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A juzgar por las iniciativas de la Casa Blanca en estos días, tanto en relación con la guerra de Ucrania como del genocidio en Gaza uno podría pensar en el presidente Trump como un intermediario genuinamente interesado en la paz y, por ende, en ser llamado “pacificador” o “apaciguador” de conflictos y no en un promotor de la guerra contra Rusia (aunque la haya iniciado Biden)  en Ucrania o en un cómplice del genocidio en Gaza.  Y bueno, aun si admitimos que la mayor parte de su vida el inquilino de la Casa Blanca ha sido un hombre de negocios y que,  en esa medida,  no es precisamente un halcón belicista –como si lo son, paradójicamente,  la mayor parte de dirigentes europeos que, sin embargo, carecen de los medios militares para enfrentar a Rusia–  también es cierto que su ánimo pacificador no es consecuencia de su benevolencia sino del puro cálculo político, en el caso ruso porque la guerra la tiene ya ganada el Kremlin en campo de batalla y en el caso de Gaza porque el costo político del horripilante genocidio que se comete en Gaza –transmitido en vivo y en directo por las televisiones de todo el mundo–  es demasiado alto para seguirlo pagando. 

En consecuencia,  tanto el Plan de los 18 puntos como el Plan de Paz para Gaza son el resultado de ello. En el primer caso, aunque la negativa europea y de Zelensky se hayan dado por descontadas, también es cierto que si Trump cierra el flujo de suministros militares, ni uno ni otro tendrían medios para seguir la guerra con sus propios medios. Más difícil es la negociación con Moscú porque eso de que Ucrania mantenga un ejército de más de medio millón de hombres – contra el ridículo caramelo del retorno de Rusia al G7 porque las anexiones territoriales son innegociables para los rusos– es algo inaceptable, al igual –probablemente– que la devolución de territorios en Zaporiya  (allí está la planta nuclear más grande de Ucrania) y en Jersón. 

De manera que uno se podría preguntar ¿si las probabilidades de éxito de su plan son tan escasas porqué plantearlo? Los rusos van a proseguir su guerra de desgaste y poco a poco van a seguir carcomiendo el territorio del lado occidental del Dnieper, en donde se encuentra la mayor parte de la población étnicamente rusa. Con la caída Prokrov la recuperación de la región del Donbás es prácticamente imposible, por eso Trump está dispuesto a ceder Lugansk y Donietsk. Y a los rusos no les interesa tomar Kiev ni mucho menos la región occidental de Ucrania, habitada en su mayor parte por ucranianos étnicos y minorías de origen polaco, húngaro, rumano y de otros países del Este europeo. Es posible que les interese tomar Odesa – poblada en su mayoría por rusos– y dejar a Ucrania sin salida al Mar Negro, esto mucho más que Jarkov en la frontera norte. 

Si la guerra va tan lentamente es porque del lado ruso se cuidan mucho de no tener demasiadas bajas y además saben que es preferible mantener a Trump ocupado en el tema de las negociaciones que arriesgarse a que se ponga del lado de los dirigentes europeos, cuya obsesión por continuar la guerra solo puede explicarse por el interés de Meerz, Starmer y Macron en conservar sus cargos o por una desconexión con la realidad realmente patológica.  Sea como sea, lo más probable es que si finalmente las partes contendientes fingen aceptar la supuesta mediación e inician negociaciones, estas se van a prolongar el tiempo que sea necesario –sin alto al fuego por supuesto– con el fin, desde la óptica de Moscú de que sea la realidad del campo de batalla la que, en última instancia, decida sobre el fin de la guerra.  

En cuanto al conflicto de Israel con los palestinos, debe tenerse claro que el llamado “plan de paz” del presidente Trump no es más que un alto al fuego que, obviamente, en la medida que por lo menos implica el cese de la matanza genocida es bienvenido por todo el mundo. Incluyendo a Moscú y a Beijing porque tanto rusos como chinos se abstuvieron en la votación del Consejo de Seguridad, ya que de lo contrario –si hubiesen opuesto el veto– la resolución no se aprueba. Pero ¿qué puede significar el envío de tropas de pacificación con la bandera de Naciones Unidas si en realidad van a estar bajo el mando del Pentágono? ¿Qué países están dispuestos a integrar esos contingentes militares? ¿Será posible que haya mercenarios? Todo ello está por verse. Aunque las tropas se compongan con efectivos de países como Egipto, Arabia Saudita, Jordania, los Emiratos o Turquía –país miembro de la OTAN, no lo olvidemos– y el señor Blair actúe como Virrey neocolonial, lo más importante es el cese del genocidio y la posibilidad de que la población palestina deje de morir debido a los bombardeos israelíes o a los disparos de las tropas de ocupación. Y que se puedan recibir alimentos, suministros médicos y ayuda humanitaria.  Reducir el número de víctimas es lo fundamental, hay que detener el genocidio.  

A lo anterior habría que agregar las cosas que se pueden hacer desde la Asamblea General. Jeffrey Sachs ha planteado que una fuerza de paz de Naciones Unidas es la mejor manera de garantizar la solución de los dos Estados para poner fin al conflicto de Israel con los palestinos. Y esto es así porque incluso si analizamos lo que ocurre utilizando el criterio elemental de población, territorio y gobierno como elementos fundamentales de cualquier Estado ni Cisjordania ni Gaza llenan los requisitos de territorio o gobierno: ¿Qué control efectivo tiene la autoridad palestina sobre una Cisjordania llena de asentamientos de colonos israelíes? ¿Cuál es la autoridad real de tal “autoridad” en un territorio bajo ocupación militar de Israel? Por tanto, el reconocimiento de un Estado que carece de territorio y de gobierno (incluso por Guatemala, ya no digamos el otorgado por países como Francia o España) es realmente absurdo, porque se ha reconocido un Estado ficticio, que no existe, aunque tengan embajadores como “observadores” en Naciones Unidas. 

 

Sin embargo, con una fuerza de paz de Naciones Unidas, aunque esté compuesta por tropas de países bajo la influencia norteamericana y comandada por militares estadounidenses, si se podría comenzar a implementar esa solución que incluso Washington –aunque sea del diente al labio– acepta. Y ni Netanyahu ni los radicales sionistas que gobiernan Israel podrían hacer mayor cosa mientras sea el Pentágono el que comanda esos militares. De modo que si no se puede hacer durante el año en curso (veremos si es posible desarmar a Hamas) probablemente el año próximo –siempre que se prorrogue la presencia de los cascos azules y que gobiernos como los de Brasil o Sudáfrica se interesen en promover una resolución del tipo Unión pro Paz en Asamblea General– tal vez sea posible llevar, por fin, la paz a Palestina. No hay peor lucha que la que no se hace habría que recomendarles a los presidentes Lula y Ramaphosa. Al fin y al cabo soñar no cuesta nada.   

 

Luis Alberto Padilla

Doctorado en ciencias sociales en la Universidad de Paris (Sorbona). Profesor en la Facultad de Derecho y en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos. Es diplomático de carrera y ha sido embajador en Naciones Unidas (Ginebra y Viena), La Haya, Moscú y Santiago de Chile

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