Arte La Hora: Jesús Ríos.
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Parte esencial del contenido de La Hora ha sido, desde su fundación hace 105 años, la sección de opinión en la que muchos guatemaltecos han expresado con absoluta libertad sus opiniones, contribuyendo al sano y necesario debate sobre la realidad de un país como el nuestro, con problemas muy complejos que ameritan estudio y comprensión, tarea que cotidianamente hacen muchos de los columnistas que nos enorgullecen con su participación. Hoy, tristemente, tenemos que lamentar la ausencia definitiva de Mario Alberto Carrera, quien todos los sábados y lunes nos enriquecía con sus talentosos aportes, tanto en los temas nacionales como en los literarios que fueron eje de su producción.

Mario Alberto fue un destacado intelectual, tal y como lo explica la nota publicada ayer respecto a su muerte. En realidad, pocos literatos como él en el país y su producción fue inmensa, ocupando un lugar en la historia por la influencia que tuvo como profesor, como escritor, analista de la realidad nacional y hombre de pensamiento libre, ajeno a dogmatismos que obnubilan la razón. Un excelente crítico que siempre valoró a las personas que se animan a tomar una pluma o sentarse frente a una máquina de escribir o, como ocurre ahora, frente a una computadora o tableta para expresar sus ideas.

Hace muchos años, cuando era aún una figura muy joven, dirigió la sección Cultural del vespertino La Hora cuando aún era dirigido por su fundador, Clemente Marroquín Rojas y luego tuvo destacada participación en muchos medios nacionales que se enriquecieron con sus valiosos aportes. En La Hora estuvo varios años para deleite de nuestros lectores que cada sábado y lunes esperaban la edición impresa que llevaban los repartidores o vendían los voceadores, pero él también formó parte de esta generación, que de la rigidez de los medios escritos hemos pasado al área digital en el que no solo hay beneficios como la velocidad para difundir con atractivas presentaciones las ideas, sino el alcance de audiencias insospechadas que se multiplica astronómicamente.

Como toda figura pública, que por su constante exposición es objeto de escrutinio, Mario Alberto tuvo muchísimos admiradores, sin faltar los críticos que ejercen también su derecho a discrepar de las ideas ajenas. Pero él siempre mostró su verdadera personalidad, sin escribir para quedar bien con alguien o para despedazar a nadie; simplemente era un intelectual aplicado que emitía sus juicios de valor conformeli su leal saber y entender, actitud valiosa que debiéramos tener todos para fomentar un mayor diálogo que nos facilite lograr acuerdos respecto a la visión del país.

Repetimos la tristeza que nos genera la muerte de un estrecho y admirado colaborador como Mario Alberto y extendemos nuestro pésame a su familia, a sus amigos y a esos miles de lectores que no se perdían sus dos columnas semanales.

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