BAGDAD
DPA

Incluso mientras Irak recupera poco a poco el territorio arrebatado por el grupo armado Estado Islámico, la fe en el gobierno se desmorona entre mucha gente, especialmente los chiíes del país, indignados por la descoordinación política y la constante sucesión de bombas extremistas en la capital, Bagdad.

El primer ministro, Haider al-Abadi, anunció triunfalmente el comienzo de las operaciones para recuperar Faluya, en manos del grupo extremista, y durante el fin de semana prometió que «la bandera iraquí se alzará alta» sobre la ciudad.

Ayer, fuerzas iraquíes respaldadas por aviones de combate estadounidenses atacaron a los milicianos a las afueras de Faluya, una codiciada ciudad que lleva más de dos años en poder del grupo armado.

Pero en Bagdad, muchos residentes siguen afectados por una abrumadora oleada de atentados suicidas la semana anterior, que golpeó mercados abarrotados, puntos de control, un restaurante, una cafetería y una planta de gas. Los ataques mataron a más de 200 personas, la mayoría en zonas chiíes.

En lugar de sembrar el temor, los ataques parecieron avivar el descontento, especialmente dirigido contra la élite política.

Cientos de manifestantes, incluidos familiares de víctimas de los atentados, asaltaron el viernes la fortificada Zona Verde de Bagdad reclamando una mejora de seguridad y una reforma del gobierno. Las fuerzas iraquíes emplearon gases lacrimógenos contra la muchedumbre, y los choques dejaron dos manifestantes muertos y varios militares heridos con arma blanca.

Fue la segunda vez en un mes que los manifestantes irrumpían en la zona de seguridad, donde tiene su sede el gobierno.

El creciente malestar se está canalizando hacia divisiones de potencial peligroso de las poderosas milicias chiíes de Irak. Las dos protestas en la Zona Verde estuvieron dominadas por seguidores del influyente clérigo Muqtada al-Sadr, que dirigió una campaña de protestas contra el gobierno.

Al principio, las marchas reclamaban una reforma del gobierno, y ahora también que se exijan responsabilidades, a la luz de las brechas de seguridad que permitieron al Estado Islámico cometer la reciente oleada de atentados.

«Ay del gobierno que mata a sus propios hijos a sangre fría», dijo al-Sadr en un comunicado tras los choques del viernes.

La demostración de fuerza del clérigo también ha hecho que otras milicias rivales se desplieguen en las calles, todas prometiendo proteger a los iraquíes. Eso ha planteado temor a fricciones o violencia directa entre las diferentes facciones.

Las divisiones entre milicias chiíes reflejan las diferencias que mantienen desde hace meses los partidos que las respaldan. La cúpula política iraquí parece cada vez más paralizada. El gobierno de Al-Abadi ha prometido durante meses reformas para reducir la corrupción rampante, pero no las ha ejecutado. El Parlamento no ha logrado reunirse ante la negativa de muchos legisladores, que alegan motivos de seguridad.

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