Dicen que las definiciones cambian con el tiempo. Una de ellas es la de «crimen organizado». La definición y el alcance de este fenómeno han evolucionado significativamente, adaptándose a los cambios sociales, económicos y tecnológicos.
El crimen organizado del Siglo XIX —encarnado en el contrabando, la piratería y la acción de las élites criollas— no siempre operaba desde las sombras, sino que a menudo era una extensión o un competidor de la propia estructura estatal. Tras las independencias, las nuevas naciones americanas establecieron monopolios y aranceles elevados para intentar financiar sus frágiles gobiernos. Esto creó un enorme incentivo para el contrabando, el cual dejó de ser una actividad marginal para requerir una organización sofisticada con redes de contacto que incluían: Comerciantes criollos de alto nivel, a menudo miembros de las familias más influyentes. Funcionarios de aduanas y puertos sobornados. Militares o caudillos regionales que proporcionaban protección armada.
Lo anterior ha cambiado de manos, pero no de estrategias. Muchas de las grandes familias criollas se enriquecieron o mantuvieron su poder a través de estas actividades ilícitas que incluían la creación y utilización de sus conexiones políticas y su capital social para evadir impuestos y controlar mercados de importación (textiles, licores) y exportación (tabaco, cueros, café). Eso suena a continuidad, incluso en nuestros días. Para cerrar el círculo, en muchos casos, los gobiernos nacientes eran demasiado débiles para imponer la ley. En otros, figuras clave del gobierno estaban directamente involucradas, haciendo que la línea entre la actividad económica legítima y la criminal fuera muy difusa. Controlar el contrabando era una forma de controlar la economía nacional.
La piratería y los asaltos de mercadería durante las guerras de independencia hispanoamericanas incluso se legalizaron en muchas naciones nacientes, como Argentina, Colombia o México, cuando emitieron patentes de corso. Esto legalizaba que capitanes privados (corsarios) atacaran navíos enemigos (españoles). ¿No le suena esto a algo novedoso en la actualidad?
Del monopolio al fraude: Finales del Siglo XIX e inicio del XX —Finalizado el siglo XIX y entrado el XX, los monopolios y el poder central y local formaron mancuernas para nuevos fraudes. Los grandes terratenientes y cafetaleros (que se consolidaron a finales del S. XIX) ejercían un poder que les permitía manipular leyes y precios de productos de consumo de manera casi monopólica. Aunque no se les llamara formalmente «crimen organizado», su estructura de control territorial y económico, a menudo respaldada por la fuerza (haciendo uso de paramilitares o el ejército), prefiguraba muchas de las prácticas de extorsión y cooptación del poder que vendrían después.
El Crimen Organizado Transnacional (COT) del Siglo XXI. —A partir de mediados del siglo XX, los alcances y los contenidos del crimen organizado aumentaron, mejorando su forma de estructurarse. De pasar a elementos netamente comerciales, se añadieron «redes criminales residuales» que se dedicaban, además del contrabando y control comercial, a la extorsión incipiente y la corrupción estatal y privada a fin de reforzar monopolios y nepotismo, aprovechando estructuras de poder en el Estado. A esto, el actual siglo suma el llamado Crimen Organizado Transnacional (COT) con un impacto mucho mayor y nuevos contenidos como: Puente para el narcotráfico, cuyo control territorial de rutas es causa principal de varios tipos de violencia. Pandillas y maras: que se enfocan principalmente en la extorsión, siendo una fuente de inseguridad local generalizada y proveedoras de violencia a otros grupos. Corrupción e impunidad: El crimen organizado y los monopolios se han infiltrado en altos niveles de la política, justicia y fuerzas de seguridad para garantizar la impunidad y facilitar sus operaciones, ampliando acciones que ahora incorporan: Trata y tráfico ilícito de personas (migrantes). Blanqueo/Lavado de activos (dinero). Tráfico de armas de fuego. Ciberdelincuencia.
En resumen, la palabra «crimen organizado» ha pasado de describir grupos de poder territorial con base social o étnica (Siglo XIX) a referirse a un complejo, diversificado y globalizado sistema de negocios ilícitos (Siglo XXI), donde la transnacionalidad, la tecnología y la cooptación estatal son sus características definitorias.







