
Con un audífono en un oído para escuchar la banda, un clic metronómico marcándole el pulso y más de cien músicos atentos a cada gesto, Wilver Villacinda dirigió uno de los retos más exigentes que ha enfrentado la Orquesta Sinfónica Nacional de Guatemala: sincronizar en tiempo real la banda sonora de ‘Mi Pobre Angelito’ con la proyección de la película. El experimento no solo funcionó, sino que agotó entradas en pocas horas y reunió a más de 2.700 espectadores.
La imagen podría parecer cinematográfica. Un joven director de 29 años, de pie frente a una orquesta ampliada y un coro, con la pantalla gigante iluminando el escenario. Pero detrás del espectáculo hubo cuatro ensayos de estudio milimétrico, decisiones tomadas en fracciones de segundo y una concentración extrema. Villacinda, segundo fagot de la Orquesta Sinfónica Nacional de Guatemala, asumió en diciembre como director invitado de toda la temporada navideña.
Entre el 3, 4 y 5 de diciembre, y luego en dos fechas adicionales —11 y 17— abiertas por la alta demanda, Villacinda estuvo al frente de los conciertos con la proyección de ‘Mi Pobre Angelito’ (Home Alone), con música de John Williams interpretada en vivo en la sala de conciertos del Conservatorio Nacional de Música Germán Alcántara. En total participaron más de 100 personas —más de 90 músicos y un coro— y el resultado fue un lleno total que obligó a abrir nuevas funciones.
En entrevista con La Hora, habla sobre el reto de memorizarse la película completa y el esfuerzo detrás de los cinco conciertos navideños ofrecidos por la orquesta nacional de Guatemala.
RETO DE SEGUIR LA PELÍCULA
“La Orquesta Sinfónica Nacional no tiene un director titular”, explica Villacinda. “Lo que hacemos es invitar a directores para proyectos específicos. En mi caso, estuve a cargo de toda la temporada navideña, lo cual implicó no solo dirigir, sino planificar y sostener una propuesta completa”.
Villacinda no llegó a la dirección desde fuera de la orquesta. Es fagotista, formado desde los 14 años en la Escuela Municipal de Música, con una temprana experiencia en el Sistema de Orquestas Juveniles de Venezuela y estudios posteriores en México. “Mi rol principal es tocar fagot. Pero desde muy joven me llamó la atención la dirección, esa idea de ensamblar, de escuchar todo a la vez y hacer que funcione”, cuenta.
Esa doble condición —músico y director— marcó su manera de enfrentar el proyecto. “Un director no está solo para mover las manos. Tiene que escuchar qué pasa atrás, qué suena de este lado, qué no está funcionando, y corregir en tiempo real”, dice. En una orquesta grande, añade, esa figura es indispensable para canalizar todas las ideas hacia un mismo punto.

Dirigir música sinfónica ya es, de por sí, un ejercicio de precisión. Hacerlo sincronizado con una película en tiempo real eleva la dificultad a otro nivel. “Aquí no es la orquesta la que marca el ritmo, sino la película”, resume Villacinda. “La música está completamente subordinada a lo que ocurre en pantalla”.
Para lograrlo, el director trabajó con un sistema de click track: una base rítmica que solo él escuchaba a través de un audífono. “No suena todo el tiempo. Entra justo antes de que empiece la música y marca los cambios de tempo, que son constantes. John Williams usa mucho el rubato, pequeños cambios de velocidad que, si no se controlan, te sacan de sincronía”.
En escena, Villacinda tenía que atender tres planos a la vez: el clic, la orquesta y la película. “Si había un desfase, no podía parar. Tenía que decidir en segundos si jalaba a la orquesta o si yo me ajustaba a ellos, recuperar tiempo más adelante y volver a coincidir justo en una escena clave”, explica. Golpes visuales, luces que se encienden, gestos exactos del personaje: todo debía coincidir con un sonido preciso.
La banda sonora de ‘Mi Pobre Angelito’ no es, aclara Villacinda, una obra pensada para lucirse de manera autónoma. “Es música programática: está hecha para acompañar una historia. No puede ser tan densa como una sinfonía de Beethoven, porque si no le roba protagonismo a la imagen”. Su función es otra: sostener la emoción, subrayar la acción, envolver la escena.

Eso no la vuelve sencilla. Exige atención constante y una orquesta disciplinada. “La complejidad no está tanto en la dificultad técnica, sino en la precisión”, señala.
CONQUISTAR NUEVAS AUDIENCIAS
Para la Orquesta Sinfónica Nacional, este tipo de conciertos cumple también una función estratégica. “En Guatemala, la música clásica no es algo a lo que todo el mundo esté acostumbrado”, reconoce Villacinda. “Pero lo popular sí convoca. Y nosotros nos debemos al público”.
La institución, dice, ha apostado por propuestas híbridas: bandas sonoras, conciertos de salsa, homenajes a artistas populares. “La idea es que la gente llegue por algo que le gusta y descubra que existe una orquesta. Luego muchos regresan a los conciertos más académicos”.
Los números parecen respaldarlo. Las entradas para Home Alone se agotaron en cuestión de horas —en los últimos casos, en minutos— y la asistencia total superó las 2.700 personas. “Hubo gente que nunca había ido a un concierto sinfónico”, cuenta. “Eso, para nosotros, ya es un triunfo”.
En lo personal, dice, la experiencia dejó huella. “Mucho cansancio”, admite con una sonrisa. “Pero también un aprendizaje enorme. Tener que estar pendiente de la orquesta, del coro, de la pantalla y hasta del público —porque a veces los asistentes se olvidan de que están en un concierto— te obliga a un nivel de concentración brutal”.
El músico dirigió por vez primera a sus 14 años. Hoy, a sus 29 años, con casi una década dentro de la Orquesta Sinfónica Nacional, Villacinda dice que lo hizo desde una convicción clara: que la música sinfónica también puede dialogar con el cine, con la cultura popular y con nuevas generaciones de oyentes. “Si el público se va con ganas de volver”, dice, “entonces todo el esfuerzo valió la pena”.







