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Desde que nacemos hasta que morimos, todo lo que nos rodea es obra de la ingeniería. El incubador del hospital, la jeringa de la vacuna, el ataúd y hasta la pala del cementerio fueron pensados, diseñados y construidos por ingenieros, inventores o artesanos.

 

Durante siglos, la ingeniería fue una actividad esencialmente práctica que se aprendía en el taller o en el campo, no en las aulas. Los mayas que levantaron Tikal eran ingenieros sin título universitario. Los constructores de las primeras carreteras coloniales y los maestros de obra del siglo XIX también lo eran. Solo en el siglo XX surgieron las licenciaturas modernas en ingeniería y, más tarde, los posgrados (el MIT otorgó su primer doctorado en ingeniería en 1918).

 

Hoy, desde que suena el despertador hasta que nos acostamos, vivimos rodeados de artefactos ingenieriles: la carretera CA-9 Norte, la hidroeléctrica Chixoy, la planta de tratamiento de agua de Los Chorros o el puente Belice. Ninguno de esos proyectos nació de ecuaciones diferenciales resueltas a mano, sino de una ingeniería práctica, eficiente y adaptada al terreno, al presupuesto y a las necesidades reales del país.

 

Durante mucho tiempo se creyó que la ingeniería era “ciencia aplicada” y que todo ingeniero debía ser casi un matemático. Esa idea tiene menos de setenta años y surgió con proyectos excepcionales: la bomba atómica, los cohetes Apolo o los primeros computadores. Allí sí se necesitó física nuclear y matemática avanzada. Pero esa fue la excepción, nunca la regla.

 

La inmensa mayoría de los ingenieros —los que construyen viviendas sociales en Villa Nueva, los que diseñan redes de distribución eléctrica en Quiché o los que levantan puentes antisísmicos en Escuintla— no resuelven ecuaciones todo el día. Usan software, normas técnicas, experiencia y sentido común para entregar la mejor solución posible: no la perfecta (porque sería carísima e imposible), sino la “menos mala”: barata, segura y que funcione.

 

Sin embargo, las facultades de ingeniería de Norteamérica y en general del mundo, particularmente en América Latina, siguen enseñando una matemática excesiva y desconectada de la realidad, como han denunciado investigadores de Stanford (Sheri Sheppard y colaboradores) entre otros. En nuestro contexto lo ha hecho el brillante investigador en matemática educativa Ismael Arcos de México, integrado al Grupo de Formación de Ingenieros desde la Matemática Educativa, FIME, grupo que ha hecho aportes importantes al papel de la matemática en ingeniería y que hoy se reúne en Xalapa Veracruz en el contexto de la Escuela de Invierno de Matemática Educativa, EIME. 

Resumiendo: Entender matemáticas es importante, pero no todos los ingenieros necesitan dominar análisis tensorial o ecuaciones en derivadas parciales para calcular la armadura de una losa o diseñar un sistema de bombeo rural.

 

Es hora de romper dos mitos:

  • Los ingenieros no son matemáticos.
  • Los ingenieros no son científicos.

 

Son profesionales prácticos con una epistemología de la acción —como la llamó Donald Schön—: gente que hace que las cosas funcionen bien, rápido, barato y en contexto.

 

Universidades como la Universidad de San Carlos de Guatemala, Universidad Rafael Landívar, la Universidad del Valle de Guatemala o la Universidad Galileo tienen la oportunidad de liderar en América Latina un modelo de formación más realista: menos ecuaciones que nunca se usarán y más talleres, proyectos reales con comunidades, pasantías en obra y aprendizaje basado en problemas del país.

 

Solo así formaremos los ingenieros que Guatemala y América Latina realmente necesitan para construir el mundo cotidiano.

 

Notas

  1. Sheppard, S., et al. (2009). Educating Engineers: Designing for the Future of the Field. Jossey-Bass/Carnegie Foundation.
  2. Schön, Donald (1983). El profesional reflexivo: cómo piensan los profesionales cuando actúan. Paidós.

Xalapa Veracruz, diciembre 3, 2025.

 

Fernando Cajas

Fernando Cajas, profesor de ingeniería del Centro Universitario de Occidente, tiene una ingeniería de la USAC, una maestría en Matemática e la Universidad de Panamá y un Doctorado en Didáctica de la Ciencia de LA Universidad Estatal de Michigan.

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