El guatemalteco urbano es muchas veces acomodado, tolerante y disfraza de «nobleza» una actitud que termina rayando en tener horchata en las venas que no le permite arrancar con indignación y determinación para cambiar el país que tenemos.

Se ha acostumbrado un sentimiento aspiracional que hace que se envidie al que hace plata sin importar si fue por la corrupción, por narcos, lavado o simplemente porque se es de los empresarios «visionarios» que supieron negociar y pactar a tiempo para ordeñar la vaca de un Estado que solo funciona para muy pocos.

Somos tajantes al criticar a los corruptos cuando se han presentado los casos y con enorme enojo o cólera se les ha dicho cualquier insulto, pero cuando llegan a las cortes y son dejados en libertad, nadie dirige esa indignación y rabia contra el sistema de justicia.

Cuando algunos empresarios a quienes muchos han querido emular porque son «chispudos» haciéndose millonarios por medio de pagar mordidas, sobrevalorando obras, asociándose con funcionarios para conseguir contratos, etc., muchos hasta creen que como son gente «bien» no merecen estar en una cárcel porque «¡Huy…pobrecitos!».

Tenemos un Alcalde en la ciudad capital que es el peor ejemplo para el resto de alcaldes del país y que envía el mensaje de que la ley no le alcanza porque ha sido eficiente con sus fideicomisos, sus privatizaciones, sus negocios pero se le reelige cada vez.

Somos una sociedad que se refleja en su selección de futbol porque cuando le ganaron a los gringos se les trató como que fueran capaces de vencer a Alemania, pero media semana después nos recordaron que el futbol no es más que un negocio muy sucio al que, por cierto, el Estado debería renunciar a financiar.

Tras haber «renacido la voluntad del pueblo» el año pasado, terminamos votando por un Congreso que debe ser el peor de los que hemos tenido porque está integrado con el rostro del descaro y la corrupción.

Y para todos aquellos que se ofendan por lo que decimos, solo hagan una búsqueda de imágenes en internet sobre «Guatemala Pobreza» para ver a esos ciudadanos, de todas las edades, que conforman una gran mayoría de la población sobreviviendo en la miseria, sin servicios de salud, cero oportunidades y literalmente muriendo de hambre.

Ser una sociedad que puede administrar su indignación, nos hace un grupo de zombis que no queremos entrarle de verdad a un cambio radical del sistema. El reto lo tenemos al frente y mientras no cambien las condiciones para todos los que de verdad sufren la vida en nuestro país, no podemos darnos por satisfechos.

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