Autor: Gabriela Solorzano
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Editorial: youngfortransparency@gmail.com
En Guatemala solemos escuchar una frase que parece mantra nacional: “la política no me interesa”. La repiten jóvenes, adultos, colegas, familiares… como si fuera un escudo para protegernos del caos institucional que vivimos. Sin embargo, en este momento del país, con un Congreso polarizado, instituciones que parecen competir entre sí y decisiones claves tomadas en medio de tensiones, esa postura se volvió insostenible; ya no podemos darnos el lujo de desentendernos.
La crisis política no es abstracta ni lejana. Impacta directamente en lo que esperamos de nuestra vida adulta: empleo, oportunidades, educación, movilidad social, y demás garantías fundamentales. Esto no es exageración; según el Instituto Nacional de Estadística (INE), el 33.8% de la población guatemalteca es joven (entre 13 y 30 años). Esto significa que somos un bloque social enorme, con fuerza numérica suficiente para influir en decisiones nacionales. Sin embargo, actuamos como si no existiéramos políticamente.
El Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) establece que este momento forma parte del “bono demográfico”, una etapa en la que tener una población joven dominante podría impulsar el desarrollo del país… si se aprovecha, sin embargo esto no es así. La tasa de desempleo juvenil, según el documento “Juventudes en Guatemala” de UNFPA, es más del doble de la tasa nacional; y tres de cada diez jóvenes ni estudian, ni trabajan. Esta doble exclusión evidencia la falta de prioridad que el país otorga a su generación más numerosa.
¿Qué tiene que ver la política con esto? Todo. La aprobación del presupuesto, las reformas laborales, las prioridades en educación, los programas de becas, la estabilidad institucional que atrae o aleja inversión… nada de eso ocurre en el vacío. Pasa en el Congreso, en el Ejecutivo, en las instituciones que hoy se encuentran debilitadas por pugnas internas y falta de confianza ciudadana.
Hay algo mucho más preocupante: el desánimo generacional. Muchos jóvenes ven la política como una pelea eterna entre grupos de poder, una novela ajena. Aunque sí hay desgaste y frustración, renunciar a informarnos solo fortalece a quienes toman decisiones sin rendir cuentas. Cuando abandonamos la conversación pública, alguien más la llena, y generalmente su motivación no es el bien común.
No hablo de volvernos activistas profesionales ni de militar en un partido. Hablo de algo más simple y, paradójicamente, más revolucionario: informarnos. Leer más allá del titular, identificar fuentes confiables, conversar entre nosotros, preguntar. Hablar con otros jóvenes sobre lo que está pasando, sin tecnicismos, sin miedo y sin fanatismos. En un país donde gran parte de la participación se ha trasladado a redes sociales, compartir información responsable es también una forma de incidencia.
Guatemala atraviesa un momento crítico, sí; pero también un momento de oportunidad. Somos la generación más conectada, más educada y más numerosa de las últimas décadas. No podemos seguir actuando como si todo esto no nos afectara, porque sí lo hace: en nuestro salario, en nuestras posibilidades de estudiar, en nuestra seguridad, en nuestra salud mental, en nuestro futuro.
La política no es un tema exclusivo para “los que saben”. La política es el terreno donde se deciden las condiciones de nuestra vida, y si no ocupamos ese espacio, otros lo harán por nosotros. Es hora de dejar de ser una mayoría silenciosa; es hora de hacernos escuchar.







