A mi llegada al departamento de física de la Facultad de Ingeniería en 1980, el mundo parecía un arcoíris de cientos de colores. Rápidamente me ubicaron en lo que llamaban «Área de Laboratorio» —un nombre que ahora no recuerdo con precisión—. Era el mundo perfecto de la experimentación educativa, donde se preparaban los experimentos para los alumnos de ingeniería que cursaban física. Por entonces, se había aprobado la primera licenciatura en Física Aplicada de la San Carlos, que también realizaba experimentos en esa área.
La física de esa época era bastante experimental. Experimentos similares trasladé yo a Quetzaltenango. El concepto que prevalece desde entonces hasta ahora es el de «modelación»: representábamos la realidad midiendo variables clave con equipo real. Con amperímetros medíamos corrientes eléctricas, con voltímetros voltajes. Armábamos circuitos reales con resistencias y condensadores, y allí estaban los «modelos», como el circuito RC, con ecuaciones matemáticas para describirlos, equipo para verificar si realmente pasaba esa corriente, y hasta un osciloscopio para observar el comportamiento real.
Había equipo en muchas áreas: mecánica, fluidos, electricidad, magnetismo, ondas y más. Cuarenta años después, ese equipo físico ha sido reemplazado en gran medida por modelos digitales de la realidad. La buena noticia es que seguimos modelando. Y de esos modelos ha llegado a las aulas un nuevo modelo de lenguaje: la Inteligencia Artificial.
En 2025, todos mis alumnos han usado alguna IA. La empleaban para tareas, ensayos e incluso exámenes. Cómo lo hacían, no lo supe hasta que un colega me reemplazó en un examen final: sin teléfonos, computadoras ni dispositivos, nadie resolvió nada.
En el mundo, aún nos sorprendemos con las capacidades de la Inteligencia Artificial. Se integra en nuestra vida económica, política y cultural como el aire que respiramos. Hace un año, los profesores de ingeniería recibimos un curso sobre IA, especialmente ChatGPT. Pedimos a la IA que generara nuestros programas de cursos y lo hizo rápido; luego, que incorporara una reforma de créditos universitarios, y lo logró en minutos. ¡Qué maravilla!
Me dicen que la IA es solo una herramienta más. Yo creo que es algo mayor. Ciertamente, facilita el fraude académico —alumnos presentan trabajos resueltos por IA como propios—. Pero ese peligro siempre ha existido: la fiscal general actual presentó un título falso por cinismo, no por IA.
El riesgo real es otro: la IA combina modelos de lenguaje con modelos matemáticos, resolviendo problemas físicos o de ingeniería con facilidad. Sin embargo, suele ignorar el contexto social donde se aplica la solución. Otro fallo: no incorpora un modelo de emociones humanas, cuya predicción depende enormemente del contexto personal.
Precisamente por ser un modelo de lenguaje y no de emociones, la IA ha cometido errores graves cuando se usa como terapista. Lo reporta el artículo “Minds in Crisis: How the AI Revolution is Impacting Mental Health” de Keith Robert Head (2025), publicado en la revista de psicología clínica, que analiza cómo interacciones con chatbots pueden inducir dependencia psicológica o exacerbar síntomas en usuarios vulnerables. Un estudio del 2025 realizado por la Universidad de Stanford ha puesto en cuestión el avance de la IA en el ámbito de la salud mental. La investigación advierte que: «…los chatbots de terapia psicológica, lejos de reemplazar a los profesionales humanos, podrían presentar respuestas dañinas, discriminatorias o carentes de sensibilidad ante situaciones críticas».
La proliferación rápida de la IA y sus chatbots conversacionales plantea desafíos inéditos no solo para el aprendizaje de ciencias, matemáticas e ingeniería, sino para todos los campos. El aprendizaje mediado por IA aún espera conceptualización plena. Desconocemos muchas implicaciones de esta trans-herramienta que promete mejorar aprendizajes y calidad de vida. Pero enfrentamos retos enormes: los profesores dejaremos de ser meros proveedores de contenido para convertirnos en guías críticos.
Mientras escribo estas reflexiones navideñas, pienso cómo integraré la IA en mis cursos de 2026. Reflexiono en mis colegas del Fab Lab, de mi universidad en Quetzaltenango, particularmente el ingeniero Oscar Maldonado, quien entrena una IA para mejorar tomografías en el Hospital Regional de Occidente —parte del gran trabajo de Ingeniería de la San Carlos en Quetzaltenango con prototipos innovadores—. Viendo estos avances, el proyecto de tomografías y nuevas formas de entender artefactos de ingeniería, auguro a la IA éxitos en todos los campos de la vida humana, animal y ecológica.
Bienvenida IA: ojalá manejemos sus efectos secundarios no deseados, ampliemos su uso para mejorar la calidad de vida de todas las personas y potenciemos el aprendizaje en nuestras escuelas y universidades.







