fue del diente al labio porque el suyo se ha convertido en el más corrupto de todos los regímenes que hemos tenido en el país, lo cual ya es en verdad mucho decir dada la larga trayectoria del saqueo al erario nacional.

Y los ciudadanos tenemos que resignarnos a pagar las consecuencias porque a falta de un aire con remolino de la población, los funcionarios se sienten cada vez más a sus anchas haciendo, literalmente, micos y pericos.

Redacción La Hora

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