La resiliencia urbana inicia donde más hace falta: en la vivienda y asentamientos precarios
Por: Fernanda Lonardoni. Representante de ONU-Habitat. Subregión de Centroamérica, México y Cuba
Hablar de ciudades resilientes es hablar directamente de los asentamientos precarios. No como un problema aislado, sino como el punto de partida más honesto y urgente para construir ciudades capaces de resistir las crisis climáticas, económicas y sociales. Allí, donde la vulnerabilidad es cotidiana, también se alojan experiencias y soluciones transformadoras.
Los asentamientos precarios concentran riesgos que se superponen: vivienda inadecuada, suelos inestables, falta de drenaje, escasa infraestructura, exposición a inundaciones, deslizamientos y otros riesgos y una brecha profunda en el acceso a servicios básicos. Sin embargo, lejos de ser territorios “pasivos”, son comunidades con enorme capacidad organizativa y un conocimiento íntimo del territorio que habitan, que quedan de referencia en la construcción de resiliencia y capacidad de respuesta ante emergencias. La verdadera innovación urbana consiste en articular ese conocimiento con políticas públicas, financiamiento y planificación de largo plazo.
La vivienda adecuada y resiliente no se limita a paredes más fuertes o techos más duraderos. Implica también infraestructura barrial, redes de drenaje que funcionen, accesos seguros, ubicación sin riesgo, recuperar las prácticas y saberes culturales para su construcción, espacios públicos que protejan y conecten, y servicios básicos e infraestructura que no colapsen ante una emergencia. Es, en esencia, la posibilidad de que cada familia viva sin temor a que la próxima lluvia, el próximo huracán o la próxima crisis económica los deje sin hogar.
Según nuestras estimaciones, publicadas en 2025 en el Inventario Automatizado de Asentamientos Precarios, en la Ciudad de Guatemala existen cerca de 250 asentamientos precarios que hacen parte de los casi cinco mil identificados para las principales ciudades de Centroamérica y República Dominicana. Y, es una realidad que, en nuestra región, el cambio climático golpea con mayor dureza a los territorios donde millones de personas habitan en condiciones frágiles. Ninguna ciudad podrá considerarse resiliente mientras sus asentamientos permanezcan al margen. La solución exige suelo accesible, esquemas de financiamiento innovador, participación comunitaria efectiva y, sobre todo, reconocer que la resiliencia se construye desde las bases.
Intervenir asentamientos precarios desde una perspectiva resiliente significa reconocer su derecho a permanecer, mejorar y decidir. Programas integrales de mejoramiento de barrios, mapas de riesgo construidos junto a las comunidades, inversión en soluciones basadas en la naturaleza, regularización segura del suelo y viviendas adecuadas, adaptadas al clima no son gastos: son inversiones para reducir pérdidas futuras y tejer redes comunitarias con un sentido de pertinencia y corresponsabilidad.
Las ciudades que han apostado por iniciar con la atención integral de asentamientos precarios han demostrado que no solo se reducen riesgos, sino que se impulsa la movilidad social, se mejora la economía local, se teje confianza institucional y se fortalece la cohesión social. De esta manera, la resiliencia urbana deja de ser un concepto técnico y se convierte en una nueva manera de gobernar.
Hoy, los asentamientos precarios no deben ser vistos como una falla urbana, sino como el lugar donde empieza un futuro con más justicia social y espacial. Construir vivienda resiliente allí no solo es justo: es estratégico, inteligente y urgente.







