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Es la época de «regalos», pero los regalitos entre el novio y la novia, los regalos entre las parejas del amor romántico llevan cargas, cuyas connotaciones leen los amantes entre líneas, aun antes de recibirlos. Obsequiar regalos, presentes, es una forma de construir lazos de amistad, ya sea en forma del amor romántico, del amor ágape, del amor entre hermanos o del amor como simple encuentro entre humanos. Y cómo no, si el amor fue una filosofía introducida por Jesucristo.

Ciertamente fue Jesucristo quien, hace más de dos mil años, cambió la filosofía bíblica al introducir el amor como filosofía de vida. Pablo, previamente Saulo, definía al amor en su primera carta a los cristianos de la ciudad de Corinto así:

«El amor es paciente, es bondadoso. No envidia, no se jacta, no se enoja fácilmente. No guarda rencor, no busca lo suyo, no se irrita. No se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta».

Como he descrito en diferentes entradas en esta columna de La Hora, hay muchas formas de amor, pero de todos, el más complejo es el amor entre parejas de la modernidad, de ahora. El amor de ahora se ha permeado por encuentros de segunda mano, porque realmente somos seres de segunda mano: no somos los primeros que nuestras parejas amarán, ni ellas o ellos serán las primeras y únicas parejas que amaremos en la vida.

La modernidad nos trajo otros amores que no imaginamos en la juventud temprana de nuestra vida. Mis padres se casaron y se quedaron juntos hasta que la muerte los separó. Mis abuelos maternos también, y mis abuelos paternos también, aunque la abuela Carmen Cantoral murió muy joven, a sus treinta años de vida, dejando a mi padre en la orfandad, siendo él un niñito de brazos.

Estas tres generaciones de amores —de 1900 a 1940; de 1950 al 2000 y del 2000 a la fecha— han transformado profundamente sus concepciones de amor de pareja. Los regalos que escogieron mis abuelos para mis abuelas fueron otros, con otras motivaciones, otras entregas. Los amores de 1950 al 2000 estaban permeados por lo práctico, lo útil: muchos de los regalos de entonces eran cosas útiles para la cocina o ropa. Ahora ya no. Estamos inmersos en Chanel, artefactos de Gucci o lentes Ray-Ban. El mercado del amor romántico es uno de los mayores del mundo actual, pero el verdadero amor no tiene marcas, no tiene etiquetas, no tiene más que el deseo de agradar al otro o a la otra. Es puro y escaso, como el agua que nace en la montaña verde.

Ahora que viene Navidad y se acerca la época de los regalos para todos —para los que creen y para los que no creemos—, quiero recordar los regalos que más me han gustado. Sabiendo las fallas de mi memoria, quiero recordar aquella bicicleta azul que llegó a mi casa de la Colonia Molina en la bella Xelajú un mes de diciembre de 1968. O aquellos guantes de arquero de 1975, cuando jugaba yo con la selección de fútbol de Quetzaltenango.

También quiero recordar los regalos que he dado y que creo que le gustaron a quienes entonces amaba y aún amo, porque el amor no termina. También recordaré los regalos que no pude dar y sabía que alguien que yo amaba quería. Empiezo con el más importante: el regalo que me pidió mi papá cuando me dijo que dejara yo de tomar, que dejara ya de destruirme con el alcohol. Ese regalo se lo di, imperfecto como todos mis regalos, pero se lo he dado hoy.

También está el regalo aquel que no pude darle a mamá, cuando me dijo que quería ir a Brasil, a Río de Janeiro. No se pudo, porque la vida se la llevó antes.

La vida está hecha de regalos que damos y que no podemos dar. Demos, demos lo que demos, demos con amor, que es el único lazo verdadero de unión entre humanos.

Fernando Cajas

Fernando Cajas, profesor de ingeniería del Centro Universitario de Occidente, tiene una ingeniería de la USAC, una maestría en Matemática e la Universidad de Panamá y un Doctorado en Didáctica de la Ciencia de LA Universidad Estatal de Michigan.

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