En la recta final del año 2025, nos preparamos para celebrar el final de un año y la llegada del año nuevo.
Posiblemente, pensemos en salir de viaje para pasear con la familia o ir a visitar a la familia que se quedó allá, en el pueblo donde “botamos el ombligo” como dirían los abuelos. Allá de donde salimos o de donde un día salieron nuestros padres en busca de un futuro mejor.
Y qué mejor que esta fecha de fiesta generalizada para retornar a la unión familiar. Lo importante es que no perdamos el porqué. Ya que el licor nos lleva a cometer tonterías, discutir y hasta matar al ser querido, como el reciente caso del padre que consumía licor con sus hijos y que luego de que uno matara al otro él mató al hijo que quedaba. En un arranque de cólera, de odio, de dolor, no sabemos, pero el hecho es muy triste y trágico.
Así que es preciso que la cordura no nos abandone. Como lo es vigilar a los vulnerables de la familia, porque cuando la nostalgia de la época toca el corazón, también podemos cometer actos de los que ya no podremos arrepentirnos.
Y sí, es época de fiesta, pero también de recuerdos de las vivencias buenas y malas, de lo que dejamos atrás, por eso es importante que recordemos al ser que ya partió, unas flores, una vela, una oración, una anécdota en su memoria, como un tributo a su existencia y al tiempo compartido.
Por mi parte, un día más del año, en el día del que sería su cumpleaños cuarenta, dejaré una lágrima y unas flores a Diego Daniel, donde su cuerpo descansa, al tiempo que compartiremos con su hermano Andrés Alejandro fotografías y recuerdos perpetuos en la memoria.
Su legado de lucha por la vida, su sonrisa, su cariño y disposición permanente a ayudar, pese a las limitaciones con las que vivió por 29 años mi hijo Diego Daniel, luego de una mala práctica médica de los doctores Ricardo Muñoz Molina y Mauricio O’Connell Juárez.
Diego Gatica, Daniel González, un juego de palabras que hacía con su nombre, se aferró a la vida y trató de disfrutarla y de hacer que otros se sintieran bien, saludaba al diputado, como al conserje, al guardia de seguridad y al señor que saca la basura, y bromeaba con los militares y con sus amigos Renegados. Tenía un corazón tan hermoso que no sabía discriminar.
Y es por eso que aún encontramos personas en la calle que lo recuerdan como un joven atento y con un gran amor a la vida, una huella de carbono, sin daño colateral. Algo de lo que pudimos aprender. Así que nosotros no tendremos una silla vacía, sino un corazón agradecido por su ser y su presencia en nuestras vidas.
Hagamos para nosotros y para las personas a nuestro alrededor realidad la frase: FELIZ AÑO NUEVO.







